Más de 4.000 penes,
enfriados a 20 grados bajo cero, esperan turno
para ser embarcados en el puerto de Valencia.
Destino: Hong Kong, indican en letras grandes
las etiquetas de las cajas. Cada una porta 20
genitales. Una delicatessen, dicen.
En 36 días, tras cruzar el Canal de
Suez, los penes criados en España
llegarán a la antigua colonia inglesa y
desde allí seguirán rumbo a
Pekín, Taiwán, Tokio o
Singapur, donde serán degustados,
previa reserva, por los paladares más
exigentes. Pasen y prueben. Un surtido de
penes estofados, 150 euros el plato. El de
ciervo, 180… No es comida para
débiles.
«Yo, una polla, por bien guisada que
esté, no me la como», dice tajante
Paco Polín, Paco el de los venados, le
llaman en La Mancha, uno de los grandes
exportadores de genitales.
Los aficionados a tales viandas, hombres
en su mayoría, buscan mejorar su
yang, la energía masculina o virilidad,
según reza el taoísmo.
¿Hay mercado? «Promete, sí»,
afirma el carnicero manchego, «a los
asiáticos, no sé por
qué, les vuelven locos los penes».
Especialmente los de ciervo, entre los
más valorados no sólo por su
jugosidad. La potencia avala la fama de este
preciado bocado. Pues circula la creencia en
China de que al disponer de un harén
de hembras numeroso, el miembro de cada
macho adquiere la fuerza de tres penes de
toro. El jueves, a media mañana,
Crónica fue testigo de los
prolegómenos de su viaje a
Oriente.
En la sala de despiece de Cárnicas
El Milagro, de la que Polín es
dueño y señor, preparaban las
primeras remesas de penes con destino a
China. Van congelados en cajas de
cartón. Paco, cuarta generación
de una estirpe de carniceros de la caza, no le
hace ascos. Sabe más que nadie de
venados y monterías (con Mario Conde,
el marqués de Griñón o
Los Albertos). Nos enseña una tanda de
penes aún frescos. Impone. El
tamaño también importa: unos
30 centímetros mide cada genital.
«Este es mediano, los chinos los quieren
grandecitos, sacarán más
raciones…», presume el empresario de Las
Ventas con Peña Aguilera (Toledo).
Cuesta imaginárselo en un plato para
comer, testículos incluidos. Desde
aquí se envían hacia oriente
3.000 penes, dependiendo de la temporada. Al
peso o a la pieza. «Un pene sale a entre 9 y 10
euros», explica Juan Carlos, copropietario de
Cárnicas Torrecaza, en la provincia de
Toledo. Visto así en crudo cuesta
mucho imaginárselo en el
paladar.
¿Costumbre? ¿Cultura? Los
chinos, de acuerdo a un viejo dicho, comen
cualquier cosa con cuatro patas, excepto las
mesas. Y todo lo que vuela, a
excepción de los aviones.
En la llamada calle de las serpientes, en
Taipéi, uno de los destinos, el pene de
venado español, que sirven en tarros de
cristal para llevar, se ofrece como una de las
delicias. Y en Taiwán, pese a que no
existe prueba científica que lo avale,
las mujeres acostumbran a comérselo
durante el embarazo para que la madre y el
bebé se vuelvan más fuertes.
Comida extraña que a veces se ingiere
cruda.
El de los penes es un negocio que ha
comenzado a pitar con fuerza en
España. «Un nuevo mercado [nada
conocido fuera del sector] que va a
más», admite el de Torrecaza. Lo que
antaño se tiraba a la basura, por dar
asco, ahora le aporta unos ingresos extra nada
despreciables. En entre 90.000 y 100.000 euros
por temporada de caza.
La ruta de los genitales al plato conduce
inevitablemente al Guolizhuang, en
Pekín. Es la referencia de la
gastronomía extrema. Todo lo que
aquí se ve y se huele resulta raro.
Comer o incluso visitar este restaurante,
considerado como el templo mundial de la
comida de penes, requiere estómago.
Se presentan bajo nombres tan sugerentes
como El despertar del Fénix, Esencia
del Buda de oro, Dragón en la llama
del deseo o Flores de jazmín con 1.000
capas. Suenan bien, pero en realidad son
penes y testículos de ciervos, perros,
chivos o burros. Enteros o en finas rodajas.
Ninguno de los platos baja de los 40
euros.
«Comer penes es riquísimo y
además puede dar más vigor al
hombre», ensalza el chef pequinés Xiao
Shan, artífice del menú de la
lujuria, heredero de un arte familiar, quien
aprendió a preparar órganos
sexuales a los 13 años. Entre sus
creaciones, además del miembro de
ciervo, destaca el pene de yak (220 euros al
cambio), un surtido de 10 genitales por 200
euros -qué mejor forma de llegar a un
acuerdo de trabajo- o el nuevo plato de
miembro de caballo de unos 50
centímetros, 190 euros, el
«más delicioso», según Shan. Si
alguien no quiere ser visto llevándose a
la boca tales manjares raros -incluido el
típico miembro viril de tigre guisado-
el local ofrece salas privadas y cabinas, lejos
de miradas indiscretas. El requisito previo pasa
por rellenar una solicitud con una tarjeta de
crédito plata, oro o platino.
Gustan tanto los genitales que el
Guolizhuang -nombre que podría
traducirse por el de «potencia en la olla»- ha
pasado a ser una franquicia imparable, con
cuatro restaurantes en Pekín y uno en
Atlanta, EEUU. Los camareros explican las
propiedades de cada plato a los invitados. A
las mujeres les advierten que no deben comer
testículos -las hormonas
podrían darles una voz muy profunda,
dicen-. Y a los menores de 15 años no
se les permite la entrada por temor a que la
comida interfiera en su crecimiento.
A Marcelino del Castillo, dueño de
Vencaza, otra de las cárnicas de caza
con más nombre en Castilla-La
Mancha, el fenómeno no le sorprende.
«Con esto de la cocina moderna y que a la
gente le gusta probar de todo, pues hay una
especie de moda», explica. «Antes se
exportaba a Alemania y ellos mandaban a
China o a Japón. Pero ya no hacen de
intermediarios, se envía la
mercancía directamente desde
aquí». Y no sólo al extranjero
van penes. La demanda de colas y tendones,
otros de los subproductos que terminaban en la
basura, también ha crecido. Las colas
se pagan a 7 euros la pieza. Contienen una
glándula sexual que los chinos utilizan
para potenciar los olores de los perfumes. Y de
los tendones de ciervos, a tres euros el kilo,
obtienen hilo quirúrgico. «Nuestro
negocio sigue siendo el ciervo y el
jabalí, pero es verdad que ahora
mismo en Asia se está abriendo un
gran mercado enorme de todas estas cosas».
Un cálculo aproximado (no existen
cifras oficiales) cifra entre 500.000 y 700.000
euros por temporada las exportaciones totales
de penes.
¿Hay más que
superstición en el consumo?
Hipócrates, el griego al que llaman
padre de la Medicina, recomendaba venado
para resolver las dificultades sexuales.
Preguntado si en España
triunfaría un menú a base de
penes variados, Roger Chen, conocido chef en
Madrid, no duda: «Aquí no conozco
ninguno ni creo que tuviese aceptación
entre los españoles, son gustos y
costumbres muy diferentes». ¿Alguna
vez, aunque sólo sea por curiosidad, ha
guisado un pene? «No nunca, lo siento…»,
zanja Chen, del restaurante del Santiago
Bernabéu.
Visto en crudo, asquea. Aunque
después de 40 años
viéndole las entrañas a gamos,
jabalíes y ciervos, a Paco Polín
ya nada le repugna tocar. Agarra el pene de un
ciervo para mostrarlo a la cámara del
fotógrafo con naturalidad, como si
estuviera enseñando un
salchichón. «Los quieren [en China]
así, enteritos, con los testículos
y la cola al final. Luego ellos los cortan a su
gusto y los preparan», explica. «Van
congelados a Hong Kong para que aguanten
fresquitos. Y nada más. Qué le
parece…».
Bon appétit.