La caza está reconocida
como la actividad más antigua del ser
humano, ligada a su propia existencia.
Esta actividad, que sigue siendo
básica por desgracia, para la
alimentación de demasiadas personas
en el mundo, ha evolucionado en nuestro
entorno hacia una actividad meramente
ecológica-deportiva, que favorece el
mantenimiento de las especies silvestres
llamadas cinegéticas, o especies
cazables, potenciando las poblaciones de
rapaces y otros depredadores que en
algún momento han estado en peligro
de extinción. Por otro lado, el cazador
es un guarda del medio rural, de su
mantenimiento, sostenibilidad y calidad
ecológica.
El lector alejado de la naturaleza y de esta
actividad se preguntará como capturar
a estos animales puede aumentar el
número de sus competidores, y la
razón no es otra que la gestión
cinegética de los cotos, que ha logrado
incrementar las poblaciones a base de
disminuir las capturas y mejorar su
alimentación, sanidad y acceso al agua
en los periodos más adversos del
año agrícola. La caza es muy
exigente, física y mentalmente con el
que la práctica, y superar a la especie
silvestre en su terreno es el objetivo. La
captura, base proteínica de muchas
familias del medio rural en nuestro
país hasta mediados del siglo pasado,
se ha convertido en el lance menos atractivo,
sobre todo en la caza con galgos.
La evolución y
despoblación del medio rural junto al
incremento de actividades de ocio de menor o
nulo esfuerzo han disminuido de forma
importante los practicantes de esta actividad.
Cuéllar no es ajeno a esta tendencia,
apenas un centenar de cazadores mantienen la
más antigua actividad humana, pero
actualmente, con el objetivo de que las
especies silvestres sigan subsistiendo.