Vinculada a prácticas de sociabilidad como la caza, aunque desarrollada con un sentido más utilitario y siendo el acceso a tales usos más democrático, la pesca fluvial constituyó un complemento nada desdeñable para la economía campesina desde la antigüedad, si bien los estamentos privilegiados de la sociedad trataron siempre de mantener bajo su control el desarrollo de la actividad y de la riqueza piscícola. En épocas pretéritas los salmones representaban la presa por excelencia, aunque no dejaría de revestir importancia la captura de truchas, anguilas o lampreas. A partir del siglo XX sobre todo comenzará a concebirse la pesca como deporte, constatándose cambios evidentes en la cultura material que rodeaba esta práctica, como la adopción de la caña de varios cuerpos y provista de un carrete para enrollar el sedal. De todos modos, la pesca con caña se encuentra documentada ya en el siglo XV, empleándose tanto cebos vivos como artificiales y existiendo una confección artesanal de moscas y, posteriormente, cucharillas y otros reclamos metálicos.
Para las comunidades ribereñas los recursos de la pesca supusieron una fuente indispensable de calorías, especialmente en las épocas de hambrunas y de malas cosechas, en coyunturas alcistas o en periodos de despegue demográfico. La riqueza piscícola del río Nalón, en este sentido, ha sido ampliamente documentada, siendo la abundancia de los ríos asturianos atribuida a la frialdad de las aguas. A principios del siglo XVIII, por ejemplo, se empleaban más de cien barcas y cuatrocientos «labradores riberiegos» en la pesca de salmones, truchas, muriles, reos y sueyas, de los que la tercera parte se consumían en fresco y el resto se exportaba a los mercados castellanos.
Desde el siglo XVI serán cada vez más frecuentes los litigios por el acceso a los recursos pesqueros fluviales, menudeando los pleitos en la Chancillería de Valladolid a propósito de la pesca de salmones en el último tramo de Nalón. Las Ordenanza de Pesca de 1769 intentaron poner orden en el ramo, prohibiéndose de paso el uso de ciertos artefactos y venenos.
Ya comenzado el pasado siglo la pesca del salmón entrará en franco retroceso, debido sin duda a abusos como el recurso al cloruro de sal o la dinamita, problemas a los que sumaría el efecto contaminante de los lavaderos de carbón y la construcción de embalses. Ello pese a medidas como, por ejemplo, las que se tomaban cuando el empresario Cándido Blanco solicitaba una derivación del cauce del río para la producción de energía eléctrica a la altura de Comillera exigiéndosele, en cumplimiento de lo dispuesto en el artículo 66 del Reglamento de pesca Fluvial de 1911, la obligación de establecer una escala salmonera. El pez pasaría entonces de constituir un alimento popular a ser un condumio del que sólo podían disfrutar los sectores más adinerados de la sociedad. En el capítulo dedicados a los municipios del Alto Nalón en obras como la monumental Asturias o las topografías médicas comentan la riqueza en truchas y anguilas de este territorio -aunque éstas últimas estuvieran en retroceso ya en el primer tercio del pasado siglo-, y cómo ambas mercancías eran objeto de exportación. Estos testimonios recordaban también que antaño se constataba la abundancia de salmón y lamprea. Este hecho no deja de ofrecernos, en cualquier caso, una idea acerca de la constante actuación humana sobre los recursos del territorio.
Será en este periodo, como se ha dicho, cuando se comience a difundir la práctica de la pesca deportiva, lo que no dejaría de conducir a la masificación de estas artes, situación que aún se vería empeorada por la falta de una reglamentación que velase por los recursos fluviales. Ya en las primeras décadas de la anterior centuria había quien se alarmaba de la precaria situación en que se encontraba la pesca en estos concejos, ya que en cuanto llegaban a enturbiarse las aguas por cualquier causa se poblaban los ríos de pescadores que con malas artes «hacían pedazos la ley de pesca», habiendo quien capturaba hasta una arroba de truchas que después eran vendidas por la villas. Ni siquiera la intervención de la guardia civil lograba paliar tales desmanes, dado que está atávica actividad era considerada como un derecho natural de los moradores de la comarca; y difícil de regular por otra parte. No dejaría de ser este un lugar, como es obvio, en el que se constatase la presencias buenos pescadores.
Durante los años de la Dictadura de Primo de Rivera y de la Segunda República se continuaría reseñando la riqueza en truchas de las aguas altonalonianas, cuya captura constituía una explotación sumamente rentable, dado que permitía la existencia en estos municipios de pescadores de oficio. Este pescado se exportaba en grandes cantidades a los concejos de Langreo, San Martín del Rey Aurelio -y también se consumía una buena cantidad en Laviana-, localidades que habían visto mermada su riqueza piscícola a causa de la contaminación causada por las explotaciones carboníferas. En este periodo la anguila iba desapareciendo de los lechos ribereños a causa de los grandes obstáculos que se encontraba en su ascenso contracorriente, sobre todo los que suponían los saltos eléctricos.
En todo caso, tras la Guerra Civil, y superadas las estrecheces impuestas por la economía de guerra, la pesca formará cada vez más parte de las prácticas de entretenimiento y deportivas que ofertaba la comarca, siendo estas aguas como se ha señalado, más que aptas para el desarrollo provechoso de este tipo de actividades. No es de extrañar, pues, que en estas décadas las riberas del Nalón fuesen escenario, por ejemplo, de competiciones como el Campeonato de Pesca Fluvial organizado por la Organización Sindical de Educación y Descanso. Tampoco puede resultar chocante el que grupos organizados de aficionados optasen por ejercer su hobby en estas latitudes, desplazándose a pescar en las aguas locales diversos equipos de pescadores, como por ejemplo los del grupo Llanera que lo hacían con frecuencia.