Como la climatología a finales de noviembre no nos quiso dar ese placer que tanto nos gusta, que es la caza, y viendo que no pasaban las malvices ni las alirrojas y que la única becada que capturé es la que se muestra en la foto (no hay muchas porque estaba el monte bastante seco), me bajé a Extremadura a ver cómo andaban por allí las palomas.
Según me informaron mis fuentes, mi padre, los bandos que se veían andaban buscado bellotas, pero con el problema de la sequía que hubo durante meses atrás, este fruto se ha podrido y no había ni un bellota (que son las que más les gustan) en los alcornocales ni tampoco en las encinas. En el pueblo se comentaba que este año la temporada en la Sierra de San Pedro no iba a ser tan buena como en años anteriores. Pero con las lluvias caídas el pasado mes de noviembre esperaba que alguna becada se hubiera quedado por la dehesa extremeña. En todo caso, opté, como último recurso en hacer alguna salida a por liebres (esas ya están tan tiroteadas que en cuanto aparcas el coche se meten a la mancha, como los jabalíes).
Aparte de poder cazar durante cuatro días, disfruté de la paz y la tranquilidad que se respiraba en el ambiente, ese silencio que hace que la mañana sea más bonita; salir del bar después de desayunar un buen plato de migas, oír los cantos de los pájaros, los ciervos que van de recogida a la mancha o ver a los perros ansiosos por salir a cazar.
En cuanto a las palomas, sí que se vieron por allí bastantes. Los compañeros del pueblo estaban deseando ver amanecer para ir a los puestos con los cimbeles… de eso disfruté esa semana, además de los ibéricos, claro.
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