Podemos se queja de que el Ayuntamiento de Madrid imponga a las aves invasoras una «solución final», con lo que pone graciosamente al mismo nivel a pájaros y a judíos
Están cazando a tiros las cotorras argentinas de Madrid. Hay ojeo en Fuente del Berro. La medida tiene un punto romántico como de tirada del Conde de Teba, munición del nueve, almuerzo, canana, secretario y collera de paralelas fabricadas en Eibar con cañones que brillan al sol de la mañana. O de Campos de Castilla en un párrafo de Miguel Delibes cuando se le arrancaban las torcaces de las copas de los pinos. Hay belleza en el tiro que se adelanta a la pieza que viene cruzada o en la sorpresa cuando el pájaro se aparece sobre uno y se abate a capón. La precisión del lance siempre es importante para la estética y el relato posterior del sacrificio, por eso en el restaurante Alhambra de Pamplona, Iñaki Idoate te cuenta si la becada que vas a comer se cobró al primer tiro o al segundo. No sabe igual.
A la izquierda-Malasaña esto le parece una masacre y cuelgan carteles en su contra en los que se apela a la sororidad con las cotorras, «nuestras vecinas». También circula un vídeo de una animalista que corre por el parque donde se estaba dando la cacería gritando «¡Los cadáveres!, ¡Los cadáveres!», como si presenciara la matanza de Mogadiscio. Se olvida de que los cadáveres pertenecen a los hombres. La cotorra argentina es una especie invasora que tiene que ser controlada, pues su presencia afecta a otras poblaciones autóctonas con las que compite en hábitat y alimento. O es que el ser humano no puede matar una cotorra, pero la cotorra sí puede matar un murciélago o reducir a la mitad la población de cernícalos primilla. Según el animalismo, que el ser humano termine con las psitácidas es un genocidio, pero que las cotorras terminen con otros animales, no. Siendo todos iguales como pretenden, el pastor, cuando mata al lobo, comete un asesinato, pero no el lobo cuando mata una oveja.
Veremos juicios por violencia entre animales, por supuesto con jurado popular. Una parte de la sociedad anda muy concernida por todas las cosas en general y ahí se viene el agravio comparativo entre causas diferentes que le preocupan lo mismo, por eso va sin ambages de lo de las cotorras a las niñas afganas. El quid del animalismo consiste en elegir entre salvar a tu madre o a tu perro. Los padres del movimiento, Tom Regan y Peter Singer, pasaron un tiempo discutiendo si, en el caso de encontrarse varios hombres y un perro en un bote salvavidas durante una tormenta y viéndose obligados a soltar lastre ante el hundimiento inminente de la embarcación, debían echar por la borda a un hombre o al perro. A estas analogías entre hombres y animales se han atrevido muy pocos movimientos políticos y no hace falta decir cuáles, pero ilustra la monstruosidad que la nota de queja de Podemos sobre la cacería se titule «La solución final» en alusión al Holocausto y al ingenioso juego de palabras que pone graciosamente en el mismo nivel la matanzas de judíos y las de pájaros invasores. Ante las dificultades evidentes de hacer humano a un animal, hacen un animal del ser humano.
También se contrapone el método cinegético a otras maneras que definen como «éticas», aunque no sé aún a cuáles se refieren. Atacar sus nidos dispersaría las poblaciones y agravaría el problema. Ofrecerles comida con fármacos esterilizantes menguaría las colonias de otras especies amenazadas. Podrían convencerlas de que lo mejor sería morirse, aunque siendo argentinas, es probable que el muerto terminara siendo uno.
Fuente. larazon.es