Son muchas las personas que, ante unas elecciones, aseguran no entender la necesidad de dedicar el día anterior a la votación a tener una jornada de reflexión. Suelen argumentar que los votantes deberían haber tenido tiempo suficiente, una vez escuchados en campaña los distintos argumentos, para saber a qué candidato entregar su voto, convencidos de que es el mejor para ellos, sus hijos, su entorno y, en definitiva, el futuro de todos.
Puede que los que piensen así tengan algo de razón, aunque esta teoría pierde peso en aquellas ocasiones en las que el número de responsables que han de tomar la decisión de votar es reducido. En esos casos, cuando son solo unos pocos los que han de elegir —ejerciendo un voto ‘delegado’ que representa a una mayoría silenciosa—, es cuando mayor importancia cobra ese lapso de tiempo ideado para repasar el pasado, para analizar el presente y para meditar seria y objetivamente sobre cuál debería ser el mejor futuro colectivo, dejando de lado egoísmos o intereses personales.
Toda votación es un acto de responsabilidad que debería partir de la honestidad de cada votante para buscar el bien común, máxime cuando el que introduce la papeleta en la urna lo hace en nombre de un colectivo, y no en el suyo propio. En estos casos la votación debe de ser un acto de sacrificio individual en favor del un beneficio general, porque es el reflejo de la confianza que muchos han puesto en unos pocos.
Ustedes, señores lectores, se preguntarán a cuento de qué viene este sermón ético en una página de caza. Pues bien, la respuesta la tienen fijándose en el próximo día 10 de noviembre, fecha en la que se celebrarán las elecciones a la Real Federación Española de Caza.
Ese día, unas diez docenas de delegados tendrán que decidir el futuro de la institución más importante del panorama cinegético español. Una institución que, bien gestionada, seguramente no nos importaría a ninguno que fuese la que nos defendiese, algo que no sucede, ni de lejos, en la actualidad.
Tradicionalmente se ha acusado a esos delegados de interesarse solo en las dietas del viaje, la cena, la estancia y los regalos que se llevaban por ‘echar’ un día en Madrid. Son muchos los que han denunciado que no se preocupaban por las cuentas, ni por lo que votaban, obviando todo aquello que no fuese disfrutar, a costa de los federados, de un puente de vacaciones y sacar todo el beneficio posible a título propio, ya fuera en forma de puesto, cargo o cualquier otro tipo de prebenda.
El próximo día 10 tienen la posibilidad de cambiar esa opinión. Ese día tendrá lugar la que posiblemente sea la votación más polémica que ha celebrado la RFEC, en un año que, casi con toda seguridad, es el más polémico que ha vivido la entidad. Las diez decenas de delegados con derecho a voto tienen la posibilidad de cambiar un rumbo que, posiblemente —de nuevo la palabra ‘posiblemente’—, no es el más adecuado a los tiempos actuales, a la caza actual, a la sociedad actual y a las circunstancias que rodean nuestra actividad en estos tiempos. Piensen, señores delegados, en la responsabilidad y en lo que esos a quienes representan quieren que ustedes voten. Tienen una semana de reflexión.