No están teniendo suerte las perdices. Si antes tenían pocos enemigos tanto de dos como de cuatro patas, este año que habían criado bien y daba gusto verles correr a los perdigones detrás de la solicita madre, resulta que la pertinaz sequia que estamos padeciendo está haciendo estragos en sus poblaciones. Un desastre, pura tristeza, y es que en bandos donde se veían 7-8 se han quedado en 2-3 de momento, porque de continuar así no va a quedar ni una. Y lo peor es que no se prevén lluvias en breve. ¿Qué hacer? Nadie mejor que los titulares de los acotados para valorar las medidas a adoptar en su territorio. Entiendo que en general deberían los mismos cazadores postergar la apertura en su acotado hasta el día que entiendan oportuno. No en vano no todas las zonas son iguales. A pesar de esto y mucho más el precio de los acotados está alcanzando unos precios tan desorbitados que de continuar así a los propietarios de terrenos del tres al cuarto les va a resultar más rentable limitarse a sembrar a voleo sin gasto alguno y sin ánimo de recolección que sembrar y cultivar debidamente. Y créanme que sería bueno para la fauna en general volver a ensuciar el monte, máxime con las ayudas al abandono de la tierra que los agricultores tienen establecidas. Lo triste del caso es que son los cazadores como siempre los que con su esfuerzo y dinero siguen manteniendo una fauna objeto de su afición. Un término municipal castellano con 2.000 hectáreas que cobije unos pocos bandos de perdices, contadas con las dos manos, puede rondar tranquilamente los 15.000Euros más los gastos de guardería por temporada si las codornices lo visitan medianamente. De las becadas, mejor ni mentarlas para no levantar la liebre. Bueno, más que levantarla al menos para que deje de correr. Es ni más ni menos la fiebre del pájaro de cara alargada. Algo que mueve voluntades y bolsillos con más ímpetu que el deseo más soñado. Y todo por falta de alternativas mil veces reclamadas a los apoltronados políticos metidos a menesteres cinegéticos. Decía un viejo cazador que hubiese sido el mayor acierto de su vida comprar hace 60 años un pueblo entero en vez de pagar religiosamente cantidades leoninas por el derecho a cazar algo que no existe e incluso le restan constantemente los medios. Pero así son los cazadores y así seguirán siendo hasta que algún político avispado con galones y que quiera llevarse el gato al agua ponga orden en este “gallinero” de especuladores. No es de extrañar pues que ante tanta pasión por parte de unos y cúmulo de despropósitos de otros, los primeros reclamen cada vez con más insistencia la solución a tanto despropósito. Con lo poco que costaría cubrir mínimamente las inquietudes de un colectivo sensible y culto como los demás que solo ha pecado y pecará de ser menos sofisticado, más humano, dejándose llevar por sus instintos primigenios perfectamente reglados por ellos mismos. No solo de fútbol vive el hombre. Quizá cuando a base de insistir todos se entienda que ser simultáneamente cazador y protector del medio ambiente es una realidad necesaria, posiblemente entonces algún político valiente se llene de razones para apoyar a los cazadores.