Suena un móvil. Es una
foto que llega a la dehesa extremeña
vía whatsapp. Rodeado de encinas, el
receptor del mensaje pone cara de asombro y
hace el gesto de quien ha encontrado el Santo
Grial.
Han pasado apenas unos minutos desde
que fuera abatido en África uno de los
elefantes más grandes que se recuerda
en años: 56 kilos de blanquísimo
marfil. En la instantánea, un
alemán posa junto a su trofeo, por el
que ha pagado unos 50.000 euros, cazado
legalmente en la reserva de Malapati
(Zimbabue), a no demasiada distancia del
sudafricano parque Krüger donde se cree
que vivía el viejo paquidermo. El
dueño del teléfono es uno de los
pocos afortunados cazadores que dispone de
una concesión en ese mismo
coto.
Con cinco años acudió a su
primera montería y terminó
haciendo pucheros. Mientras su padre iba a
rematar una pieza, los perros de las rehalas le
rodearon atraídos por el bocadillo que
se estaba comiendo. Tres años
después, con ocho, le hicieron novio en
Las Umbrías de Montepalomas, la finca
que su tío Pedro Domecq tiene cerca
de Cáceres. Era la primera vez que
mataba y se cobró tres ciervas y dos
venados a cuchillo con los perros. Ya apuntaba
maneras de gran cazador. Es Jorge
García de la Peña, un joven
pacense que hace apenas un par de
años convirtió su pasión
en oficio y en tan poco tiempo ha logrado
situarse a nivel nacional, con su empresa JGP
Haunting Expeditions, como uno de los
cazadores profesionales más
jóvenes -28 años- y más
prometedores del panorama hispano. Su
actividad cruza fronteras en Europa,
África y Asia. Tan sólo en el
último año ha aumentando su
volumen de negocio en más de un
30%, lo que le mantiene alejado de su casa
gran parte del año.
Cuando terminó la ESO
comenzó un módulo de
formación agraria mientras lo
compaginaba con su carrera de novillero. Es el
segundo de cuatro hermanos, todos ellos
aficionados a las artes venatorias.
Comenzó a ayudar a su padre en la
gestión de la finca familiar que poseen
junto al parque natural de Monfragüe
hasta que en 2010 se fue a vivir a
Sudáfrica. «Un íntimo amigo de
mis padres compró una finca
allí y yo tenía
muchísimas ganas de irme. Mi padre le
comentó la posibilidad de irme a
trabajar con ellos y estuve dos años y
medio conociendo la profesión,
haciendo una cartera de clientes interesante y
sacándome el título de cazador
profesional». Fue en ese momento cuando
surgió la idea, cuenta Jorge.
«Sentía que la caza me pedía
algo más, que era una empresa que
podía sacar adelante yo solo y que,
además, me apasionaba. Es un negocio
muy joven, pero personalmente llevo mucho
tiempo en el mundo cinegético. Mi
mayor satisfacción es que el cliente
quede satisfecho y poder ofrecerle experiencias
que queden grabadas y pueda contar a sus
nietos».
La nobleza y el Ibex 35
El nacimiento de su aventura empresarial
coincidió con la época
más cruda de la crisis. Pese a lo que
pueda parecer, es una actividad relativamente
accesible a determinados bolsillos. Un safari en
Sudáfrica o en Zimbabue oscila entre
los 12.000 euros, los más
económicos, y los 150.000, y te suelen
garantizar las piezas que has contratado.
Actualmente entre los monteros siguen
abundando miembros de la nobleza,
empresarios del Ibex 35 y apellidos ilustres de
ambos sexos y todas las edades; pero
también hay un nuevo tipo de cazador,
como explica el joven empresario. «Es un perfil
de clientes que se lo puede permitir. Gente
normal que ahorra un poco y puede satisfacer
su pasión. Desde la que trabaja en una
caja de ahorros o que tiene un negocio, a
gente muy fuerte
económicamente».
La caza ya no es como hace 40
años, cuando sólo la practicaban
miembros de la alta sociedad. Durante los
años de bonanza económica se
popularizó y se empezó a ver
un nuevo tipo de personas, desde directivos de
multinacionales a gente joven, o matrimonios
que pasan su luna de miel en África, o
quien busca sólo un safari
fotográfico, explica García de la
Peña, y añade como llamativo
que cada vez es mayor el número de
mujeres aficionadas al mundo
cinegético.
«Estamos en igualdad de condiciones a la
hora de cazar, es cuestión de
conocimientos e intuición. El instinto
depredador que pueda tener una persona es lo
que hace que un cazador sea mejor tirador que
otro. Precisamente, el próximo fin de
semana me voy con una chica catalana de una
familia fuerte empresarialmente hablando, que
nos ha pedido que le preparamos un rececho.
En los safaris el porcentaje de señoras
es similar al que se puede ver en una
montería tradicional
española».
No son pocos los que están en
contra de la caza y defienden los derechos de
los animales. El experto cazador se pone serio
y es tajante con la opinión que
defiende: «Si prohíbes la caza creas un
núcleo de enfermedades: donde comen
300 animales no pueden comer 1.000; la
consanguinidad se vuelve horrorosa, hijos
cubriendo a sus propias madres; se convierte
en un foco de enfermedades tanto para los
animales salvajes como para los
domésticos… La caza tiene que estar
regulada de manera sostenible y, si no, que
planteen una manera de regularla para que se
haga de mejor forma y que dé
rendimientos y genere puestos de trabajo
siempre de una manera sostenible».
Jorge cree que es el momento de plantar
cara a todos aquellos que atacan a los que
practican esta tradición. «Somos los
propios cazadores los primeros interesados en
conservar a los animales. Ha llegado la hora
de que nos defendamos y contemos a la
sociedad los beneficios de la caza para el
propio ecosistema. Hasta este momento nos
hemos limitado a guardar silencio ante los
ataques, argumentando que era inútil y
una pérdida de tiempo, y
aguantábamos estoicamente los
insultos y las faltas graves, argumentando que
nosotros somos más educados y no
queriéndonos poner a su nivel». Para el
joven extremeño es fundamental tomar
posiciones. «Tenemos que empezar a
diferenciar entre animalistas y ecologistas, que
no son lo mismo. Y los cazadores somos los
primeros ecologistas: si no defendemos
nosotros lo nuestro no lo va a hacer nadie, y
más con el bombardeo constante que
hay en contra de la caza, los toros, etc.»,
concluye desde los Pirineos franceses, donde
se encuentra cazando muflones con unos
clientes.
Limpopo, el Kalahari, el valle del
Zambeze… Son nombres que evocan paisajes
de Memorias de África, y de los que
Jorge habla con la naturalidad de quien se los
ha recorrido palmo a palmo, de quien ha
tenido que bregar con la burocracia de los
diferentes gobiernos, las inclemencias del
terreno y la supersticiones de la
población local. «En los safaris de
iniciación casi todo el mundo empieza
por Sudáfrica, donde la caza
está muy controlada, en los
campamentos se goza de todo tipo de
comodidades, las carreteras son buenas, etc.»,
dice.
En otros países, afirma, no hay
tanto desarrollo. «Una vez que un cliente ha
cazado una o dos veces, ya se atreven a
conocer zonas más salvajes, a tener
una experiencia pura de caza, ducha con un
bidón y agua caliente. También
depende un poco de lo que busque el cliente o
si son personas mayores».
Pero si hay una zona de la que habla con
devoción es del valle del Zambeze. «Es
el África de las películas: no
ves una sola alambrada, te encuentras las
sabanas abiertas. Zimbabue es un autentico
paraíso, es un país que bien
llevado podía estar a la altura de
Europa, podría ser como Alemania si
estuviera bien gestionado.
Políticamente es cada vez más
estable y los problemas derivados del
apartheid van disminuyendo».
La caza en África es mucho
más barata que en España,
asegura Jorge. «Allí puedes matar un
kudu por 1.000 euros o un facochero por 200.
Aquí por 1.000 euros matas un venado
que es representativo pero nada más.
La tasa de abate es bastante más cara
en Europa».
Lo que verdaderamente encarece un safari
son los desplazamientos y el transporte de los
trofeos hasta el país del cazador en
cuestión. «En las taxidermias de
Sudáfrica hay muchos animales de
gente que ha estado cazando pero que, cuando
al año siguiente les llaman para decirles
que ya están los trofeos terminados
para llevarlos a las aduanas, les han dicho que
se queden con ellos. ¡Cosas de la
crisis!», comenta Jorge, que parece sortear con
el mismo éxito tanto los lances
empresariales como los venatorios.on los
desplazamientos y el transporte de los trofeos
hasta el país del cazador en
cuestión. «En las taxidermias de
Sudáfrica hay muchos animales de
gente que ha estado cazando pero que, cuando
al año siguiente les llaman para decirles
que ya están los trofeos terminados
para llevarlos a las aduanas, les han dicho que
se queden con ellos. ¡Cosas de la
crisis!», comenta Jorge, que parece sortear con
el mismo éxito tanto los lances
empresariales como los venatorios.