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Campo a través en busca de la esquiva patirroja

Amaneció frío y despejado en Castroverde. Las cuadrillas del Club de caza Francelos se lanzaban a primera hora a los montes del coto Río Chamoso. La mañana invitaba. El optimismo de las horas previas se diluiría a la misma velocidad que el sol alcanzaba su puesto en lo más alto. La esquiva perdiz roja quiso dejar bien claro el porqué de su calificativo. Apenas dejó rastro de su vuelo. Tres de los cazadores del club, Emiliano López, Enrique Queizán y José Rodríguez pudieron comprobarlo de primera mano.

Quien participe en una partida de caza podrá comprobar in situ el contacto directo con la naturaleza. Hacen pierna y oxigenan los pulmones. Como contaba Enrique, el único que logró la codiciada patirroja, subiendo entre toxos y xestas («o terreo e bo así», comentaban), a veces, casi a ciegas, sin ver dónde apoyar el pie: «Non hai moito, chegaba a camiñar hasta dezaoito kilómetros». Se comprende al momento, al ver cómo los perros se lanzan incansables a perseguir rastros. En este viaje por las 20 hectáreas del coto, apenas aparecían excrementos de liebre, entre unas jaras. «Pero non che son de agora», confirmaba Enrique. Para los canes también se hacía difícil el estreno. «Aínda non están a punto», indicaba José.

Porque el estreno quiso dejar mal a los que auguraban una buena temporada. Muchos se preguntaban por dónde andaban las perdices que se habían soltado días atrás. «Deica outro couto», se oía comentar.

Un veterano

Emiliano López, presidente del club, es un veterano en estas lides. Ha vivido tiempos mejores, en los que apenas un leve ruido servía para levantar una bandada. Ayer tuvo que conformarse con regresar a casa de vacío. «Non é o día», lamentaba. Él, que alterna la caza mayor (con éxito en sus monteras, en la última cayeron nueve jabalíes y dos corzos) con perdices, liebres y conejos, reconoce que disfruta con esta actividad, aunque es de los que prefiere no comer sus triunfos.

A medida que se subía por el monte, tratando de no tropezar y descalabrarse entre pinchos, ni rastro de las voladoras. Esfuerzo inútil, por esta vez. Escasos ecos de disparos en los alrededores. De hecho, los cazadores que se cruzaban en el camino respondían cortados por el mismo patrón: «Nada de nada». Casi ni oportunidad de apretar el gatillo. Escopeta al hombro, sin posibilidad de apuntar, sin vuelos de los que disfrutar. Así, decidieron darse la vuelta y probar suerte por la tarde. Y a esperar que la temporada sea propicia.

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