El águila-azor. Los amantes de los animales confundimos voluntariamente lo que cuando nos referimos a una persona es el carácter, la personalidad, con la dotación anatómica, el aspecto. En realidad, los animales son de una determinada forma en gran parte porque no pueden ser de otra. La agresividad de los cazadores resulta funcional, es decir, necesaria para la supervivencia. Todos lo sabemos ya, pero a menudo nos complace señalar que tal o cual especie es arrojada, intrépida, hábil o recatada, para acercarnos mejor a la compresión de su conducta o de sus reales posibilidades físicas. Pues bien, el Aguila Perdicera es una de nuestras más espléndidas aves de presa, y hasta cierto punto una de las notas de verdadero interés ornitológico que todavía atraen hacia España a muchos amantes de la vida salvaje. De hecho, estas rapaces sólo abundan –o mejor, abundaban- en las áreas poco degradadas del ámbito mediterráneo, si bien todavía contamos con una pareja reproductora en Alava. Territorio en el que se están realizando verdaderos esfuerzos para su reintroducción.
No es difícil reconocerlas, pues aúnan las características de las grandes águilas, como la real, con las más propias de una rapaz forestal, cual es el azor. Es decir, tiene la perdicera largas y anchas alas y la cola también es larga. Las partes ventrales aparecen surcadas por alineamientos longitudinales de estrías negras sobre un fondo muy claro. Por encima dominan los tonos pardos oscuros, a excepción de una muy característica mancha blanca.
El peso de la maternidad
Aunque las cópulas no tienen lugar hasta el mes de febrero, en noviembre ya empiezan las perdiceras a ocuparse de su nido y a realizar sus impresionantes vuelos nupciales. Picados, lazadas, vuelos en paralelo, entrechocamiento de garras y todo tipo de acrobacias manifiestan su perfecto dominio del espacio aéreo. Quizá como compensación a tan espléndidos alardes, el cortejo previo a la cópula resulta extremadamente sencillo: un lento acercamiento.
Generalmente, el Aguila Perdicera sitúa sus nidos en roquedos y cantiles y cada pareja suele tener dos o tres. En uno de ellos, o quizás en uno nuevo, cuya construcción habrá comenzado en octubre, se deposita la puesta en los comienzos de marzo: dos huevos, a veces uno o tres, que la hembra incubará durante cuarenta días. En todo este tiempo sólo abandona el nido para traer nuevas ramillas con las que acomodar aún más el forro y para comer y estirar los músculos.
La esforzada y quieta tarea de la madre culmina con el nacimiento de los pollos a finales de abril, pero entonces comienza para ella la labor de la vigilancia, alimentación y cobijo que, al menos durante el primer mes de vida de sus hijos, realiza de forma ininterrumpida. Hasta su independencia aún ha de pasar otro mes en el que la abnegada hembra ya se aleja del nido con una frecuencia creciente.
Calor maternal
Tal vez llevados de mal disimulados prejuicios, alguna vez hemos considerado a las aves de presa como una más de las representaciones de la maldad o, cuando menos, de la crueldad. Lo cierto es que los animales cazadores no experimentan ninguna de nuestras apreciaciones morales o sentimentales, y se limitan a la dura tarea de sobrevivir, al tiempo que cumplen un destacado e importante papel en el mantenimiento de los ecosistemas a los que pertenecen. Pero si alguna vez se ha leído algún pasaje trasnochado como los que califican a los depredadores de perversos, tal vez convenga tener en cuenta y repetir una vez más que casi todos los animales que se ven obligados a matar son al mismo tiempo los más fieles con sus parejas y más delicados con sus hijos. Contemplar lo que sucede en un nido de una rapaz cualquiera nos demostrará que difícilmente se encontrará tanto celo materno y paterno para con la descendencia.
Los pollos de Aguila Perdicera, por ejemplo, rompen el cascarón que les envolvió al cabo de cuarenta y tres días de incubación. Pero para que ellos recibieran el calor necesario sus padres han tenido que soportar todo tipo de inclemencias durante ese casi mes y medio. Nada más nacer, estas aves presentan un plumón grisáceo, y su indefensión es tal que deben seguir recibiendo calor de sus progenitores.
Foto. Avesrapaces.wiki
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