Los barcos que salen a esta costera se dividen en dos grupos dependiendo del arte de pesca que emplee para la captura del atún blanco; los que van a la cacea o curricán, y los de cerco. Se trata de dos métodos bien diferenciados, pero dos modelos tradicionales, lejos de pesquerías masivas o industriales, que suponen izar al barco al pez de uno en uno. Esa circunstancia le confiere el calificativo de bonito del Norte.
Los de cacea arman el barco con una percha en cada borda, de las que cuelgan cuatro aparejos o sedales con señuelos de plástico en forma de pequeños pulpitos en cada anzuelo. Lo completan con otros cuatro aparejos amarrados en la popa. De modo que cada barco de este tipo arrastra doce o catorce cebos. Cuando el bonito pica, se le iza uno a uno con la ayuda de carretes. De ahí, a la bodega, donde se les cubre de hielo. La dotación de estos barcos no suele pasar de los cuatro o cinco tripulantes.
Los de cerco, por su parte, emplean cebo vivo en sus capturas. Una vez que dan con un banco de atunes se sitúan encima y la tripulación agitan la mar con chorros de agua y siembra -‘macizan’, en el argot- esa zona con los bocartes o la carnada fresca que previamente han cargado en sus bodegas.
Los bonitos suben a comer la superficie. Allí se les captura con cañas rígidas dotadas de un gancho en el extremo, con las que se les sube a bordo y se les remata con un golpe de porra. De cubierta a la bodega. Y una vez que se llena o el patrón considera que hay buena carga, se busca el puerto y lonja donde mejor precio se ofrece en las subastas. Estos barcos suelen llevar a bordo doce o catorce tripulantes.