Se da la circunstancia de que en un mismo entorno natural, el Macizo de Picos de Europa, hay zonas, separadas por un río o una carretera, en las que se puede cazar, por no pertenecer al Parque Nacional. Lo que en un principio parecía una medida lógica, la caza deportiva generadora de ingresos en los parques nacionales –de la que el propio Ministro era partidario–, al final, como siempre, la política ha sucumbido a la presión ‘verde’.
Aún recordamos cuando el PP, en la oposición, era partidario, frente a la negación recalcitrante del PSOE, de llevarla a la práctica.
Una vez más, el sector cinegético vuelve a ser vapuleado sin miramientos, maltratado, ninguneado, traicionado y, sobre todo, superado por aquellos que son capaces de atarse a farolas, levantar pancartas o gritar más alto, sin más mérito que tener el poder de condicionar sobremanera la opinión, y seguramente el voto, de una sociedad que, por desgracia, cada vez es más urbanita, está más desligada del campo y desconoce totalmente el mundo rural, la realidad de lo que realmente pasa en la naturaleza y su aprovechamiento y gestión sostenibles, tan defendidos por todos.
Espacios naturales irreales
Nos encontramos en una época en la que ‘conservador’ es sinónimo de consumidor de pantalones de trecking y botas de montaña, aunque sólo sea para ir a comprar el pan el sábado por la mañana a la tienda de la esquina; ‘amante de la naturaleza’ es igual a dominguero que, sin bajarse del coche, hace una ruta marcada por un GPS que le indica por dónde girar sin ni siquiera alzar la vista y que podría haber dado una vuelta a Madrid por la M-50 como por el corazón de Monfragüe con los mismos efectos; o, mucho peor aún, ‘gestor’ es aquel capaz de salvar la vida al lince ibérico con sólo haber leído alguna revista ambiental en un bar, sin haber llenado nunca un bebedero, cargado con un saco de cebada para la fauna o haber colaborado, arañándose las manos, en la construcción de un vivar de esos que sí albergan conejos, los que sí son capaces de salvar al lince e incluso facilitar su cría en libertad.
En este caldo de cultivo en el que están inmersos políticos y medios de comunicación generalistas, no era de esperar otra cosa que lo que a la postre ha sucedido. Hace pocas semanas el Consejo de Ministros, a propuesta del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (MAGRAMA), aprobó remitir a las Cortes el Proyecto de Ley de Parques Nacionales. Con este proyecto se garantiza «su adecuada conservación», «se refuerza la coordinación y la colaboración entre el Estado y las Comunidades Autónomas, encargadas de su gestión» y, a la vez, ya en la exposición de motivos, se señala alto y claro que «En todo caso se consideran incompatibles la pesca deportiva y recreativa y la caza deportiva y comercial así como la tala con fines comerciales. Por motivos de gestión y de acuerdo al mejor conocimiento científico, la administración del parque podrá programar actividades de control de poblaciones, de erradicación de especies exóticas y de restauración de hábitats».
¿De qué estamos hablando? ¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿Qué espacios naturales pretendemos crear? ¿Qué repercusiones tendrán algunas de estas medidas? Seguramente, son algunas de las muchas preguntas que a casi todos los amantes de la naturaleza, con mayúsculas, y de su verdadero aprovechamiento sostenible y de la caza racional se nos pasarán por la cabeza.
Pues sí, estamos hablando de una norma que dificulta y limita la gestión, llegando al extremo de prohibir la cinegética, y que complica la vida de los cada vez más escasos pobladores del medio rural. Da la sensación de que lo que se pretende es convertir nuestro patrimonio natural, el de todos, en un escaparate donde animales salvajes y rústicas gentes, si es que queda alguien, se muestren ante los visitantes, sin más objetivo que ser fondo de pantalla del ordenador de la oficina el lunes por la mañana. No se percatan de que lo único que van a conseguir actuando así es montar un teatro artificial que provocará el deterioro implacable de esos ‘espacios protegidos’ que tantos años han tardado en generarse, en parte, cómo no, gracias a la actividad de sus pobladores.
Para responder a cómo hemos llegado a esta situación, la verdad es que quizás lo mejor sería consultar la opinión de un sociólogo más que de este humilde equipo técnico, de formación veterinaria y medioambiental. Sin embargo, nos atrevemos a apuntar que llevamos algunos años construyendo una sociedad urbana que se aleja del campo y lo desconoce, engañada por los intereses de muchos buscavotos fáciles o de algunos de los que viven de inmensos fondos nacionales e internacionales destinados a esa conservación artificial, e incluso, por aquellos que, siendo más de pueblo que una madreña, han querido subirse al carro de la modernidad, renegando de sus orígenes rurales, esos orígenes que permitieron a sus padres y abuelos, gracias a la agricultura, la ganadería, el aprovechamiento forestal y también la propia caza y la pesca, comer, conservar y originar lo que hoy pretendemos destrozar con esas medidas de ‘protección’.
En cuanto a la última de las preguntas planteadas, ¿qué repercusiones tendrán algunas de estas medidas?, su respuesta es la más difícil, porque, aunque a día de hoy nadie puede asegurar nada, pintan bastos y en el futuro se avecinan negros nubarrones.
Entre otras cosas, en tiempos de profunda crisis económica, van a cortar de raíz una importante fuente de ingresos que contribuye decisivamente al desarrollo rural en los parques, la caza, que, bien aprovechada, como se viene haciendo desde hace años en muchos lugares gestionados por técnicos de excelente valía y experiencia de diferentes administraciones, supone un recurso económico directo e indirecto de indudable e, incluso, en ocasiones, de incalculable valor.
Tampoco debemos olvidar que a lo largo de siglos, las actividades humanas han generado evidentes desequilibrios en numerosos ecosistemas que, de no ser gestionados por acciones directas como la caza, es muy previsible que provocarán importantes problemas.
Por ejemplo, si pensamos en los grandes predadores, como el lobo ibérico, a medio y largo plazo nos daremos cuenta de que los encontronazos serán cada vez más importantes y no sólo con ganaderos, sino también, incluso, con alguno de esos imprudentes y desconocedores amantes de la naturaleza que, atraídos por la adrenalina de lo salvaje, cometerán el error de acercarse demasiado a fotogénicos animales que no dejan de ser salvajes, por mucho que le pese al guardabosques del oso Yogui.
Naturaleza sabia y soberana
Si vamos un poco más allá, la no caza de ungulados silvestres allí donde los predadores son escasos o están ausentes, generará evidentes repercusiones negativas, como ocurre ya en algunos parques, no sólo en cultivos agrícolas o forestales, sino, probablemente, también en muchas plantas endémicas, algunas en peligro de extinción, o en zonas sensibles como humedales, de gran valor para muchos anfibios que también se encuentran amenazados.
No olvidemos, además, los accidentes de tráfico provocados por la fauna silvestre, a los que se expone cualquiera, incluso aquellos que madrugan con sus telescopios y cámaras de fotos de última generación con zoom de 40x en busca de la instantánea de su vida. ¿Cuál será su opinión sobre la caza si les entra un ciervo por el parabrisas de su ‘furgo molona’? Seguramente, en ese momento tratarán de solicitar el daño al coto del punto kilométrico donde se produjo el accidente o al propio parque, siendo todos, entonces, los que tendremos que pagar por él.
“¿Qué significa ‘control’? ¿Pondrán agentes de la autoridad pidiendo la documentación a todo ciervo, corzo, jabalí, rebeco o lobo que pase por los puntos de control? ¡Pues no, control es caza!, una caza que, por desgracia, no se puede llamar como tal para no molestar y que, además, pasará de un ingreso económico, a un gasto para todos”
“¿Qué significa ‘control’? ¿Pondrán agentes de la autoridad pidiendo la documentación a todo ciervo, corzo, jabalí, rebeco o lobo que pase por los puntos de control? ¡Pues no, control es caza!, una caza que, por desgracia, no se puede llamar como tal para no molestar y que, además, pasará de un ingreso económico, a un gasto para todos”
Otro de los evidentes riesgos que corremos cuando la caza esté prohibida será el incremento en la frecuencia de aparición de brotes de enfermedades infectocontagiosas, que pueden serlo no sólo para las especies silvestres, sino también para el ganado o incluso las personas. No olvidemos que, por desgracia, los ácaros de la sarna no diferencian entre el pelo de un rebeco o la piel cubierta por un impecable pantalón multibolsillo de un naturalista de postín.
«Otro de los evidentes riesgos que corremos cuando la caza esté prohibida será el incremento en la frecuencia de aparición de brotes de enfermedades infecto- contagiosas».
«Otro de los evidentes riesgos que corremos cuando la caza esté prohibida será el incremento en la frecuencia de aparición de brotes de enfermedades infecto-
contagiosas».
La naturaleza es sabia y soberana, capaz de emplear sus propias herramientas para autorregularse, es verdad, pero cuando los equilibrios no son tales y los ecosistemas han perdido la pureza original, y no precisamente por la caza, estas ‘herramientas naturales’ pueden no funcionar bien y provocar efectos devastadores en el entorno, la fauna y la población. Las enfermedades no sólo matan animales, sino que también condicionan el intercambio de ganado, repercutiendo decisivamente en la economía local y puede que no tan local.
La mentira de la ‘gestión’
Ahora queda por resolver la cuestión de cuestiones: ¿qué pasará si ocurre alguna de las graves situaciones comentadas?
Nuestros ‘eficientes legisladores’, aún queriendo contentar por encima de todo a los amantes de ‘lo salvaje’ han dejado la puerta abierta a que, como recoge la norma, «Por motivos de gestión y de acuerdo al mejor conocimiento científico, la administración del parque podrá programar actividades de control de poblaciones, de erradicación de especies exóticas y de restauración de hábitats».
¿Qué significa ‘control’? ¿Pondrán agentes de la autoridad pidiendo la documentación a todo ciervo, corzo, jabalí, rebeco o lobo que pase por los puntos de control? ¡Pues no, control es caza!, una caza que, por desgracia, no se puede llamar como tal para no molestar y que, además, pasará de un ingreso económico, a un gasto para todos. Ese control lo tendrán que hacer agentes medioambientales y celadores en horas de trabajo, cuando, seguramente, podrían estar llevando a cabo otras actuaciones mucho más interesantes para la gestión y conservación de los parques. O, peor aún, cuando se produzcan problemas serios habrá que contratar, y lo pagaremos todos también, a equipos de ‘controladores’ profesionales, esto es, empresas de cazadores a sueldo que, en lugar de pagar por cazar, cobrarán por ello.
Desde luego, nos encontramos ante un panorama desolador, preocupante y, lo que es peor, sin perspectivas de mejorar; panorama que no cambiará nunca mientras los cazadores, como ocurre en otros países no muy lejanos, no estemos unidos y seamos capaces de gestionar adecuadamente no sólo la caza, sino nuestra propia imagen y sus campañas publicitarias, con una actitud responsable y, ¿por qué no?, con un departamento de comunicación y marketing fuerte y profesional y un intenso trabajo de concienciación social, sobre todo para recuperar en los más jóvenes el amor por la naturaleza, por el campo y por la caza, más que por las consolas, smartphones y demás artilugios varios.
Nos queda una pequeña esperanza, aquella que pasa por que todos, la sociedad en general, deje de avergonzarse de su origen rural y comience de nuevo a entender que conservar pasa por aprovechar los recursos naturales, y la caza es uno más, de forma sostenible, conozca la realidad de los ciclos naturales, de la vida y de la muerte, y entienda que mucho de lo que somos, desde el origen de la especie, se lo debemos a la caza, fuente principal de proteína en nuestra dieta sobre la que se sustentó el desarrollo de nuestro cerebro y, con ello, parte de la evolución que nos ha permitido llegar a lo que hoy somos.
No se olviden aquellos que disfrutamos de la naturaleza cazando, pero también pensando en su conservación sobre todas las cosas, y en el desarrollo rural sostenible, de verdad, y que creemos que el perro de caza, bien cuidado y alimentado y saliendo al campo, es mucho más feliz que otros congéneres que son ‘sobados’ hasta la extenuación y ridiculizados con un abrigo o collar de perlas paseando por una contaminada acera de ciudad.
¡También amamos a los animales y, sobre todo, los respetamos como tales animales que son! ¡Ah, y también votamos…!