Hemos realizado nuestras primeras salidas en busca de las perdices y como es habitual, hubo de todo. En aquellos lugares en los que la cría ha sido buena, se vieron y cazaron con el rigor de siempre, cumpliendo el cupo establecido. Donde no han criado bien, la desolación y el desencanto han sido las características de estas primeras jornadas.
En general este año han criado bien. No corren buenos tiempos para esta especie, en declive, cuando no en una regresión acelerada que nos lleva a pensar qué va a ocurrir con la reina de nuestra caza menor. Es en estos momentos y situaciones cuando la tentación de recurrir a las perdices de granja se hace más perentoria, creyendo que soltando algunas de ésas de «jaula» solucionamos un problema complejo, con muchas vertientes, variantes y problemas de difícil solución. Craso error.
En un conteo por lo alto, se tiene la certeza de que se sueltan más de 6 millones de perdices de granja en nuestros campos, en un intento de compensar lo que el campo no cría o en otros casos garantizar capturas de forma adulterada, por aquello de que la cantidad hace la calidad y el que paga exige.
Perdices en muchos casos de dudosa procedencia, cruzadas con perdiz griega y/o chukar, dando ejemplares que mezcladas con las nuestras salvajes, producen híbridos que nunca criarán en el campo. Aún en el caso de que las que se sueltan tengan buena genética y sean puras, la crianza en granjas les producen bacterias y otras enfermedades a las que las salvajes no están acostumbradas y son las primeras en morirse por el contagio de nuevos males.
Siendo un problema grave, no es solo esto lo que afecta a esta especie. Recientemente en un estudio sobre la toxicidad de las semillas utilizadas para la siembra en perdices, realizado por el IREC (instituto de Recursos Cinegéticos), se tuvo que interrumpir el programa ya que las perdices alimentadas con estas semillas se murieron casi en su totalidad, siendo además semillas certificadas, es decir con cierto control sanitario.
Las modernas técnicas agrícolas, tan agresivas, son otro factor importante en la decadencia de las poblaciones, sobre todo por la maquinaria que se usa en las labores agrícolas. El uso indiscriminado de productos fitosanitarios: herbicidas, plaguicidas, productos para el mosquito, el escarabajo, el pulgón, cientos de miles de toneladas de productos altamente venenosos, que poco a poco van minando la especie.
La desaparición de setos, linderos y otros tipos de líneas de vegetación con las concentraciones parcelarias, donde criaban multitud de especies y ofrecían cobijo y abundante comida a la perdiz, ha sido nefasto para la conservación de estas aves.
Visto el panorama, lo raro es que aún siga habiendo perdices en el campo. De todas formas no todo está perdido. Quedan algunas personas, que viendo más allá del puro aspecto comercial de la caza, dedican tiempo, esfuerzo y dinero en conservar esta especie y sin estar subvencionados. Ya que no reciben ayuda de nadie, que menos que reconocerles su denodado esfuerzo porque la perdiz salvaje, no desaparezca de nuestros campos y montes. Va por ustedes.