La ONU quiere hacernos vegetarianos
Los productos de origen animal contienen más cantidad y mejor calidad de proteínas, algo imprescindible en el equilibrio de la dieta.
Las alertas sobre la necesidad de cambiar el modelo alimentario global, con disminución del consumo de carne, que acaba de publicarse a bombo y platillo en los medios de comunicación, no proceden en este caso de grupos ecologistas radicales, sino de la mismísima ONU, es decir, de su panel de «científicos» «estudiosos» del «cambio climático». Algo de una gravedad extrema desde numerosos puntos de vista
La lucha por la proteína
Cuando nos hablan de una alimentación recomendable a base de productos vegetales, no pensemos en la producción de verduras, hortalizas y frutas, sino de algo mucho más costoso de conseguir: la proteína. Los productos de origen animal, como la carne, el pescado, la leche y los huevos, contienen más cantidad y mejor calidad de proteínas que los alimentos vegetales, y las proteínas son imprescindibles en el equilibrio de la dieta.
Los niños y los ancianos requieren más y mejores proteínas que los adultos en otras edades, de manera que estamos tocando un tema extraordinariamente delicado cuya manipulación sólo puede calificarse de irresponsable.
Para los defensores del veganismo, recordemos que afortunadamente existen dos familias botánicas ricas en proteínas vegetales: las leguminosas y las gramíneas. Todas las sucesivas civilizaciones que han ido floreciendo a lo largo de la historia de nuestra especie, desde que descubrió la agricultura, han tenido como fuente proteica alguna especie de estas familias
Ejemplos significativos son: maíz en América, trigo en Eurasia Meridional, centeno en Europa del Norte, arroz en Oriente, en lo referente a las gramíneas, y habas, guisantes, garbanzos, judías, lentejas y, muy especialmente soja, entre las especies de semillas comestibles de la familia de las leguminosas.
Ni cereales ni legumbres son completas en cuanto la diversidad de aminoácidos de sus diferentes especies, con excepción de la soja, pero la sabiduría popular ha aprendido en nuestras latitudes mediterráneas a combinarlas sabiamente, como en los maravillosos «empedrados» de garbanzos con arroz, por no citar más que un ejemplo.
Para una alimentación estrictamente vegetariana, es decir, vegana, haría falta ingerir no sólo una buena cantidad de vegetales, siempre incluyendo cereales y legumbres; sino también rica en variación, algo que no suele estar al alcance de los países poco desarrollados. No planifiquemos la nutrición de las poblaciones humanas a base de caprichos para ricos, que es a lo que muchas veces jugamos en nuestra cómoda civilización occidental.
La adición de proteínas animales, aunque no sea en grandes cantidades, suele complementar las dietas vegetarianas, como en las llamadas ovo-lacto-vegetarianas. La carne y el pescado suministran proteínas de alta calidad y el descubrimiento de su consumo debió resultar muy útil para nuestras antepasados homínidos: en esa línea evoluciona actualmente el chimpancé, en oposición a sus primos vegetarianos el orangután y el gorila.
Un ser humano en edad mediana y con una salud normal viene a necesitar unos ciento cincuenta gramos diarios de proteína para reparar el deterioro de sus tejidos y para sintetizar las que necesita como reguladoras fisiológicas. Por debajo de este nivel de ingesta aparecen carencias insostenibles, pero repetimos que los niños y los ancianos necesitan un suplemento sobre estos contenidos para crecer y reparar el desgaste orgánico respectivamente. Estamos hablando de algo muy serio.
La pirámide ecológica y la vaca sagrada
Las filosofías basadas en el vegetarianismo tienen como punto de apoyo el concepto de «pirámide ecológica«, que resulta muy sencillo de analizar y que se basa en que, si bien los materiales no se agotan cuando circulan entre los seres vivos y terminan por describir ciclos, la energía sí se va gastando de un paso a otro de la cadena alimentaria, de manera que en tres o cuatro eslabones, la obtenida por los vegetales a partir del sol termina por ser consumida.
No entraremos en datos de porcentajes exactos, pero es obvio que los vegetales asimilan la energía solar gracias a la clorofila y que traspasan a los herbívoros que los consumen sólo el resto que queda de ella después de la que aquellos han gastado para vivir.
Siguiendo el razonamiento, los animales carnívoros sólo obtienen de sus presas herbívoras la energía que a éstas les ha sobrado después de invertir una parte en sus funciones vitales, así ocurre en el paso a los carroñeros hasta el agotamiento final de la que proporcionó a la vida el gigantesco horno solar.
Si representamos estos conceptos en forma gráfica, ésta toma forma de pirámide, ya que cada piso sucesivo es menor que el precedente, sobre todo si tomamos como unidad la biomasa, o mejor aún la productividad del sistema.
Viajemos ahora hacia los aspectos sociológicos del tema: si una civilización basa sus nutrición en vegetales, aprovechará más energía que la que obtendría si gasta una parte de estos materiales en alimentar ganado, ya que las vacas, los cerdos, los pollos o los animales de consumo que se quiera, se gastarán en vivir una parte de lo recibido antes de traspasar el resto al predador humano. Es así de sencillo.
Pero en cambio, estas poblaciones serán deficitarias en proteínas de alta calidad: los niños africanos mantenidos a base sólo de harinas vegetales nos sobrecogerán entonces con el aspecto de su abdomen hinchado y prominente por falta de desarrollo de la musculatura abdominal, por no poner más que un ejemplo.
Como casi siempre ocurre terminaríamos abocados a unas sociedades de ricos y pobres: como muestra, los alemanes apenas han tardado horas en reaccionar anunciando la elevación del precio de la carne, que como además, seguro que tendrá que ser «ecológica», se convertirá en un producto para los poseedores de cuentas corrientes tan bien alimentadas como ellos mismos.
El antropólogo de la Universidad de Harward, Marvin Harris, es autor de un libro mundialmente famoso titulado «Bueno para comer» en que analiza la diversidad de costumbres alimentarias de las diferentes poblaciones humanas a lo largo de la historia, pero en otro interesante ensayo: «Caníbales y Reyes», hace referencia a un tema tan sorprendente como la sacralización de la vaca en la religión hindú, que presenta como «El enigma de la vaca sagrada».
Para una población tan numerosa y subalimentada como la que afecta a las regiones de la India y países limítrofes, la producción de arroz y otros alimentos vegetales imprescindibles para la supervivencia se basa en el arado, tirado por el buey, ya que el petróleo para la mecanización agrícola resultaría prohibitivo. Comerse un buey en estas condiciones resultaría poco social, pero es curioso que, a quien se sacraliza es a su madre, en un hermoso ejemplo de la espiritualidad que impregna estas costumbres.
La «ONU vegetariana»
Volvamos al comienzo, es decir a la reciente recomendación de la ONU sobre el cambio de modelo alimentario que debemos seguir en un inmediato futuro. Bien es verdad que sus consejos están tan llenos de matizaciones y de excepciones que a la postre resultan poco más que un juego floral, pero ¿habrán calibrado las consecuencias que podría tener el seguimiento de estas pautas?
De entrada irá derecho a la ruina el carnicero, después el ganadero y la ganadería, a continuación habrá que producir más biomasa vegetal, por lo que será necesario deforestar monte o asolar dehesas para convertirlas en tierras de nuevos cultivos, pero habrá que regarlos y para ello será necesario convertir secanos en regadíos, de manera que, en nuestro país ¡horror! habrá que replantearse el viejo tema del Plan Hidrológico.
Todas estas objeciones son tan evidentes que cabe pensar que los «expertos de la ONU» no se habrían atrevido a aventurarse con tales declaraciones de no sentirse amparados por el paraguas de un mantra que todo lo protege: el llamado «Cambio climático»
Ante el fantasma de la anunciada hecatombe climática todo vale, hasta la manipulación de niños como la pobre Greta, para convertirlos en apóstoles del catastrofismo. Todo se mezcla en un maremágnum que cada vez se aleja más del método científico. ¿Cuándo volveremos a la sensatez?
Miguel del Pino Luengo es biólogo y catedrático de Ciencias Naturales.