Faltan unos minutos para las
nueve de la mañana y al tiempo que la
niebla se levanta y la cortina de las nubes se
retira para dejar asomar al sol, en la calle se
van avivando las conversaciones.
Es domingo, mes de noviembre, Puebla de
Don Rodrigo. La puerta del bar Los Cuatro
Puntales es, a esta hora, la zona más
transitada de una localidad que alborea con
quietud, como el resto de la provincia,
dejándose llevar por los primeros
minutos de la mañana. Una columna de
humo se levanta desde uno de los laterales del
local y hace las veces de reclamo para unos
‘indios’ improvisados que
identifican de un golpe la señal. Falta
un rato todavía para el almuerzo, pero
en la escalinata del restaurante fogarean los
cigarrillos y se intercambian los primeros
pronósticos. Hay quien cruza los dedos
a escondidas para que le caiga en suerte un
buen puesto. Empieza ya la liturgia coral de
las monterías.
Puebla de Don Rodrigo tiene poco
más de 1.200 habitantes, y a esa hora
hay cerca de 200 personas compartiendo mesa
y mantel, barra y café en un mismo
lugar, el punto de encuentro de la Sociedad de
Cazadores del municipio. No hace mucho, sus
responsables tenían problemas para
completar la venta de las acciones de la
temporada, es decir, del derecho a participar
en todas las monterías. Este año
hay cerca de una veintena de personas en lista
de espera, esperando su oportunidad para
pagar los 2.400 euros que dan derecho a las 15
monterías, diez en domingo y cinco en
sábado;un coste que se reduce para los
vecinos del pueblo. El humo del exterior del
restaurante cesa, y en la cocina empiezan a
salir los primeros platos de migas, que locales
y forasteros comparten por turnos, llenando a
cada vez el comedor. El almuerzo es el
prólogo del sorteo.
Pasan unos minutos de las diez de la
mañana cuando el pequeño
bombo rescatado de un juego infantil de bingo
empieza a girar para repartir los puestos de
caza. Primero se nombran las armadas, y
luego van saliendo una a una las bolas para
ocupar los puestos. Cuando una armada se
completa, se nombra en alto a sus ocupantes y
se entrega la tarjeta al postor, que
será el encargado de llevar y traer a
los cazadores a su lugar en la
montería. Antes de partir, las
normas:no tirar en repecho y nada de abatir
gabatas. «Si tenéis dudas sobre
si es una cierva adulta o una joven, no
disparéis». La voz la pone el
secretario de la sociedad, Jesús
Cristino Rincón, que dicta
también el cupo de la montería
para que todos los memoricen. «Dos
venados y dos ciervas», sin cupo para
jabalíes. Los postores y los monteros
empiezan a subirse a los todoterreno y a
desaparecer. Hay quien todavía
observa el mapa pegado a la ventana del bar
para localizar en la mancha el puesto que
ocupará durante el día.
Toca cazar en La Pizarrilla, una parte del
monte público propiedad municipal que
la sociedad gestiona para la caza y que la
convierte en uno de los cotos sociales que hay
repartidos en la provincia y en la
región, en la que existen más
de 20.000 cazadores, 134.000 licencias y 350
sociedades. La de Puebla de Don Rodrigo es el
botón de muestra de una actividad
cuyo impacto económico está
cifrado en 600 millones de euros, y que genera
6.500 puestos de trabajo fijo y 1,6 millones de
jornales, según las estimaciones del
Gobierno regional.
Al tiempo que el gentío se aligera
y los vehículos desaparecen rumbo al
monte, llegan las furgonetas de las realas.
Cuando ya no queda en el bar ninguno de los
cazadores, ellos aún esperan. Fuman y
charlan sobre lo que va a ser el día
mientras miran de reojo el reloj cada cinco
minutos para calcular la hora de la partida.
Con los cazadores en los puestos, los perros
deben salir al monte a las 11.30 horas, y no
pueden retrasarse. Se reparten el mapa para
abarcar toda la mancha y en torno a las once
se pierden por los caminos con la banda sonora
del ladrido de los perros. La Tribuna
acompaña a una de las 15 realas que
participan en la montería, más
de 400 perros, y asiste al momento en el que
la compuerta se abre y la furgoneta dispara
canes en dirección al monte. Han
pasado dos horas y media desde que todo
echó a andar y ahora La Pizarrilla es
silencio. Comienza la caza.
tiempo de espera. Después de
entregar al monte las realas, la
atención se traslada a los puestos. Esta
mañana de noviembre se han repartido
69, y Manuel y José Manuel Rivero,
padre e hijo, ocupan uno de ellos. «El
puesto es muy bonito», asegura el
patriarca. Ambos son de Puebla y aprovechan
ese rato de soledad compartida que les brinda
el monte para conversar sobre la semana,
sobre el trabajo, sobre la familia. Eso
sí, prismáticos en mano y con
la escopeta cambiando de mano a cada batida.
Otean el horizonte en busca de las piezas, y
cuando al padre le toca disparar, el hijo guarda
silencio y se aparta para evitar el estruendo.
Si la pieza cae, acude al lugar para marcar el
sitio en el que está, para que lo sepan
las realas y eviten que la cierva abatida sea
mordida por los perros. El contacto por radio
con su padre es constante, y la mañana
«se ha dado bastante bien». En
torno a las tres de la tarde, los postores
están recorriendo los puestos para
recoger cazadores y piezas, y los Rivero
cuentan en su haber con un venado y una
cierva. «Hemos visto muchas
piezas», asegura el hijo, José
Manuel.
Antes de la retirada, y gracias a las
balizas colocadas, también han pasado
por la zona las mulas, que tiran de los
animales abatidos hacia los caminos para que
puedan ser recogidos por los postores. Hay 69
puestos para otros tantos cazadores, pero con
sus acompañantes la cifra se duplica.
Las realas suman gente y perros a la
ecuación, y las mulas disparan el
‘censo’ de la montería
hasta las 200 personas. A lo lejos, Daniel, el
guarda, y Jesús Cristino, que no caza
por un problema en el hombro, han compartido
comida y ‘veneno’ mirando
desde una pequeña loma el movimiento
de los animales y de las realas, adivinando por
los disparos qué tal se dará la
montería.
El resultado del día es más
que aceptable. «Antes se abatían
unas 20 piezas en cada una de las
monterías, pero ahora estamos
siempre en el doble, como poco»,
explica Rincón para ejemplificar la
evolución de la Sociedad de Cazadores
de Puebla de Don Rodrigo. Este domingo de
noviembre la cifra de piezas se eleva hasta las
49, y los monteros van goteando poco a poco
al municipio para repartirse entre el matadero
y Los Cuatro Puntales, inicio y final de una
coreografía circular. Todos guardan en
el bolsillo una parte del resguardo que
compraron por la mañana, cuando
arrancaron el trozo que decía
«Migas» y se quedaron, para la
tarde, con el que da derecho a la comida. Hoy,
judías. Ytodo por nueve euros.
En el comedor los grupos se forman por
puro azar. Los cazadores van llenando las
mesas y comen mientras relatan cómo
les ha ido el día. «Buenas
navajas tenía el jabalí que ha
matado Domingo», dice uno mientras
apura el plato. Ya han pasado por el matadero,
pero habrá un segundo viaje para ver
el resultado total de la montería. Los
carniceros trabajan para abastecerse y
alimentar con ello la labor de la sociedad, que
descuenta un domingo en la temporada. Una
jornada, con 200 personas, en la que se ha
repetido la liturgia coral de las
monterías.