Un subteniente del
Ejército de Tierra
acuartelado en Córdoba,
Alfonso R.M., ha sido condenado a
un año y dos meses de
prisión por el Tribunal
Supremo por cazar conejos y otros
animales en un polvorín
militar, utilizando para ello gafas
de visión nocturna y
vehículos todo terreno
Aníbal.
El superior inmediato del
subteniente, el capitán
Franciso Javier P. de L.,
también resulta condenado,
a diez meses de cárcel, por
permitir la conducta de su
subordinado.
Los delitos por los que el
Tribunal Militar condenó al
suboficial y a su capitán -en
una sentencia confirmada ahora
por el Supremo- son,
respectivamente, exceso arbitrario
en el ejercicio del mando e
incumplimiento de los deberes
inherentes al mando.
El capitán, como jefe
del Acuartelamiento El Vacar, en
Villanueva de Córdoba,
estableció un plan de
seguridad que fijaba un
área del recinto como zona
prohibida porque incluía
almacenamiento de explosivos y
municiones, vehículos de
carga y descarga y otros
elementos. Así mismo,
establecía recorridos fijos
para las patrullas de vigilancia y
otros aleatorios.
Entre los años 2008 y
2010 ambos militares estuvieron
destinados en dicho
acuartelamiento y fueron
responsables de ejercer como
oficial al mando del plan de
seguridad.
Y fue durante esos años,
aprovechando su turno como oficial
a cargo del plan de vigilancia,
cuando el subteniente
practicó la caza, en
ocasiones incluso en áreas
de la denominada zona prohibida,
donde estaba el
polvorín.
El subteniente se ponía
las gafas de visión
nocturna, se subía en un
vehículo todo terreno
‘Aníbal’ y aprovechaba que
conocía dónde no
había cámaras y
sensores para cazar allí
conejos y otros animales.
«Esta actividad», dice la
sentencia, «era desarrollada por el
procesado unas veces solo y otras
en compañía de
personal civil, concretamente del
entonces adjudicatario de diversos
contratos para el mantenimiento
del polvorín», de su
hermano y de sus hijos, así
como de otras personas no
identificadas.
El subteniente, que
aprovechaba para sus actividades
cinegéticas los turnos en los
que estaba al cargo de la vigilancia
del cuartel, ordenaba que las
patrullas de vigilancia que
debían recorrer el cuartel
que no transitaran por las zonas
donde iba a cazar y que retirasen
de ellas a los perros
guardianes.
Además, exigía
que no se anotase la entrada de
los civiles que le
acompañaban en el registro
de visitas.
La mayor parte de los soldados
destinados bajo el mando del
subteniente conocían sus
actividades porque habían
visto escopetas y cartuchos o
incluso porque al escuchar disparos
y acudir a su origen, se
encontraron con su superior.
Así, en una
ocasión, cuando dos
soldados acudieron al ruido de
disparos a la zona de caza el
subteniente les dijo «que se
marcharan de allí, que le
estaban espantando a los bichos».