A veces los rehaleros
cuentan con más rehalas
que manos y se auxilian de
perreros ajenos, ellos
sabrán si bajo relaciones
laborales, familiares o amistosas,
lo que no tiene que averiguar
quien se limita a tratar con el
dueño de perros y
vehículos, los maneje o no
personalmente.
Es el rehalero quien busca y
dirige al perrero, le paga y, si los
hubiere, carga con sus deberes
socio-laborales. Cabrá
repercutir su coste en un tercero,
pero la obligación nunca.
También puede probarse
que todo se hace gratis o queda
entre parientes exentos, pero no
alegando que solo reciben propina,
algo usualmente adicional en el
trueque por posturas. Porque, lo
ocupe, regale o venda, el puesto
es un pago al rehalero
añadido a la propina del
perrero, lo sea él o un
tercero que él recluta, e
independientemente de que la
gratificación le llegue de la
mano del organizador, a
través del rehalero o
saliendo del bolsillo de este. Nunca
un organizador escoge al perrero
—solo al rehalero—,
frente a lo que sucede con
secretarios, ojeadores,
destripadores o similares.
Como las razones intuitivas y
emocionales son irrelevantes en un
marco ministerial de
decisión atribuida a
funcionarios técnicos y no
políticos, debió
siempre trabajarse con
pragmatismo y sobre verdades
fácticas, no sobre
fantasmas de ilusión.
Montar la defensa con criterio y
seriedad, sosteniendo la
excepción laboral de la caza
con rehala no mercantil y siendo
aficionados o allegados los que
conducen perros y
vehículos, es decir, cuando
«cazan» como
deportistas, no cuando
«trabajan» en
monterías rentables. Puede
asimismo invocarse la
temporalidad u ocasionalidad. Y
hacerse valer la gratuidad cuando
concurra, pero sin establecerla a
priori como norma. No es realista
sentar la presunción
genérica de que las rehalas
actúan gratis salvo prueba
contraria, porque no es lo general.
Ni que salen treinta días
—algunas ya
quisieran—, porque nadie
les reclamaría nada por
ninguno más. Ignorar el
suelo que se pisa, imaginar lo que
no es y olvidar el realismo
llevará al rechazo de lo
utópico e imposible en
perjuicio de lo realizable y posible,
que es lo que hay que salvar, no lo
que implique prestación
exigida de cotización, cuya
exclusión sería
como jugar el rehalero a la ruleta
en los peligrosos viajes y tiroteos
de las batidas con perrero ajeno.
Nadie, y menos la
Inspección de Trabajo,
puede admitirlo.
Me dirán los afectados
que todo eso está muy
bien, como lo del bienestar animal
y la tributación fiscal y el
medio ambiente y la sanidad y el
no abandono, etc.
¿Demasiados
trámites y trabas? Sin duda,
pero es el precio de convertir la
montería en fuente de
rentas y trabajo, génesis de
tasas, impuestos y dividendos. De
haber continuado como se
inventó no habría
tanto problema. Monteros, rehalas
y perreros no son lo que eran, pero
se sigue soñando que
sí, para «cazar con el
‘romanticismo’ del
XIX en el
‘prosaísmo’
del XXI». Y en la caza, como
en la vida, hay que estar a las
duras y a las maduras. Lo digo
como lo siento. Monterías y
cacerías son puro
«amateurismo» en
muchas ocasiones y partes de
España, pero en otras no
hay quien lo crea. Comparen las
ventajas de cazar solo por
afición con los
inconvenientes de hacerlo por algo
más, y miren si la culpa
está en las leyes o en la
nueva caza (que de caza va
dejando de tener lo que
tenía) y en los nuevos
cazadores (que de cazadores
llevan rumbo de no conservar ni el
nombre). ¿Y las rehalas?
Pagan sus consecuencias las que
menos lo merecen. Justas por
pecadoras. Paradojas de la caza
dentro de las de la vida.
Palmarán las de «a
ciencia y conciencia» y las de
«por pasión e
ilusión» antes que
las de profesión e
inversión, torpemente
equiparadas por unos luchadores
igualitaristas del ocio y el negocio.
Flaco favor se hizo en este asunto,
que hoy tanto agobia, con la
improcedente petición
primaria de igualar a los
desiguales.
Queridos rehaleros y perreros,
sostened en vuestras asociaciones
que en la rehala, como en la caza
—y en la vida—, al
pan, pan y al vino, vino. Porque
avance y progreso lo son para
todo. No se puede cazar con
coches, mansiones, armas y
«trofeos» de 2014 en
un sistema laboral y social de
1914. No se debe escamotear
asistencia sanitaria,
indemnización o
pensión al perrero que
pueda recibir un balazo cuando
vaya a ganarse 60 €
manejando perros extraños
alquilados por 250 para
diversión de puestos
vendidos a 3.000. ¿Tanto
supone detraer de semejante fajo
de billetes las nueve o diez
monedas de seguridad social para
una jornada en paz? Es mi punto
de vista, naturalmente. Y solo me
mueve el bien de las rehalas, de
los perreros y de las
monterías. Ningún
otro móvil me guía.
Los planteamientos basados en el
exceso de celo o ambición
de eximir por parejo a todos, sin
reparar en sus diferencias, pueden
haber sido una caña vuelta
lanza ahora difícil de
desclavar, y deben servir de
lección para saber aspirar a
lo viable descartando lo
irrealizable. Ojalá se
rectifique a tiempo en el modo de
plantear las negociaciones y en su
objetivo último, lo que
facilitaría el resultado final
que traiga la justicia y la
tranquilidad al mundo de la rehala.
Así lo esperamos del
ministerio del ramo y sus
inspectores.