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La extrema sequedad de los montes anula el rastro a los perros y limita las piezas abatidas

La apertura de la temporada de caza menor ofrece un resultado discreto, con pocas piezas abatidas no porque disminuyera el número de conejos, perdices u otras especies cinegéticas –ya que eso aún está por ver–, sino porque la sequedad de los montes impide que los perros sigan el rastro, y eso dificulta la acción del cazador.

Absolutamente todos los tiradores consultados ayer en los montes de las comarcas de O Salnés y Caldas se quejaban de lo mismo, es decir, de esa sequía que limita, y de qué manera, la acción de sus canes.
 
Y no son las únicas quejas, ni las preocupaciones exclusivas del tirador. El aumento de carreteras y pistas a causa de las concentraciones parcelarias, la contaminación, las talas indiscriminadas y, en general, todo aquello que pueda contribuir a la destrucción de hábitats son cuestiones que tienen en vilo a los cazadores, y especialmente a los más veteranos, que después de décadas de actividad ahora ven cómo de aquella abundancia de piezas de antaño apenas queda un triste recuerdo.

El relato de la jornada

De todo ello dieron cuenta ayer los cazadores, alrededor de un millar en las comarcas de O Salnés y Caldas. Algunos ni siquiera durmieron, a causa del nerviosismo. Y otros madrugaron para situarse en el monte, con sus perros, antes de que empezara a salir el sol. Este es el relato de la jornada, contado en tiempo real:

08.30 horas En las laderas de Xiabre, un monte compartido por Vilagarcía, Caldas y Catoira, ya hay actividad. El rocío que ha caído de madrugada, unido a la sequedad del suelo y del matorral, hacen que la masa arbórea que se salvó de los incendios de 2006 –o que trata de recuperarse desde entonces– desprenda un intenso e inconfundible olor. Huele a seco, pero también a ceniza, como si este monte hubiera sido víctima de incendios recientes, o quizás como queriendo recordar que ya padeció demasiados.

Con la temperatura aún fresca, apenas 14 grados, los primeros cazadores esperaban ansiosos a que el sol acabe de despuntar.
09.00 horas En la subida a Xiabre por la carretera de Guillán y Pinar do Rei, es decir, desde Vilagarcía, basta con recorrer apenas un par de kilómetros para toparse a dos conejos que cruzan, a la carrera, el estrecho vial. Ellos también parecen oler algo especial en esta primera jornada de caza menor.

09.05 horas En la entrada de un pedregoso camino hay dos turismos estacionados, con sendos remolques. Están vacíos. Los cazadores y sus perros ya se han puesto en marcha, y a lo lejos se escuchan sus ladridos, que se confunden en el vacío con los procedentes de la perrera de Pinar do Rei.

El sol lucha con las nubes bajas para tratar de salir, y todo indica que va a ganar la batalla y que espera otra jornada soleada. La silueta de dos cazadores se observa a lo lejos, encima de unas rocas que tratan de imponerse a la maleza. Son dos tiradores de Cornazo (Vilagarcía) cuyos perros buscan casi desesperadamente el rastro del conejo. Los animales están metidos entre una espesa masa de tojos. Parece imposible que puedan salir de aquella enmarañada red de espinas, pero no se detienen. Uno de los canes, de nombre Bufo, sale a la carretera, pero es como si solo quisiera tomar oxígeno, ya que inmediatamente vuelve a introducirse en el tojal.

09.15 horas Xiabre está en silencio. El sol empieza a tomar el mando y a lo lejos se divisa la imagen de Vilagarcía, que empieza a despertar. De pronto, dos disparos y el ladrar inconfundible de los sabuesos cuando siguen un buen rastro. Otro disparo, y otro más. El estallido de los cartuchos se pierde en los ecos de Xiabre mientras el ladrido de los perros se acentúa. Carretera arriba aparecen mas turismos y furgonetas estacionados, casi todos con los remolques en los que han trasladado a los canes. En apenas dos kilómetros es posible encontrarse medio centenar de estos vehículos. No hay nadie. Hombres y animales están perdidos en medio del seco matorral.

Con la cima aún lejos, hay que detenerse en un terreno plagado de eucaliptos jóvenes, de esos que rebrotaron tras los incendios de 2006. De nuevo se rompe el silencio. Se escucha un disparo y un cazador grita para azuzar a sus perros y hacer que recojan la presa. No se les ve. «Es un conejo», exclama un tirador, que de este modo informa a sus compañeros de cuadrilla y los anima a seguir concentrados. Nunca se sabe qué puede aparecer entre los tojos.

Es el primer conejo para este tirador vilagarciano, y puede que el primero de la temporada en Xiabre. Unos metros más adelante se encuentra Manuel Rodríguez, un hombre de 80 años que forma parte de la Sociedad de Caza Karsita. Está en los terrenos de este tecor societario acompañado de su nieto, Ramón. «Por ahora no hemos tenido suerte», relata con pesar.

09.35 horas Pedro Rodríguez es un vilagarciano al que muchos conocen por ser el gerente de Pajarería Rodri. Se encuentra dos kilómetros más adelante, monte arriba. Colgado de su cinturón de caza tiene un conejo. «Hemos empezado bien», exclama. Forma parte de una cuadrilla integrada por cinco aficionados, y entre todos ya se han cobrado tres piezas.
«Estos son terrenos de Karsita, que tiene algo más de 2.000 hectáreas», explica el tirador vilagarciano. Este tecor linda con Bamio (Vilagarcía) y Caldas, y está considerado uno de los más importantes de la comarca.

«Pero las cosas no marchan bien porque está todo demasiado seco y no se puede seguir el rastro; los perros se vuelven locos y los conejos se esconden con más facilidad», lamenta.
Cazando con él se encuentra Jesús Manuel Rodríguez López (Suso), presidente de la Sociedad Karsita, quien al finalizar la jornada declararía que en toda la mañana solo habían cazado aquellos tres primeros conejos.

«Tuvimos mucha suerte al empezar cazando estas tres piezas, pero no va a haber demasiados conejos porque está todo tan seco que es imposible que los perros cojan el rastro –explica el presidente de la entidad–. Puede que sea una temporada como la anterior, pero es necesario que llueva cuanto antes para que todo esto se normalice».
10.05 horas La actividad es frenética. Ya en la cima de Xiabre aparece un perro de caza perdido. Ni siquiera le queda el rastro de sus compañeros de partida. A un lado y otro del monte, hacia Catoira, Vilagarcía y Caldas, se escuchan disparos. Subiendo por la empinada cuesta de la carretera principal –que además de estrecha está ya muy deteriorada– se divisa la silueta de tres ciclistas. Como cada domingo por la mañana, sobre todo si hace un día tan radiante como éste, dan pedales hasta la cima. Esta vez reconocen que los disparos hacen que todo sea muy diferente.

10.30 horas La bajada de Xiabre hacia Caldas de Reis ofrece imágenes y sensaciones muy parecidas a las vistas en la ladera contraria. Más disparos, decenas de coches con remolque estacionados en el arcén o en caminos forestales y cortafuegos, cazadores con conejos al cinto e incluso un par de perdices abatidas. La charlas con dos cazadores sirve para escuchar por enésima vez los mismos argumentos: «Todo está demasiado seco, los perros no siguen el rastro…».

10.45 horas El sol ya calienta con fuerza y muchos emprenden la «retirada». Unos lo hacen satisfechos, tras haber cobrado las primeras piezas de la temporada, y otros, menos afortunados esta vez, se van igual de contentos, pues saben que ha empezado una apasionante campaña que el domingo que viene les dará una nueva oportunidad de gozar del deporte de la caza combinado con el disfrute de la naturaleza. Es una experiencia diferente, casi única, que solo los verdaderos cazadores son capaces de entender. Por eso también saben que es necesaria la lluvia, no solo para que los perros sigan el rastro, sino para «renovar» un hábitat demasiado castigado ya y ahora nuevamente amenazado por los incendios.

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