Cuando montó su negocio no estaban terminadas ni las aceras de la calle Vitoria. Gamonal era un barrio en plena expansión y Enrique Ibáñez se la jugó ampliando el negocio familiar que hasta entonces se había limitado al centro de la ciudad.
40 años después, su armería está más que consolidada hasta el punto de que Ibáñez podría jubilarse este mes de septiembre y no lo hará para continuar dando servicio a la clientela. En su local no solo se venden artículos de caza y pesca, sino que también funciona un taller donde repara armas, oficio del que ya quedan muy pocos representantes.
Él aprendió los secretos de las escopetas y los rifles en una vieja fábrica de la localidad guipuzcoana de Eibar, lugar de gran tradición armera, a donde le mandó su padre «porque él podía haberme enseñado pero nadie suele ser buen maestro de los hijos». Y allí pasó por todos los procesos que conducen a la creación de un arma, desde las culatas de madera a los sistemas de disparo automático.
En los buenos tiempos llegó a tener trabajo proveniente de las provincias cercanas, pero ahora se conforma con los arreglos que le llegan básicamente de los cazadores. El deporte de la caza es el que sostiene a la armería «aunque es una actividad cara, cada vez hay menos animales y el sector se resiente», apunta.
Las armas no son juguetes y, a juicio de Enrique, los españoles están en general suficientemente concienciados de ello. «Hay bastante respeto y se emplean con cabeza», explica hablando de unos controles para los que pide moderación: «No debería ser ni lo de Estados Unidos, donde todo el mundo puede ir armado, ni el endurecimiento que a veces se plantea aquí». Por sus manos han pasado verdaderas joyas italianas, belgas o americanas, y hasta alguna Holland&Holland, una escopeta inglesa para los más exclusivos. Dispara lo mismo, pero con más elegancia.
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