Volando a ciento cincuenta
metros del suelo, con el viento a favor y un
suave balanceo desde la izquierda, el
halcón ‘Ícaro’ otea el suelo sin
variar el rumbo, en busca de su dueño.
Al localizarlo, emprende un rápido
y preciso picado que, en apenas diez
segundos, le lleva a posarse sobre el brazo
enguantado de Alejandro Pizarro
Chacón. Es él, cetrero desde
hace ya diez años, quien ha entrenado a
esta ave de presa hasta convertirla en un
eficaz instrumento de caza. Y también
es él quien los días 18 y 19 de
octubre, en Manzaneda, medirá a su
criatura, y a las cinco restantes que tiene en
propiedad, con las de otros aficionados a esta
práctica, el segundo Campeonato
Asturiano de Cetrería.
Pizarro es uno de los cada vez más
numerosos representantes en Asturias de esta
práctica, generalmente poco conocida,
que consiste en adiestrar y utilizar aves
rapaces para cazar, ya sean presas terrestres o
aéreas. Sólo en Avilés
son seis, muchos encuadrados en la
Asociación Cetrera Asturiana.
«Todos los años se apunta alguien
nuevo, y es algo que engancha; es verdad que
el pájaro se lo compras a un criador o a
otro cetrero, pero a partir de ahí hay
que entrenarlo. Eso es lo que realmente
gusta», confiesa Pizarro.
Lejos de ser una práctica aleatoria
y poco regulada, la cetrería
está sujeta a una detallada
reglamentación, que diferencia dos
modalidades fundamentales: la
altanería, para la que se utilizan
halcones, y el bajo vuelo, en la que abundan
pájaros como los azores o las
águilas harris. «En
altanería, las claves son la velocidad y
la altitud; cuando más arriba vuela tu
pájaro, mejor, porque tienes mayor
radio de acción. En el vuelo bajo, en
cambio, el truco es el camuflaje, el pegarse al
suelo para que la presa no te
localice».
No obstante, e independientemente de la
variedad, conseguir que un ave rapaz responda
a las órdenes de su amo no es tarea
fácil, ni tampoco barata. Como
cualquier otro animal, los pájaros
deben comer y ser alojados en una condiciones
adecuadas para preservar sus habilidades,
pero que garanticen que no huyan. «Una
vez sueltas el pájaro del puño,
puede ser la última vez; si no quisiera
volver, no volvería, porque la fuga es
su reacción natural ante lo
desconocido», señala
Pizarro.
Para evitar esa respuesta instintiva, la
única solución posible es el
adiestramiento continuo. Para ello, lo primero
que el cetrero debe conseguir es resultarle
atractivo y familiar al pájaro,
ganándose así su confianza.
«Los guantes con los que nos
protegemos los brazos están hechos de
cuero, así que a las aves las
alimentamos poniendo señuelos y
comida en trozos de ese material. Una vez se
habitúan a nuestra presencia, pasamos
a entrenarles en la detección y
persecución de presas, cada vez a
mayor altura».
Sin embargo, los días de
práctica y la inversión
monetaria dan como resultado el que, a juicio
de Pizarro, es el verdadero aliciente de la
cetrería: el vuelo. «La
motivación no es la caza; el día
que cazamos algo hacemos fiesta. Lo guapo es
ver al pájaro a trescientos, a
cuatrocientos metros, y contemplar u
oír sus picados, porque a veces baja
tan deprisa que no lo ves. Capture o no a la
presa, que la mayor parte de las veces no, es
un placer verlos».
Con la satisfacción impresa en el
rostro, Pizarro concluye admitiendo que le
gustaría que las autoridades les diesen
permiso para volar en cualquier lugar.
«Estos pájaros no son
peligrosos; de hecho, ayudan a librar a las
ciudades de palomas y gaviotas. Son bellas y
no molestan, y pagar un coto de caza es muy
caro».