A lo largo de los días que precedieron al 15 de agosto, nada hacía presagiar un inicio de temporada como el que pudimos disfrutar ayer. El único argumento positivo era que aún no se habían terminado de cosechar las últimas fincas de trigo. Por el contrario, en contra estaban la recogida de paja del resto de fincas, el cortísimo rastrojo existente y la mala cría de perdices y codornices de este año debido a las tormentas. A esto había que sumar la desgraciada pérdida de nuestro mejor perro a comienzos del año pasado, lo cual nos dejaba con muy pocas oportunidades ante la africana en esta temporada.
Como todo 15 de agosto, madrugamos lo suficiente para poder salir de caza en torno a las 7:15. Una vez pertrechados, soltamos a Luna, una cachorra setter inglés de 10 meses que mi hermano compró hacía 8. Mientras tanto, la otra joven promesa, una cachorra de pachón navarro de 4 meses se quedaba en casa ladrando sin saber bien que ocurría ni a donde nos dirigíamos.
Aún en la finca de al lado de casa y con Luna desfogándose corriendo en todas direcciones, de repente frenó en seco e hizo una muestra espectacular. Acudimos asombrados y delante de ella salieron 4 codornices adultas que no tiramos por la todavía escasa luz y la cercanía al pueblo.
Seguimos nuestro camino pensando en la oportunidad perdida de recompensar a Luna con una captura por tan buen trabajo, materia ésta sin duda clave en una cachorra de su edad. Pasaron los minutos y el día fue formándose, demostrando que el calor no apretaría, ya que las nubes facilitaban una cobertura que nos mantendría frescos en el caminar sobre los lindes y rastrojos.
Tardamos prácticamente una hora en volver a dar con alguna codorniz mientras la moral decaía y afrontábamos la realidad de salir al monte con una cachorra y una escasez palpable de codornices.
No obstante, la mejor parte del día estaba por llegar. Nos acercábamos a una Larra entre dos fincas de avena y trigo que milagrosamente aún conservaban la paja, cuando Luna volvió a pararse. Comenzó ahí una verdadera jornada de caza para el recuerdo. Fruto de esa muestra una codorniz abandonó el rastrojo, y esta vez sí que pudimos abatir la gallinácea y acto seguido deshacernos en elogios sobre la perra.
Después de esto continuaron los lances, comprobando que los vientos y la parada de Luna eran lo suficiente firmes como para deleitarnos en el futuro con bonitas jornadas de caza como esta.
Por la tarde, decidimos dar otra vuelta a las codornices consiguiendo alguna captura más y después ya cayendo el sol, decidimos tratar de abatir alguna corneja de las que tanto abundan por estos lugares y también ocupan los rastrojos.
En conclusión, una jornada para el recuerdo y un comienzo inesperado tanto en lo que a capturas se refiere como en rendimiento de una cachorra que esperemos nos acompañe tantos años como lo hicieron los anteriores.