La pérdida de los
hábitats, la aplicación de
fitosanitarios y las modernas técnicas
de producción agrícolas con una
maquinaria cada día más
sobredimensionada y el recurrente efecto de
los predadores, ocasionan que incluso los
años en los que las condiciones
ambientales de la mayor parte de terrenos
habían sido propicias, las especies de
caza menor en general y la perdiz en particular
no acabe de recuperarse.
A esta situación se suma la
escasez en la mayor parte de los territorios de
una de sus especies principales, el conejo. Este
hecho está propiciando que año
tras año, sea la perdiz la que tenga que
hacer frente tanto a la presión de los
predadores naturales como a la demanda
cinegética, ocasionando un declive
más o menos generalizado de las
poblaciones de perdiz silvestre.
La solución fácil a la que
han recurrido muchos gestores es la suelta
indiscriminada de millones de perdices de
granja. De esta forma con poco esfuerzo y una
inversión baja se logra recuperar
ficticiamente la abundancia de las capturas, sin
entrar en la valoración de su mayor o
menor pureza genética. Así,
año tras año están
confundiendo al cazador, que está
pasando de valorar los lances de la caza de
esta especie, a dar prioridad al número
de capturas que consigue en cada jornada,
importándole cada vez menos el
cómo y más el
cuánto.
Pero si esta situación es grave,
más preocupante es el encubrir bajo los
millones de capturas que anualmente se
consiguen de ejemplares de granja, la
problemática por la que están
pasando las poblaciones silvestres.
Desde el gremio de cazadores y sobre
todo del de productores de caza se
debería dar ejemplo y reconocer el
efecto que las sueltas de estos millones de
ejemplares de granja tienen sobre los
congéneres silvestres.
Aunque no se tienen datos fiables, si algo
bueno se puede encontrar en la actual y
persistente crisis económica es que la
falta de demanda ha reducido mucho las
sueltas y la falta de demanda ha cerrado
muchas granjas. Pero a pesar de ello
todavía son muchos los lugares que
recurren a estas prácticas.
¿Hasta cuándo hemos de
esperar para definir y acotar las áreas
en las que se pueden realizar estas
prácticas, dejando el resto del territorio
para los congéneres silvestres?
Conscientes de esta problemática y
con el objetivo de disponer de una alternativa
para la gestión, desde algunos centros
de investigación se vienen realizando
experiencias de recuperación de perdiz
silvestre en diferentes lugares de la
geografía peninsular, recopilando
suficientes datos que aseguran que la
recuperación de las poblaciones de
perdiz es posible, con un esfuerzo
económico y humano no más
elevado que el modelo de gestión
actual. Aun así, son escasos los
gestores que comienzan experiencias de
recuperación de las poblaciones
silvestres de perdiz y menos los cotos que los
realizan con planteamientos serios, sin entrar
en la dinámica mercantilista.
Desde el colectivo cinegético
estamos acostumbrados a tirar balones fuera y
hacer ver que todo es culpa de los
demás. Sin embargo es el turno de
hacer autocrítica y reconocer que en
muchos lugares este tipo de actuaciones es la
principal responsable del declive de las
especies silvestres. ¿Lo vamos a seguir
permitiendo?