Desollado vivo por varios osos mientras cazaba cangrejos en la playa
Alexey Ivanovsky, de 36 años, fue encontrado «clínicamente muerto» después de que le arrancaran la piel de la cabeza, la espalda y las nalgas y le amputaran la pierna
Un hombre aficionado a cazar cangrejos fue atacado por un oso adulto y varias crías hambrientas una playa de la isla de rusa de Kunashir. Alexey Ivanovsky, de 36 años, fue encontrado «clínicamente muerto» después del ataque salvaje, en el que las bestias le arrancaron la piel del cuero cabelludo, la espalda y las nalgas, le arrancaron una oreja y le amputaron una de las piernas. A pesar de todo, los médicos lograron reanimarlo y lo trasladaron a un centro hospitalario de la capital regional Yuzhno-Sakhalinsk, en el que permanece en estado de coma.
Ivanovsky fue acorralado por los osos. El ataque lo inició el adulto, que le mordió la pierna y le dio varios zarpazos antes de intentar llevárselo a un lugar más apartado para alimentar a sus crías.
La escena fue presenciada con estupor por varias personas. Alexander, de 37 años, salió en su ayuda y también fue herido por el oso. Varias personas comenzaron a lanzarle piedras al oso y otros fueron a por su vehículo para encender las luces, deslumbrarlos y ahuyentarlos.
Un vídeo muestra cómo quedó el lugar tras el ataque. Se pueden ver los dos cubos en los que la víctima guardaba los cangrejos, la ropa desgarrada y las botas de Alexey. También se ve una gran mancha de sangre en la zona en la que lo arrastraron y las huellas de los animales en la arena. Tras la observación de la zona, las autoridades indicaron que podría tratarse de una osa adulta con varias crías y que por miedo a que resultaran heridas, decidieron huir sin su presa.
Pero este no ha sido el único ataque de osos a humanos. En la región de Kamchatka, otro oso atacó a dos hombres que reparaban un faro. Uno de ellos, el jefe del equipo de inspección de faros de una unidad militar local, murió, y el otro sufrió graves heridas y fue trasladado a un hospital por un barco militar.
Fuente. La Razón