Ejercicio físico y caza
El esfuerzo eleva la caza a deporte. Desprovista de actividad se queda en tiro
¿Puede denominarse escalador quien alcanza la cima en autogiro? ¿Se es senderista subiendo a los cerros con jeep? Por qué, entonces, se le llama cazador al que no da un paso. El esfuerzo eleva la caza a deporte. Desprovista de actividad se queda en tiro.
Hace ya tiempo que ojeando una revista sentí pavor —y lástima— al leer esto (sic): «Pasado el ecuador de la temporada cinegética, todo hace suponer que la presente no pasará desapercibida ni por cantidad ni por la calidad de las capturas. […] Hoy cazar es escoger, cuándo y cómo, cantidad y calidad». Imaginé algo así como ir a la pajarería o entrar en un bazar: los cotos hechos zocos de mayor o menor al propio antojo.
Pues yo no me cambio esa conquista por el atraso de antaño. Prefiero aventurar y tener que añadir vigor a mi acción. Quiero fatigarme en busca de oportunidades y, por la noche, al deslizarme entre el suave lienzo, recordar los trancos que tanto costaba salvar con los gemelos rígidos y la frente sudada. Solo por pensar que ya lo has hecho y que ya no lo tienes que hacer, merece la pena haberlo hecho. No hay relajo como el de quien pateó el campo y se afligió cazando: llegar al coche y, abandonado en el asiento, cambiar de calzado; en el dulce hogar, aliviarte de forros y pesos; tomar la ducha tibia; hundir la cabeza en el almohadón mullido; y revivir tramo a tramo la jornada hasta caer roque y volver a soñar.
No disocio la caza de unos talones recalentados, las articulaciones gripadas y los muslos con agujetas, de las manos entumecidas y la espalda planchada por el morral. Ni la separo de mi piel escoriada por el sol que tuesta hasta las pestañas; o agrietada por el frío que abrasa la cara con ese fuego al revés que valida la vecindad de extremos, en este caso, el hielo y las ascuas como oxímoron de libro.
Entiendo la abnegación de cazar sin fruto, sin algo que apiolar, sin éxito que contar ni victoria a cantar. Pero no concibo acopiar piezas sin trabajo. Retorno a casa bolo y doblegado antes que harto de disparos y esponjado. Cazar no se concilia con traerte a la ciudad algunos quilates de grasa más. Pero temo que con lo que se come, bebe y sestea en las cacerías a pie quieto será lo que, sin cantearse del lugar, muchos «cazadores» podrán comprobar que fue su cargamento al regresar. Y lo que, al pisar la báscula del baño, constaten con desazón y pesar haber sido lo único para anotar. Que al menos no digan que estuvieron cazando.
Fuente. abc.es