La caza es una de mis pasiones. Conforma mi manera de vivir, mi mundo, es inherente a mi esencia. No podría explicar ni el cómo ni el cuándo redescubrí este sentimiento, esta pulsión, que ya formaba parte de mí. Fue algo natural, algo que me era propio y no me era desconocido. Todo el imaginario colectivo de mis ancestros latía en mi sangre… no hice otra cosa que escucharlo, que dejarme llevar por un instinto de supervivencia aplicando el raciocinio de mi especie. Era una necesidad que me hacía sentirme viva, libre de afeites y artificios, yo misma, en comunión con la naturaleza.
En mi familia no hay tradición cinegética, ni mi padre ni mi abuelo han sido cazadores… pero sí me educaron dentro de los principios de la tolerancia y el respeto, sin inducirme en prejuicios de ningún tipo, con un sentido grande del honor y del amor propio, de la nobleza, del esfuerzo.
Me redescubrí como hija de Diana de la mano del hombre al que amo y admiro, libre al fin de ataduras e hipocresías, yo en mi mismidad, tal cual. El soplo de la diosa me alentó con un instinto primario al que correspondía un placer ligado a la supervivencia de mi especie predadora, ahora me correspondía a mí ponerle límites, coraje y nobleza.
Hubo un tiempo en que, lejos de avergonzarme de ello, no pregonaba esta condición mía de cazadora, temía las críticas, la incomprensión por parte de amigos y conocidos… aunque nunca la oculté… Hoy estoy orgullosa, las canas y el tiempo me han hecho más segura, más encantada de conocerme, soy como soy… y me gusto.
La caza es lo que es, no necesita de justificaciones, requiere de esfuerzo, sacrificio, entrega y nobleza extrema, no podría entenderla de otra manera, así como el sexo sin amor, no es más que un sucedáneo y no genera más que insatisfacción y mediocridad.
¡Hijas de Diana, levantaos, yo os conjuro, empezad a sentir, buscad vuestra verdad, os pertenece… la verdad os hará libres… y, por añadidura, felices!