Aún cuando la liebre
escasea y la demografía de los
animales silvestres de la zona disminuye,
todavía hay un halo de esperanza entre
una joven generación que recoge
gustosa y con ilusiones el testigo de mil viejas
generaciones.
La liebre (lepus granatensis) de Tierra de
Campos es más pequeña como
consecuencia de que, al carecer de perdederos
naturales, tiene que ingeniárselas para
salvarse de las fauces de los galgos mediante
regates y quiebros, debidamente dosificados,
hasta dejar atrás a los lebreles y
perderse en el horizonte. Cuentan con una
excelente capacidad mimética, silueta
estilizada y oído hiperdesarrollado,
siendo más pequeña,
ágil y saltarina, corre mucho y no la
aboca cualquier perro, aunque los canes sean
codiciosos, sólo es abatida por la
mayor resistencia del galgo.
Este año se presenta una
campaña sin muchas perspectivas,
debido a multitud de razones: la turalemia, ha
mermando la población de las rabonas;
la rubia o patirroja no ha criado bien y sobre
todo, si no dejan los agricultores paja del
cereal para refugio de los animales, lo que da
lugar a que los depredadores lo tengan
más fácil para abatir a sus
presas. La situación se preveía
porque antes del inicio de la desveda no se
han visto ni polluelos de perdíz, y
mucho menos liebres recolectando el girasol
como en años anteriores. No obstante,
el cazador sale a matar el gusanillo a pesar de
que es un panorama desolador, si no se pone
remedio a tan devastador futuro. Se debe
poner manos al asunto, desde las
administraciones hasta controlar y poner sumo
cuidado a las técnicas agresivas que se
utilizan en el campo, deteriorando la
naturaleza, o repoblando de caza a los cotos
que así lo soliciten, entre otros
remedios para velar por la vida
silvestre.
Salir al campo, patear la planicie
terracampina, poner las piernas a punto es uno
de los mayores placeres del comienzo de la
general, abierta hasta el último
domingo de enero. Mano sobre mano, la
cuadrilla de siempre, por unas horas torna
paleolítico al hombre civilizado. El 24
de octubre se levantó la veda y nos
dimos un baño de primitivismo en un
duelo ancestral entre la astucia en el encame,
el instinto de supervivencia de la liebre, la
resistencia de los galgos en la carrera, y
nuestros planteamientos tácticos y
estratégicos, mostrando el galguero
siempre un respeto por el adversario. En esa
confrontación, el éxito fue para
las lepóridas, las cuales, se fueron a
criar en las dos carreras que se avistaron, no
obstante la jornada fue gratificante, dado que
la caza constituye un auténtico ejercicio
deportivo y adecuado para aliviar la
tensión, y no debe ser un
esparcimiento cruel en cualquiera de sus
manifestaciones. El ideal de la caza
sería, sin duda, el de hombre libre, en
tierra libre, sobre pieza libre, lo que pasa que
a estas alturas de la civilización, ya no
es posible.