Este pasado fin de semana me fui con otro cazador cántabro a una montería en tierras extremeñas, y fui con la ilusión de disfrutar de una jornada pletórica de emocionantes lances de caza. Tenía la ilusión de traerme no sé cuántos venados y algún cochino. Hasta me conformaba con que no fueran medalla.
Y me vengo algo desinflado y desilusionado de ‘lo suyo’ a la vez que orgulloso de ‘lo nuestro’.
La sensación que recibí es que allí se va a un acto social, donde el protagonista no es el animal sino el cazador y su circunstancia: coche a lucir, lo guapo que se está, el rifle de encargo, la acompañante y, por supuesto, lo que importa es matar.
Un señor que asistía a la montería, con planta de gente bien, me comentaba presumiendo: «Y la gozada es cuando vas a cazar perdices de siembra… ¡Entonces sí que te hartas de matar!» ¡Vaya cazador! Pensaba yo.
La montería: muchos perros sin buscar caza, paseándose por el monte de un lado para otro como perdidos y atacando a cualquier bicho que se moviera (dejaron prácticamente muerta a una ternera). Los perreros gritando (estos eran los que levantaban la caza) y en los puestos los ‘señoritos’ hablando con los acompañantes. Por supuesto muchos tiros por cada pieza abatida.
A partir de ahora voy a disfrutar mas los ganchos de mi ‘tierruca’ donde los perros están a cazar, los tiros pendientes, callados y solos, escuchando la cacería y los animales, tengan trofeo o no, el respeto y la admiración de los cazadores cuando son abatidos.