La galga Lagartija de la Maluca
(que apellido más rimbombante,
verdad), del club zamorano Nápoli, se
acaba de proclamar campeona de
España. La parroquia galguera zamorana
está de enhorabuena.
Por fin se ha hecho justicia con un deporte
y una afición que en esta provincia
tienen una significación especial y se
mantienen vivos a pesar de las presiones
sociales que han tenido que aguantar en los
últimos años.
La caza con galgo es una de las
actividades más enraizadas en el
ámbito rural. Los aficionados a este
deporte, al margen de un puñado que lo
han convertido en negocio, están muy
pegados a la tierra, suelen ser agricultores o
ganaderos, gentes de pueblo, que abrazan una
práctica que ya afilaron sus
antepasados. Es como si se transmitiera en los
genes, como si se naciera -y se muriera- con
ella.
Zamora es tierra de galgos como tiros y
liebres como flechas. La calidad, en este caso,
va unida. De siempre el perro ha hecho al
matacán y este al can. Son animales
que se parecen hasta en el color y no es
casualidad que el barcino predomine en el
predador y sea la capa que define al
depredado.
El trato a los galgos, afortunadamente, ha
cambiado y la soga al cuello ya es historia
(salvo casos aislados, que indeseables los hay
en todos los gremios). El perro de sombra
alargada, corazón grande y nariz
afilada tiene su destino pegado al del
ámbito rural. Es un símbolo de
la tierra de labranza y por eso que un galgo
representando a Zamora destaque por su
velocidad es de agradecer en una provincia que
camina al ralentí.
Los galgueros zamoranos
agradecerían también que de
una vez por todas el robo de perros se
considerara delito y no falta. Así se le
quitarían las ganas a los desaprensivos
que mantienen vivo un mercado asqueroso.