Son estas fechas de intensa actividad cinegética donde las dificultades se acentúan y el aficionado debe poner a prueba su capacidad de sacrificio y conocimientos para doblegar a unos animales en pleno vigor físico. Para ello la naturaleza siempre generosa, les ha dotado de intensidad y grosor, a sus pieles y plumajes para soportar las bajas temperaturas. Así y todo buscarán las vertientes orientadas al sol del mediodía, rehusando umbrías y evitando vientos dominantes.
De la misma forma recelarán de las tierras sembradas por la dificultad que les supone desplazarse por las mismas. Perdices y liebres- cerrada su caza -se querenciarán en baldíos y monte bajo para guarecerse en tanto el sol mitigue los sinsabores y penurias que les depara las noches estrelladas en las parameras.
Las becadas abandonan las zonas altas y heladas para paulatinamente ir sitúandose allí donde les sea factible introducir su sensible pico para alimentarse durante la noche. Gusta a la dama del bosque visitar los pastizales abonados por el ganado domestico. Los montes próximos con pinos de no mas de ocho o diez años, bojes y roblizo con el suelo limpio de hierba son los lugares mas querenciosos para cobijarse. Buscará también para protegerse de las heladas los montes con frondosas de hoja peremne como la encina. El viejo y receloso jabalí visitará las manchas en busca de una de las futuras madres de sus jabatos. Es el momento de esperarles de noche ayudado por la luna.
No en vano bajan la guardia y el gran macaraneno soñado tantas veces puede denotar su blanquecina jeta a quien de verdad es capaz de aguantar sin mover una pestaña tres o cuatro horas con un dedo de hielo sobre las espaldas. No sabría decirles si es peor esto que caminar monte arriba , ladera abajo, durante ocho horas seguidas detrás de las perdices. En ambos casos “sarna con gusto no pica”. Los que si han aprendido del picor del plomo son algunas torcaces que se guarecen en las dehesas extremeñas. Ya se sabe, paz y comida buscan los animales. Algo así como lo que han hecho los cazadores franceses, que a falta de unas poblaciones estables durante el invierno han decidido no recoger la cosecha de maíz en las zonas palomeras. Como penitencia y justo tributo de cuanto se caza, a titulo de inventario los propietarios de fincas debería de hacer lo propio en el sur peninsular. Al menos en su deambular esporádico fuera de las dehesas podrían todos beneficiarse del recurso.