«Yo estuve en una secta vegana»: una historia de abusos y chantaje en las ONG animalistas
Javier Guarascio explica su experiencia en el corazón del activismo animalista y vegano en España. Celos entre entidades, opacidad con el dinero y manipulación de los voluntarios
«Recuerdo perfectamente el día en que las feministas coparon el movimiento de los derechos de los animales. Fue durante el 15-M en Madrid, en la Puerta del Sol. A un lado estaba la asamblea feminista y al otro la asamblea por los derechos de los animales, y de repente se mezclaron, acabamos todos juntos yo no sé por qué. Empezaron a hablar del abuso a la mujer y las veganas a decir que si a las vacas también se las abusa y ese día fue cuando feministas y animalistas se convirtieron en lo mismo. Desde entonces van a la par. ¡Cómo puedes hablar de violación en animales!, pensaba yo. Ahí fue cuando se descarrió el movimiento animalista». Esta reflexión no la hace alguien ajeno a los círculos veganos y de defensa animal, sino de uno de sus exponentes más destacados años atrás. Un buen día se hartó de formar parte de lo que él llama sin tapujos «la secta vegana» y se fue para no volver. Desde entonces ha sido condenado al ostracismo y al repudio por parte de personas que antes se consideraban amigas.
«Me han llamado de todo por contar la verdad, de machista para arriba. Ahora me insultan porque como mejillones. Pero no me pienso callar. Me he propuesto como objetivo sacudir las conciencias, estoy harto de escuchar las mismas tonterías desde hace años», afirma Javier Guarascio, muy popular entre el colectivo por ser un pionero en la gastronomía vegana, inventor de un montón de recetas hoy tan populares como el ‘vegadelfia’ (queso crema vegano).
Del veganismo a la defensa de los animales solo hay un paso, y él lo dio hace 25 años en su Lanús natal, Argentina. «Uno empieza rescatando perros y gatos de la calle, luego ves que otros animales también merecen consideración y ahí primero te haces vegetariano y luego vegano. Y te vas metiendo en las organizaciones, que en aquel momento era PETA la más potente. Les ayudas a colgar carteles en la calle, a hacer campañas…».
En 2006, Guarascio se instala en Madrid. Tras encontrar un trabajo, lo segundo que hace es buscar una organización en la que continuar su activismo. «Vi que en España todo estaba muy en pañales. Entonces existían Equanimal, Anima Naturalis e Igualdad Animal. Por entonces yo era abolicionista [el ala más radical que pregona el cese inmediato de la esclavitud animal y de cualquier tipo de ganadería] y vi que la única organización de ese tipo era Igualdad Animal. Me convertí en el cocinero de la organización y llevaba la parte de nutrición, y aparte dedicaba todo mi tiempo libre a hacer activismo en la calle. Todo sin cobrar, por supuesto».
Pronto, muchas cosas empezaron a no encajarle: «Lo primero que te dicen es que no puedes participar en acciones de ninguna otra oenegé, tienes que estar solo para ellos. Eso lo hacen todas, compiten entre ellas para liderar el movimiento y son muy celosas. Así que daba cursos de cocina, les llevaba la web, me ponía en la calle con la hucha a recaudar donaciones haya sol o tormenta, hacía todo lo que podía. Pero para ellos, nada de lo que haces es nunca suficiente, te hacen sentir mal porque no lo estás dando todo, aunque a los jefes jamás los verás colgando un cartel en la calle si no saben que hay una cámara de televisión cerca».
Te hacen sentir mal porque no lo estás dando todo, aunque a los jefes jamás los verás colgando un cartel en la calle
Guarascio fue víctima directa de ese absoluto control sobre los activistas. Igualdad Animal le apartó de su entorno de confianza por asistir a una acción de PETA en Pamplona contra los encierros de San Fermín. «Yo pensaba que todos luchamos por el bien de los animales, y que si una acción es buena hay que apoyarla aunque no sea tuya. Pero me dijeron que por haber apoyado a PETA ya no podía seguir con ellos. Me quitaron las claves de la web y me dieron de lado. Yo aún seguí un tiempo colaborando con ellos hasta que me harté de autoflagelarme. Solo cuando sales de ese entorno te das cuenta del abuso».
Un ejemplo de la competencia visceral entre organizaciones animalistas por hacerse con el trozo más grande del pastel ocurrió en una de las típicas jornadas de información y recaudación en la Puerta del Sol. «Estaba nuestro puesto de Igualdad Animal y al lado el de Equanimal. Había que tener permiso del ayuntamiento para poner un puesto y mis jefes sabían que los de Equanimal no lo tenían. Así que llamaron a la policía para que les levantara la mesa».
Chantaje emocional
Dejarse la salud por la organización a cambio de nada, control absoluto por parte de unos líderes mesiánicos, frecuentes charlas de ‘lavado de cerebro’: por todo esto Guarascio califica el movimiento vegano y contra el maltrato animal como secta. «Lo de las charlas es espantoso. Uno de los jefes te encierra en una sala cualquier día a darte un sermón pesadísimo. O de repente se organiza un fin de semana de encuentros en un lugar de España. Tú te tienes que pagar el billete, el hotel, la comida, ellos no ponen ni un céntimo. Una vez allí, empiezan a dar charlas interminables sobre cómo lograr que la organización crezca y por qué ellos hacen siempre lo mejor para los animales. Eso te lo machacan cada día: solo ellos hacen lo mejor para los animales. Y tú aguantas el sermón sin que te den un mísero vaso de agua. Si quieres agua te la tienes que pagar».
¿Cómo se consigue este nivel de control sobre los voluntarios? «Un mecanismo que utilizan mucho es el sentimiento de culpa. Te hacen sentir culpable por todo. Si te desvías, estás haciendo daño a los animales. Si vas a un acto de otra oenegé, haces daño a los animales. Si te quejas por algo, haces daño a los animales. Al final dejas que ellos lo hagan todo por ti, monopolizan el activismo. Tú intentas acercarte a ellos a pesar del rechazo, les sigues porque te convencen de que son los mejores. Trabajar la culpa es una práctica habitual en las ONG animalistas. Un día me dijeron que no está bien sentirse bien por ayudar a los animales, que es egoísta. Joder, ¿es que me tengo que sentir mal por todo?», rememora Guarascio.
Me dijeron que no está bien sentirse bien por ayudar a los animales, que es egoísta. ¿Es que me tengo que sentir mal por todo?
El perfil de los activistas ayuda mucho a entender cómo se consigue esta manipulación emocional: «Suelen ser personas emocionalmente muy vulnerables que se preocupan muchísimo por los animales. Muchos tienen problemas de depresión y eso les hace más fácilmente manipulables. Gente que está sola, que necesita compañeros, porque dentro de este movimiento te sientes muy solo, tu familia y amigos no te respaldan y te empiezas a separar, y en una de estas oenegés encuentras a gente que piensa como tú, con la que puedes compartir una cena sin sentirte un bicho raro, y te vas acercando cada vez más a ellos y cortando lazos con tus amistades. Al final formas parte de una nueva familia. Por eso nadie se atreve a hablar mal, porque te hacen sentir culpable si lo haces». Guarascio dio la voz de alarma en junio en el siguiente vídeo:
Este enredo de envidias y rencillas entre organizaciones no ha sido siempre así. Todo explotó con la irrupción del abogado neoyorkino Gary Francione, pionero en la teoría abolicionista de derechos de los animales y cuyos libros, en especial ‘Derechos de los Animales: El Enfoque Abolicionista’, son la biblia del veganismo junto a los libros de otro filósofo, en este caso australiano, llamado Peter Singer.
Desde Francione, la defensa de los animales se divide en tres corrientes: el bienestarismo, que aboga por garantizar el bienestar animal dentro de las explotaciones ganaderas; el neo bienestarismo, que busca el fin de la explotación animal desde un punto de vista realista, es decir, mediante la acción legislativa y la concienciación social; y el abolicionismo, la línea más radical que exige la liberación inmediata de todo animal en cautividad (salvo las mascotas).
«Con Francione se rompe todo y entra en juego la ideología. Cualquier matiz que a una persona normal le parece insignificante aquí genera grandes distancias entre oenegés. Igualdad Animal empezó siendo abolicionista, pero ahora se vende como neo bienestarista porque se ha dado cuenta de que ser radicales genera rechazo social. El resto de organizaciones hace igual. Todas son abolicionistas, pero necesitan ofrecer una cara menos agresiva», explica.
Máxima opacidad con el dinero
Las organizaciones animalistas son firmes en su rechazo a la explotación animal, pero no parecen tener tantos reparos con la explotación humana. Todas viven, según Guarascio, de la buena fe de decenas de voluntarios que invierten todo su tiempo, incluso sus ahorros, en trabajar para la causa sin recibir siquiera las gracias. «Igualdad Animal, que es la organización que yo conozco y la que se ha hecho con casi todo el espacio en España, está encabezada por tres personas más otras diez satélites que no aparecen en los papeles. Los tres cabecillas son quienes gestionan el dinero de las donaciones, de las ventas de libros, de la venta de comida vegana para perros y gatos… Los demás no ven un céntimo. Hay cero transparencia, nadie sabe cuánto dinero entra ni en qué se gasta. Ahora mismo, los jefes de Igualdad Animal [Sharon Núñez, Javier Moreno y José Valle fundaron esta organización en 2006] viven en Los Ángeles. Una pareja de viejitos de California les cedió todos los derechos de su oenegé porque se querían retirar y ellos se quedaron con todos los socios y la estructura y la convirtieron en Animal Equality. Ahora tienen a Pamela Anderson y a Moby haciendo campaña por ellos. Viven en la nube que siempre quisieron vivir», explica el activista.
Entretanto, en España casi todo se sigue moviendo a base de voluntarios «y algunos perfiles profesionales contratados que no son veganos ni activistas. Cuando necesitan contratar gente nunca piensan en los voluntarios. Eso también ha dolido mucho entre las bases». Este diario ha tratado de contactar a Igualdad Animal por varios canales para obtener su versión sin éxito.
El caos de los santuarios
Es una práctica cada vez más habitual entre los amantes de los animales: apadrinar a un animal en un santuario para que le cuiden y no le falte de nada. «Yo he estado apadrinando animales que estaban muertos desde hace años y no te lo dicen para que sigas poniendo el dinero. Lo hacen todos los santuarios. Yo tenía una vaca en un sitio, dos gallinas en otro, dos cerdos en otro… Un día me dijeron que mi vaca llevaba años muerta, pero a mi me seguían haciendo el cobro domiciliado en la cuenta. Como no quieren dar malas noticias te engañan y no te lo dicen. Aparte de que la mayoría de santuarios están gestionados por gente que no tiene idea de animales, no tienen ni veterinario, hay muchísimas negligencias. Para tener 400 animales que vienen de mataderos o enfermos de la calle hay que invertir mucho dinero y llevar un buen control, pero casi nadie lo hace. No quieren gastar o no tienen recursos».
«Con cualquiera que hables que ha pasado por un santuario te dirá que ha estado tres meses ahí limpiando mierda de sol a sol sin cobrar un céntimo», prosigue Guarascio, que también ha sido voluntario en varios de ellos y los conoce bien. «La gente no dura ni una semana, los tratan a látigo y se hartan. Mientras, los dueños se dedican a facturar con las donaciones vendiendo su imagen de santos y llorando en internet buscando socios y colaboradores. En las fotos solo muestran a los animales más bonitos. Una oveja vieja no te la aceptan, solo quieren corderos para echarles la foto. Yo he llegado a oír a uno decir ‘tráeme el cordero ya, que después pasa la Pascua y la gente se olvida y hay que sacarle las fotos ahora’. Es espantoso. Estas cosas son las que te desilusionan del todo». También hay algunos ejemplos positivos, subraya el activista. El más destacado, según él, es el santuario Gaia, en Girona.
Los santuarios se hacen la competencia entre ellos para ser los más populares y, por lo tanto, los que reciben más donaciones. Aunque para santuario extraño, el del colectivo ‘Almas veganas’, también en Girona, que se hizo célebre hace unas semanas por separar a las gallinas de los gallos para evitar que las violen. «Estas cosas son muy perjudiciales para el movimiento vegano porque nos hacen parecer unos radicales. Es ridículo decir que los gallos violan a las gallinas. Este es el resultado de mezclar el feminismo con el movimiento contra la esclavitud animal. La sociedad se aleja de nosotros por estas cosas», resopla Guarascio.
Lo mismo opina de los asaltos a granjas, muy de moda últimamente en España a cargo de grupos de jóvenes venidos de todo el mundo. «Esto de asaltar a un señor en su granja y soltar a los animales es un disparate. Es una familia que se está ganando el pan independientemente de que yo lo considere injusto para los animales. ¿Y luego qué hacen con esos animales rescatados? Todos terminan mal cuidados en algún santuario o tienen muertes peores si son liberados, atropellados en una carretera o devorados por cualquier animal en el bosque».
En el fondo, cuenta el popular chef vegano, lo que ocurre con las oenegés animalistas no dista mucho de lo que pasa con otros movimientos: la entrada de la ideología y de la competencia entre facciones por conquistar la superioridad moral y hacerse con la mayor facturación. «Cualquier abuso de los líderes se tiende a justificar por el bien del veganismo, por el bien de los animales, y lo mismo por el bien del colectivo LGTBI, por el bien del feminismo… Los animales merecen ser respetados por sus derechos como animales, es así de simple. Toda la ideología que le metamos después es un error. Yo no niego el trabajo que han hecho las oenegés por los derechos de los animales, gracias a ellas hemos avanzado mucho, solo digo que se han desvirtuado y que funcionan a base de explotar a la gente. Los amantes de los animales deben tener cuidado de a quién donan su dinero, porque están financiando ideología, no a los animales. Si quieres a los animales, lo mejor que puedes hacer es dar tú un paso al frente y salir a la calle a salvar animales o ir a una protectora y ayudar como puedas».
Fuente. El Confidencial