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El cazador ético

La Consejería de Medio Ambiente ha sacado a la luz el «Manual de buenas prácticas cinegéticas» que, bien considerado, tanto sirve para el cazador como para el agricultor, el ganadero y para los amantes de la naturaleza por cuanto que, para bien ser, todos los sectores deben implicarse si realmente se quiere compartir una patria chica habitada por los hombres y las especies de caza.

La coexistencia, el disfrute y el aprovechamiento de la vida cinegética exige, ante todo, «un comportamiento ético» no solo de los cazadores, también del resto de la sociedad. El cuidado del hábitat, el respeto a la crianza de las especies silvestres, el laboreo y pastoreo respetable del medio natural, el control de predadores, el no disparar a todo lo que corre o vuela son factores que mantienen la vida y los recursos cinegéticos.

El manual es, al tiempo que un didáctico documento, una guía del ciclo biológico del mundo cinegético y un texto de consejos y sensatas recomendaciones, algunas tan obvias como que si apenas se ven piezas habrá que reducir la presión cinegética por cuanto que lo contrario es sencillamente el exterminio.

Todo lo plasmado en el Manual es básico puede decirse que es trigo limpio, aunque se eche en falta ciertas especificaciones, como por ejemplo sobre la superpoblación del ciervo que se menciona, y toda crítica. Es un repaso conciso y completo del mundo cinegético. El lector, fundamentalmente el aficionado a la caza, pero también el resto de la sociedad, tomarán conciencia en este documento sobre la conservación y protección de las especies de caza, sobre el uso correcto de fitosanitarios en la agricultura, la cosecha de los cereales, el control de las capturas, la defensa de la caza frente a los depredadores, los criterio de sostenibilidad, la mejora del hábitat, los muestreos y censos cinegéticos y la gestión del territorio para conseguir que haya vida sana y abundante y, en consecuencia, caza.

«Estudios y proyectos Línea, S. L.», responsables «de la idea y del texto», incide una y otra vez en consejos esenciales para que las especies de caza puedan criar y multiplicarse haciendo posible la práctica y el disfrute cinegético. «Extremar la precaución en la aplicación de fitosanitarios, procurando no afectar a zonas con vegetación espontánea»; realizar laboreos «evitando arar linderos», tener «precaución durante la cosecha de remolacha temprana, al igual que el cereal, de forma que se permita el escape de las especies presentes en el terreno y evitar cosechar de noche» son consejos destacados. Así como «dejar franjas o pequeñas parcelas de cultivo sin cosechar t economizar el agua de riego». Son precauciones que, sin duda, minimizan la siega de vidas de pequeñas criaturas por las cuchillas de la maquinaria que devora palmo a palmo los campos de mieses.

Respecto a la repoblación, se apunta que «con animales de granja sólo debería recurrirse en última instancia, si previamente se ha comprobado que el cuidado y mantenimiento de las poblaciones salvajes, la restauración y mejora del hábitat y la adecuada gestión cinegética se han mostrado insuficientes para recuperar a la especie en cuestión». Resaltan que «una suelta mal planteada conlleva riesgos genéticos e hibridaciones, y riesgos sanitarios que, a menudo, han sido las causantes de la expansión de enfermedades que han afectado a las poblaciones naturales». Apuntan como posible, «que el ir y venir de conejos fue un factor importante en la transmisión de la enfermedad hemorrágico vírica (EHV)». Dejan claro, además, «que la tasa de supervivencia de los animales soltados, si no se toman las debidas precauciones, suele ser baja porque el desconocimiento del medio silvestre, y la escasa capacidad de defensa frente a los depredadores, hace que estos animales sean muy vulnerables y sufran bajas elevadas». La certeza es que «si la repoblación se realiza sobre un terreno en el que se han efectuado previamente mejoras del hábitat, las posibilidades de éxito aumentan sensiblemente».

La planificación, el control de las capturas es otro aspecto a tener en cuenta y, según exponen, «tanto el titular de un coto como los cazadores deben responsabilizarse de no realizar aprovechamientos abusivos que lleven al traste a las poblaciones cinegéticas». Se hace un especial hincapié en que cada cazador «refleje en la ficha los días en que han salido a cazar y el número de piezas (por especie) abatidas cada jornada, con estimación del sexo y edad si es posible» como un buen sistema «de seguimiento y control de los aprovechamientos».

La defensa de las especies cinegéticas frente a los depredadores es otra cuestión esencial. La buena práctica es que los depredadores deben ser controlados «exclusivamente mediante métodos autorizados, sin que estos controles los pongan en peligro de extinción. Su desaparición implicaría la pérdida de «bravura» de las especies cinegéticas». También aluden a otros predadores, como los perros vagabundos o cimarrones «que, con frecuencia, causan más daños a las especies cinegéticas que otros afamados predadores silvestres, además de constituir un peligro para la salud pública».

«En la mayoría de los casos, la predación sólo representa un factor secundario dentro de la dinámica poblacional de las especies cinegéticas. La densidad de éstas está vinculada directamente a la calidad del medio: en hábitats cinegéticos pobres, aunque haya pocos predadores, hay poca caza» se señala. Mantener un entorno favorable no sólo redunda en una mejora de las condiciones de reproducción y alimentación; también incrementa las oportunidades de escape frente a los predadores». En conclusión, exponen, «la calidad del ambiente, su capacidad de ofrecer refugio y zonas de cría y alimento, es laque condiciona fundamentalmente la cantidad de piezas cinegéticas, y no los predadores».

Las posibildades de la caza deben atenerse a un Plan Cinegético considerado como «un instrumento de gestión que permita a los titulares de los cotos ordenar la práctica de la caza, superando la concepción meramente extractiva, y englobarla en un sistema que logre el equilibrio entre posibilidad y conservación». Los autores subrayan que «en la caza debe aprovecharse ese «sobrante» biológico destinado, bien a desaparecer por otras diversas causas (predación, enfermedades, inadaptación, atropellos, destrucción del hábitat, etc.), bien a incrementar indefinidamente la población, cosa que generalmente acaba originando conflictos (daños a cultivos o a ganado, accidentes, etc.)».

Inciden una vez más en que «a mayor calidad del hábitat, pueden esperarse mayores densidades óptimas y más fácil será la recuperación de las poblaciones cinegéticas actuales».

En su criterio «jamás debería capturarse más del 50% de los ejemplares que pueblan el coto justo antes de la apertura de la temporada de caza».

Ponen de manifiesto que «las situaciones de sobrepoblación cinegética no son habituales en Castilla y León», precisando que «los casos más frecuentes se dan en caza mayor (ciervo, sobre todo, en ciertas áreas)», aunque no precisan éstas, de modo que el lector queda, al respecto, sumido en el interrogante o la duda.

La sostenibilidad de las especies y, por tanto, de la caza, exige «un código de conducta propio de alguien que conoce el valor de la naturaleza y sabe apreciarla». Anotan, entre otros, una serie de consejos tan sensatos como seguramente difíciles de seguir por más de un cazador. Tales como «no disparar a las aves posadas, ni a la liebre en la cama, ni disparar sobre un animal si antes no se le ha identificado perfectamente». Igualmente piden que «se respeten los bandos reducidos de perdices, procurando no disparar contra aquellos formados por menos de cinco aves». «Hay que sustituir la competencia entre cazadores por el cobro de piezas por su colaboración en cuidarlas» remachan.

Ponen de manifiesto que «la actividad ganadera puede ser perfectamente compatible con la riqueza cinegética tanto de caza mayor como menor, siempre que se ordenen ambas actividades y se respete la capacidad de carga del medio, manteniéndose las densidades de reses domésticas y silvestres en límites que no lleven a la degradación del hábitat». No obstante, afirman que «es imprescindible dialogar sobre estos asuntos con pastores y ganaderos de la zona».

El Manual, ideado y redactado por Pedro Pérez-Cecilia, Prudencio Fernández, Virginia López y Ernesto Rosa, ha contado con la colaboración de técnicos de Medio Ambiente y expertos gestores de caza y cierra sus más de 120 páginas con información sobre legislación y direcciones administrativas y de organismos de caza.

 

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