Silenciosas y puntuales como siempre entraron en octubre las primeras becadas hembra en número importante en la cornisa cantábrica. Algo más tarde lo hicieron los machos jóvenes y poco después los adultos. Y, curiosamente, ocuparán durante unos días el mismo lugar en que se asentaron el año pasado sus progenitores. Nadie ha sabido explicar todavía cómo pueden orientarse hacia ese punto determinado unas hembras jóvenes que nunca han efectuado este viaje de miles de kilómetros, de noche, muchas veces con el firmamento cubierto de nubes y teniendo que cumbrear grandes macizos como los Pirineos. Descartadas las teorías que relacionan esa capacidad de orientación con los accidentes orográficos, la posición solar o las constelaciones de estrellas, sólo nos resta pensar en la existencia de un maravilloso resorte de receptividad del pájaro a los impulsos cósmicos, que actuaría a modo de un radar ultrasensible para regular el perfecto sincronismo del desplazamiento. Todo un prodigio de la naturaleza que para sí lo quisieran esos modernos reactores invisibles de alta tecnología. Anillamientos realizados a becadas han permitido confirmar que este pájaro, durante su migración, es capaz de recorrer en una noche hasta 400 ó 500 kilómetros, a una velocidad de 55-65 kilómetros por hora. Sus hábitos seminocturnos han contribuido a difundir la idea de que ven poco o muy poco durante el día, aunque la realidad es bien distinta. Aunque también se la conoce como sorda, el oído de la becada es finísimo; de ahí la necesidad de quitar el cencerro del perro en muchas rebuscas y con becadas resabiadas. El desconocimiento de sus costumbres ha llevado a denominarla también como chocha, atribuyéndole una estupidez impropia de esta escurridiza ave. Es sabido que la becada es capaz de transportar, en caso de peligro, a sus pequeños de una zona a otra no muy distante, llevándolos de uno en uno sujetos a sus patas. Pero este volátil, errabundo cual ninguno entre los longirrostros, cuenta en sus poblaciones con ciertos individuos que, al parecer, carecen de un instinto migrador tan acusado como la mayoría de sus congéneres. Los montes Gorbea, Urkiola y Oiz ofrecen claros exponentes del sedentarismo o nidificación de algunas parejas de becadas, donde muchos sorderos han tenido la oportunidad de levantar a finales de julio y primeros de agosto algunas polladas de dos y tres becadas.