Que la cabeza de ‘Cecil’ acabe
sobre la chimenea de algún tirador
español para envidia de sus amistades
no sorprende en el elitista mundo de los
cazadores de emociones y fieras salvajes.
Dicen los que conocen este ambiente que los
españoles sueñan con el trofeo,
mientras que británicos y alemanes
apuestan más por vivir el lance.
Esto explicaría el porqué
España importa, al menos desde
Sudáfrica, más trofeos que
todos los países de Europa Occidental
juntos.
Y eso que se trata de uno los estados,
junto con Mozambique, Tanzania o Zambia,
que regulan legalmente esta práctica.
Las estadísticas, cuya exactitud
ningún experto ni ONG pueden dar por
cerradas, no incluyen lo que ocurre en Kenia o
Botswana, donde está perseguido por
la ley. En todo caso, la Unión Europea
prohíbe desde el 15 de enero de este
año la importación de trofeos de
caza sin un permiso especial. Una norma que
sitúa en la ilegalidad el uso que se
haga de los restos de ‘Cecil’.
El león es el rey de la selva, pero
no para los cazadores. El hecho de que hayan
proliferado las granjas de cría en
cautividad para soltarlos en lugares vallados,
donde son fáciles de abatir, ha bajado
los precios. Solo en Sudáfrica hay 160
criaderos en los que viven 8.000 leones con el
instinto adulterado. Por contra, apenas se
cuentan 3.000 salvajes. El negocio de esa ‘caza
enlatada’ mueve 150 millones de euros y da
trabajo a unas 6.000 personas. Una industria
alimentada por la fuerte demanda del mercado
asiático, donde atribuyen a sus huesos
propiedades milagrosas en la lucha contra la
impotencia sexual masculina y enfermedades
como el reuma o la malaria.
A la hora de poner el punto de mira, el
elefante continúa siendo el más
caro: cuesta un 30% más, nunca
menos de 35.000 euros, aunque las batidas
ilegales como las de ‘Cecil’ nunca bajen de
50.000.