Walt Disney fue un ser lleno de
buena intención que nunca se dio
cuenta del daño que iba a hacer a
nuestra civilización humanizando los
animales y dándoles la palabra.
Primero fue «Dumbo», en
1941, y después «Bambi»,
en 1942. Y con esa cuña tan bien
clavada por el genio Walt, sus herederos han
seguido finiquitando el sentido común
hasta nuestros días, en que
todavía en 1994 la
compañía Disney nos regalaba
en «El Rey León» unas
manadas de félidos buenísimos
con los que uno querría sentarse a
echar la tarde y compartir merienda. Igualitos
que este Cecil de Zimbabue, que debe de ser
un país donde el régimen de
Robert Mugabe sólo es culpable del
genocidio de los animales que mueren en sus
fronteras y a los que las redes dedican tanta
atención. A los humanos (negros) de
esa tiranía, que les den. Pero al pobre
Cecil…
Hay versiones tan contradictorias sobre lo
que de verdad ocurrió en la caza de
ese león, que no me atrevo a juzgar lo
que allí sucedió con la ligereza
de tantos, que ya han condenado una actividad
imprescindible con unos datos
mínimos. Exactamente igual que las
«penas de telediario» a las que
somos tan aficionados en España. De lo
que no tengo duda es de que, si las
descripciones más incriminatorias del
cazador americano fuesen ciertas,
estaríamos hablando de un furtivo sin
ética e incompetente. Alguien que ha
cometido unos hechos que deberían
apartarle de la caza por mucho tiempo,
quizá por toda su vida, y costarle
durísimas sanciones
económicas. Pero descalificar esta
actividad crucial para el mantenimiento de las
especies y de nuestro campo por el hecho de
que haya podido haber un violador de las
normas equivaldría a pedir que deje de
haber coches porque hay unos conductores
suicidas que se meten por las autopistas en
dirección contraria. ¿Hay
alguien a favor de eso?
Otros más cualificados que yo
podrán explicar la labor imprescindible
que hacen los cazadores en defensa del campo
y el medio ambiente. Sin ellos
acabaríamos viendo nuestros espacios
naturales llenos de caminitos asfaltados para
que los urbanitas puedan pasear
–incluso circular en vehículos a
motor– mientras los animales salvajes
quedan cada vez más
arrinconados.
En medio de este disparate
mediático, las redes han clamado
victoria ante el supuesto anuncio de las
grandes compañías
aéreas según el cual
dejarán de transportar desde
África los trofeos de los cazadores.
Gran triunfo. Hay que ver la fuerza que han
dado las redes a la «democracia
popular». Claro que no es muy habitual
que los cazadores vuelen de vuelta con sus
trofeos, que suelen pasar por el taxidermista.
Y a casi nadie le importaría de verdad
esperar tres o cuatro meses en lugar de uno,
porque un trofeo es para toda la vida, no para
el siguiente fin de semana. Y con esos plazos,
las compañías marítimas
–en las que ya casi no viajan pasajeros,
mas sí mercancías–
pueden hacer ese servicio mucho más
barato. Pero hay algo más, me
gustaría saber si quienes han
promovido tan benemérita iniciativa
animalista en las redes tendrían el
mismo interés en propulsar otra
iniciativa de boicoteo de todas las
compañías aéreas del
mundo que no actúen de forma
contrastada y con resultados concretos contra
el turismo sexual –con frecuencia
pedófilo– que practican tantos
de sus pasajeros en lugares como Cuba,
Tailandia o Vietnam. ¿O es que es
más importante un león que
una mujer prostituida? Tenemos inconveniente
en que viajen quienes van a cazar unos
animales de forma regulada y contribuyendo a
la sostenibilidad de la especie, ¿pero no
los pederastas que van a abusar de
niños?