«Fue el motor de nuestra especie, sin ella no habría habido vida inteligente»
Las cosas sucedieron más o menos así:
Seres muy parecidos a los humanos actuales surgieron hace unos 2,5 millones de años en África sudoccidental, los conocidos como australopitecos. Hace unos 2 millones de años algunos emigraron hacia el norte hasta llegar a Eurasia y evolucionaron en unos seres más corpulentos que conocemos como neandertales. En Asia evolucionaron hacia lo que conocemos como Homo erectus.
Hace unos 70.000 años comenzó una segunda invasión de Homos (esta vez sapiens), procedentes del África austral, que también llegaron a Eurasia, donde vivían los descendientes de la primera invasión. Hace 45.000 años, los sapiens ya estaban asentados en Europa y Asia.
Eran tiempos de glaciación en Europa. En aquellos helados parajes los homínidos buscaban un casi imposible acomodo. Raymond Dart, en ‘La transición depredadora del simio al hombre’ (según Juan Luis Arsuaga en La vida, la gran historia 8ª edición, pág. 428 y siguientes), describe cómo los australopitecos en el desierto del Kalahari, sin vegetación ni frutos por el clima y rodeados de fieros animales, salen adelante fabricando armas con huesos, dientes y cuernos, para defenderse y alimentarse.
Esta era una especie insignificante, evolucionada del grupo de los primates hacía millones de años. Estaban en un escalón intermedio de la cadena alimentaria, gobernada por los grandes depredadores. Ya llevaban tiempo como omnívoros, alimentándose de frutos, raíces y carne o sus despojos. Nuestros antepasados asistían con espanto cuando una manada de leones se acercaba a su núcleo familiar, estableciendo el pánico del sálvese quien pueda, siendo los niños y sus madres los primeros en ser devorados.
Durante decenas de miles de años la situación fue desesperada: frío en Eurasia, calor en África, hambre, miedo e incapacidad de defensa… Era una especie con poca influencia en el medio. Porque no estaban dotados de defensas naturales, como colmillos, cuernos o garras; además no era veloz ni disponía de una fuerza descomunal para vencer a las especies poderosas. Era, por tanto, muy vulnerable.
Pero tenían ‘algo’ sin ningún valor aparente, un potencial latente que podía llegar a generar superioridades (Sapiens, pág. 23, párrafo 2, de Yuval Noah Arari; reimpresión de sept. de 2018). Eran fundamentalmente tres condiciones:
-Un cerebro mayor que el resto de los animales (hace 2,5 millones de años tenían un encéfalo de unos 600 centímetros cúbicos, mucho mayor que el resto de los primates, pero mucho menor que el del hombre actual (entre 1.200 y 1.400 centímetros cúbicos), lo que indica un desarrollo continuo desde su separación del resto de primates.
- Eran bípedos, lo que liberaba los brazos y las manos para ser utilizados.
- Estaban dotados de una laringe especial, bien situada, que les daba infinitas posibilidades de desarrollar el lenguaje.
Tenían la posibilidad de idear si utilizaban su relativo gran cerebro. Podían manejar las manos para construir herramientas y suplir las deficiencias defensivas y ofensivas de su naturaleza. La necesidad hizo que sacaran provecho de la carroña dejada por los depredadores. Cuando se alejaban ahítos, los humanos se acercaban con sigilo a los despojos, generalmente ausentes de restos cárnicos.
Con piedras en la mano golpeaban hasta romper los grandes huesos, para llegar a la médula, a la que no habían podido acceder los depredadores. Esa fue, quizá, la primera gran idea para vencer las limitaciones y el primer utensilio para alimentarse de proteínas animales.
Enseguida llegó la confección de mazas de madera para cazar piezas menores (conejos, ratas). Con el tiempo (hace unos 400.000 años) apareció la lanza, seleccionando varas suficientemente finas y robustas a las que aguzaban la punta con piedras de pedernal. Mas adelante, se fabricaron puntas de sílex, que se ataban a la lanza, aumentando su eficacia. La lanza produjo un avance espectacular. Comenzó la caza de grandes animales, y algo también clave: se disponía de un arma mortífera para defenderse de los depredadores.
Después llegó una auténtica revolución en la forma de cazar. Se organizaron grupos, gracias a la evolución del lenguaje, y se planificaron tácticas y se coordinaron para ganar en eficacia. Acechaban en grupo a grandes animales, como bisontes, ciervos o mamuts, los seguían y atacaban arrojando sus lanzas.
Con el tiempo, se desplazaban buscando grandes manadas. Las rodeaban sigilosamente y las dirigían hasta acorralarlas en algún barranco sin salida. Entonces lanzaban sus lanzas y así conseguían gran cantidad de carne que podían desecar, congelar o ahumar para su posterior consumo. Con las pieles confeccionaban ropajes para combatir el frío utilizando agujas de pedernal.
El dominio del fuego fue otra arma decisiva en la lucha contra los leones, además proporcionó calor y luz. Facilitó la conversión de improductivas selvas en ricas praderas para la caza. Permitió cocinar la carne, lo que evitó enfermedades infecciosas al esterilizarse gérmenes patógenos.
Más adelante se incorporó el arco como arma de caza y de defensa. Fue otro gran avance, que mejoró la eficacia de la caza.
¿Cuánto tuvo que ver la caza en el desarrollo de la inteligencia?
¿Nos hicimos sabios por o para cazar?
¿Fue determinante la construcción de armas y herramientas para cazar?
Preguntas que han contestado afirmativamente los estudiosos de nuestra evolución. Naturalmente, salvo los negacionistas de oficio.
Darwin ya lanza la hipótesis del cazador, que atribuye el desarrollo de nuestras capacidades mentales a la caza.
El paleontólogo Raymond Dart formuló la idea del simio cazador para explicar la evolución humana. También atribuye la bipedestación al uso de las armas, necesaria para empuñarlas y para lanzarlas.
El zoólogo Richard D’ Alexander diferencia dos grandes etapas de la evolución humana: la primera controlada por la selección natural, cuando se lucha contra las fuerzas hostiles de la naturaleza y la caza es una necesidad primaria. La segunda dominada por la competición social; el enemigo es otro grupo humano que compite por las tierras, honores, riqueza, sexo, etc. La caza se relega a un papel secundario; si se quiere, lúdico o deportivo,
La caza fue el motor de la evolución de nuestra especie. Sin ella no habría habido vida inteligente (o a menos esta vida inteligente) en nuestro planeta. Este concepto es básico, a mi juicio, para entender nuestra historia y nuestra psicología actual.
¿Por qué caza el hombre cuando deja de ser una necesidad primordial?
¿Tendrá algo que ver la genética?
Ortega y Gasset reflexiona sobre la caza: Una forma de liberación del hombre actual es ser paleolítico por unas horas. Y el verdadero significado de ser paleolítico es ser cazador.
El hombre es un tránsfuga de la Naturaleza. Se escapó y empezó a hacer Historia. La venatoria le devuelve transitoriamente a ella.
Fuente. abc.es