Se aproxima la desveda de la codorniz y conviene empezar a considerar que aunque el perro de caza ha nacido con un instinto cazador, en el momento de salir al campo se enfrenta a un mundo de olores distintos que deberá aprender a diferenciarlos.
Normalmente los perros jóvenes son vehementes y tienden a morder las piezas, costumbre que cuesta quitar. Para que aprendan a cobrar se emplea una madera redonda cubierta con unas plumas del ave en cuya caza más empeño pone.
Como la madera es dura rápido aprende a cogerla con suavidad. Una vez que ha aprendido a cobrar la pieza hay que llamarle con una sola voz, acariciándole y agradeciéndole el gesto.
Si llegado el caso no quisiera entregar la pieza basta con soplarle suavemente al interior de la oreja para que lo haga al momento.
Cuando se cazan perdices, en las asomadas, es conveniente que el perro se acostumbre a marchar al lado izquierdo del cazador. Para enseñárselo basta con atarle una cuerda al collar y, en el momento en que se adelante y darle un pequeño tirón a la voz de “atrás”, aprenden rápido.
De la misma forma se le enseña a no adelantarse, aunque en este caso conviene llevar la cuerda un poco más larga, avistándole y tirando de la cuerda en el momento que pretenda adelantarse al percibir el rastro de las perdices.
Para no denotar la presencia del cazador es prudente que el perro aprenda este acto a rajatabla y con un chisteo lo más suave posible. Inexcusablemente debe ser el dueño el único que saque al animal y le dé de comer. En resumen, paciencia y saber mandar y sobre todo matarles caza para que se pique y vaya asimilando el catón.