HACE ya muchos años que
cazo en las inmediaciones de la Sierra de
Hornachos -ese macizo azulado que se levanta
como una isla en el centro mismo de la
provincia de Badajoz-. Casi siempre me
enrolé en partidas de caza menuda
pero a veces, también subí a
sus peñones en busca del noble
jabalí que habita en ella.
Hornachos es crisol de civilizaciones y las
convivencias de moros y cristianos han forjado
una personalidad muy especial en sus gentes.
Tal vez por eso me gusta tanto mirar la ‘sierra
grande’ -casi siempre desde la carretera de
Campillo-.
En aquella solana -subido en una
peñón- cobré un
jabalí que bajé hasta la
carretera -era montería ‘mata cuelga’-
cuando yo tenía poco más de
30 años; también me
asomé a la sierra por la cara desde la
que se adivina ‘la Serena’ -en la Moneda- con
los de Adenex que, en tiempos, daban sus
monterías por la zona. He hecho
esperas luneras en la Sierra del Mampar o de
Pino y, en fin, me he paseado por los valles de
los Moros y de los Cristianos. Esta sierra la
considero de ‘mi territorio’ y en él me
citó Pedro Habela, capitán de
Puebla y Estéllez -que tienen el suyo
por las rayanas tierras de San Vicente de
Alcántara- para participar como
cazador en la montería de ‘Sierra
Grande’.
Finca abierta -o mejor dicho, cercada de
farallones imposibles-donde los peñones
se recortan en las cuerdas y el apretado monte
Mediterráneo se alterna con los
clásicos pedregales de esta singular
serranía.
Camino a la ‘traviesa de la pajarera’,
pasé por puestos de balcón
increíblemente bellos entre los que
destacaba el de ‘Gallinita’; única
postura que se vendía -me cuentan- a
algún caprichoso cuando la sociedad de
cazadores de Hornachos daba esta mancha tan
llena de matices: luces y sombras en sus
reflejos.
Se montaron rápidos los puestos –
sello de la orgánica
Puebla&Estellez con Barri y sus postores
de la casa- y se advirtió la presencia
de algunos venados:
-«Que podéis tirar» –
anunció Habela subido en una
‘pickap’.
Y con la suelta empezó la fiesta en
la tremenda cazuela que se monteaba -al
menos para los que estábamos en ‘la
teta’ de la espesura-: ladras, agarres, tiros,
voces de aguerridos monteros y la
emoción de un lance o dos o muchos
más en una misma postura.
No sé si por deformación
profesional, más que la libreta de
apuntes echaba de menos -en el 4 de ‘Las
pajareras’- una grabadora para recoger tantos
sonidos de sierra abierta: perros, voces,
disparos, movimiento de monte espeso,
piedras rodando. todo ecualizado -en sierra
libre- por peñascos inabordables.
No es fácil cazar en Sierra Grande
ni jugar el lance con facilidad; porque sus
nobles cochinos, saben bien de sus escapes en
portillas imposibles; se revuelven ante los
perros y se paran al llegar a los ‘aceros’ para
pensar la estrategia. Y es que, en la sierra de
Hornachos, los cochinos son tan listos que
‘tienen pensamientos’.
Y en esta guerra montera
estábamos cuando, ante un joven
montero de 17 años, cumple un
hermoso venado -el monarca coronado de la
hondonada de Sierra Grande-.
Seguro que en su dilatada vida, año
tras año, habrá fertilizado a su
harén de ‘hembras libres’ para
mantener viva la leyenda de que, por estos
lares, sigue habiendo ejemplares
ibéricos que impresionan: cuello y
pechos de atleta, tipo robusto, alto de ‘agujas’
y completo de cornamenta.
-¡Tú no mires al venado,
solo mantén la cruz en el
codillo!
Dijo el padre al muchacho que sostuvo
firme el rifle en el lance.
La montería era cochinera. Se
cobraron una treintena de guarros pero, en la
junta de carnes, el solitario venado destacaba
con la majestad y la belleza que le otorgaban
el haber vivido en libertad absoluta por estas
sierras y los campos adehesados que la
circundan.
Un animal que vivió en plenitud –
igual que los cochinos que habitan por la sierra
abierta de Hornachos- y que siempre
desarrollan un sexto sentido. A
Puebla&Estellez y a muchas otras
empresas organizadoras de monterías
en Extremadura hay que aplaudirle su
querencia por cazar en fincas abiertas, que no
siempre son fáciles de gestionar pero
que ofrecen la mejor de las imágenes
de esa forma tan especial que tenemos los
españoles de ‘montear’ jabalíes
y venados.
Se tiende a lo cercado, a lo comercial y, a
veces, nos olvidamos que la plenitud
está en fincas abiertas como Sierra
Grande, Los Lapones, La Tora, Patamero o
Bórdalos -por poner algunos ejemplos
de las manchas que en la pasada temporada
dio Pedro Habela en sus territorios
alcantarinos.
La tentación de ‘alambrar’ es
mucha cuando el negocio de la caza es bueno;
a la Sierra de Hornachos aún no ha
llegado -con la amplitud de otras zonas- la
‘malla cinegética’ que todo lo
transforma: las querencias de los animales, el
crecimiento, la pureza. Ojala que en este ‘mi
paraíso cercano’ tarden en plantarlas y
sean los grandes peñascos de sus
cumbres quienes marquen territorios para que
los animales puedan vivir su plena libertad.