Están a 40 kilómetros del centro de Barcelona o a 100 del corazón de Madrid. No han llegado a formar poblaciones estables, pero han dejado señales evidentes de su presencia en forma de ataques a rebaños. Cuatro décadas después de su extinción, los lobos han vuelto a las dos comunidades más pobladas de la Península. Los conservacionistas quieren ver en la reaparición un síntoma de la recuperación de la especie mientras que los ganaderos lamentan el regreso de una pesadilla de la que se creían definitivamente a salvo. El lobo, el mamífero más extendido en el mundo después del hombre, ha sido siempre algo más que un animal y su presencia nunca deja indiferente a nadie.
«Hay que exterminar al lobo», titulaba en 1974 el desaparecido diario ‘Pueblo’ cuando trascendió que una loba había matado a dos niños en una aldea de Ourense. Es difícil imaginar el clima de alarma que aquel suceso desató. Algunos agricultores llegaron a fabricar jaulas para resguardar a sus hijos de los animales mientras ellos se iban a trabajar al campo. El de Ourense fue posiblemente el último episodio de terror colectivo que ha ocasionado el lobo en Europa. Los cancioneros y refraneros que nos hablan de un pasado más remoto nos indican que sucesos de esa naturaleza han sido moneda de uso corriente desde los primeros asentamientos humanos en nuestro continente.
El lobo nunca ha tenido buena prensa. Quienes peinan canas en las comarcas rurales aún recuerdan la imagen del alimañero, el personaje que se ganaba la vida ‘limpiando’ los montes de lobos. El que más fama llegó a adquirir fue Antonio Robledo, ‘El tío Francachela’, que batió durante buena parte del siglo XIX las sierras del norte de Madrid con sus cepos y sus trampas. Se decía que Robledo, que tiene una fuente en su memoria en Miraflores de la Sierra, llegó a matar 219 lobos. El de alimañero fue un oficio que se prolongó hasta finales del siglo pasado. ‘Pepe el de Fresneda’, un guarda de Cantabria, acabó con el último de los 123 animales que figuraban en su haber, bien entrada ya la década de los setenta.
Tantos siglos de persecución sistemática dejaron al lobo contra las cuerdas. Cuando a mediados del siglo pasado el discurso conservacionista empezó a calar y la sociedad asumió que su presencia enriquecía el medio natural, en Europa apenas quedaban ya lobos. En España, que había tenido la principal población, sobrevivían medio millar de ejemplares arrinconados en las sierras del noroeste, principalmente en Zamora y León. La entrada en la Unión Europea, que considera al lobo una especie de interés comunitario, y el impacto del mensaje favorable al animal divulgado por Félix Rodríguez de la Fuente transformaron las reglas de juego que habían prevalecido durante siglos.
La protección legal propició una notable recuperación de la especie. El último censo fiable, que data de 1988, hablaba de una población de entre 1.500 y 2.000 ejemplares. «El aumento de la tolerancia, la emigración rural y la recuperación de la vegetación natural y de los ungulados silvestres facilitan la recuperación del lobo en el noroeste de España», sentencia la Estrategia para la Conservación y la Gestión del Lobo en España, un documento suscrito en 2005 por todas las administraciones implicadas.
El incremento poblacional trajo consigo una expansión del depredador por territorios de los que había desaparecido y un recrudecimiento del pleito que ha enfrentado durante siglos a lobos y ganaderos. El investigador del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Jorge Echegaray, autor de un exhaustivo estudio sobre el lobo, piensa que se trata de un conflicto cíclico para el que no hay soluciones definitivas. «Cuando el lobo desaparece durante los años setenta, los ganaderos dejan de adoptar una serie de medidas preventivas como la reclusión nocturna del ganado o el uso de perros mastines para guardar los rebaños. Los dueños del ganado -añade el científico- se resisten a retomar esas prácticas cuando el lobo reaparece unas décadas más tarde, lo que provoca un repunte de los ataques a rebaños».
De los Abruzzos
Los cada vez más frecuentes desencuentros con los ganaderos llevan a los poderes públicos a establecer un sistema de compensaciones por animales perdidos. A día de hoy todas las comunidades donde el lobo está presente tienen tablas para indemnizar las pérdidas por sus ataques. Las más tardías en aprobarlas han sido, precisamente, la Comunidad de Madrid y la Generalitat de Cataluña. En esta última las compensaciones van de 95 euros por un cordero de menos de un año a 2.150 euros por una vaca adulta.
De momento, los lobos que se han acercado a Cataluña son más una curiosidad que una preocupación. Se trata de ejemplares procedentes de los Abruzzos italianos que han empezado a asentarse en el Pirineo, después de haber atravesado los Alpes y Francia en un tránsito que ha durado unas dos décadas. El número de cabezas de ganado que han matado no llega al centenar. Tampoco en Madrid ha saltado la alarma. La presencia en Somosierra y Guadarrama de algunos lobos que se aventuran ocasionalmente desde sus asentamientos en Segovia y Ávila ha sido saludada con entusiasmo por los grupos conservacionistas e ignorada, de momento, por los ganaderos.
En Castilla y León las cosas están más calientes. Los ganaderos de la comunidad con mayor población lobuna de la Península están en pie de guerra con la Junta, a la que acusan de poner la expansión de la especie por encima de sus intereses. Aurelio González, del sindicato Unión de Pequeños Agricultores (UPA), asegura que se da una «sobrepoblación» que pone en riesgo decenas de explotaciones ganaderas. «Hay más de 2.000 ejemplares que se mueven libremente provocando destrozos a diario», denuncia. El sindicalista saca a relucir una serie de cifras para avalar su punto de vista: «De las 1.296 reses muertas por lobos en 2007 hemos pasado a 2.859 el año pasado». Los daños económicos, sostiene González, han pasado en ese mismo periodo de 453.000 a un millón de euros. «La falta de control sobre esta especie salvaje -insiste- va a llevar a un callejón sin salida a muchas explotaciones de ganado de Castilla y León».
El investigador Jorge Echegaray cree que los daños ocasionados por los lobos son insignificantes comparados con la riqueza que representan desde el punto de vista medioambiental. «La Administración gasta al año en compensaciones a los ganaderos entre 1,5 y 2 millones de euros, que es lo que cuesta construir 200 metros de una autovía. Pienso que una sociedad que se dice sostenible puede asumir ese precio por mantener vivo a un animal tan maravilloso como el lobo». Echegaray insiste además en que una correcta gestión de la cabaña ganadera minimiza las repercusiones del problema. «Asturias tiene una presencia importante de lobos, pero allí apenas existe conflictividad porque los ganaderos se han acostumbrado a adoptar medidas preventivas contra los ataques».
Al científico no le consta que la reaparición de la especie en Cataluña o Madrid pueda interpretarse como un síntoma de su consolidación en la Península. Echegaray dice que la fragmentación de la gestión -las competencias están en manos de las comunidades autónomas- hace prácticamente imposible un control efectivo de la especie. El último censo, recuerda, se realizó en 1988 y desde entonces se llevan a cabo estimaciones a partir de parejas reproductoras que, a su juicio, carecen de fiabilidad. «No hay forma de averiguar desde un punto de vista científico si el lobo está en expansión o en retroceso en España porque cada administración aplica su propia receta sin tener una perspectiva global».