Mariano Aguayo es el paradigma
de la pasión por la caza. Para este
artista del pincel y de las palabras, cazar no es
una afición. «Es un
sentimiento», afirma.
Este veterano montero, nacido en 1932 en
Córdoba pero criado en Palma del
Río, sigue siendo uno de los rostros
que proporcionan caché a las
monterías en las que participa.
«El sábado pasado abatí
un venado, todavía mantengo firme el
pulso», dice con una sonrisa entre la
satisfacción y la jactancia. Y el
día en el que nos atiende en su taller
para concedernos esta entrevista se lamenta
por no haber podido ir a otra batida en
Hornachuelos. Y no solo por deferencia a este
medio, sino porque era el día previo a
la apertura al público de la muestra
«60 años de Arte
Contemporáneo en
Córdoba», en la que Aguayo
está presente por la calidad de su obra
pictórica. Quería estar tranquilo
en su estudio, donde pasa las horas
esculpiendo el bronce, escribiendo y pintando
bellos lances de caza con sus acuarelas.
—Una vida la suya llena de
pasiones. Escritor, escultor, pintor y cazador.
¿Cuál ha sido la pasión
que más le ha marcado?
—La de pintor. Aunque disfruto
mucho escribiendo y con la práctica de
la caza. Pero la pintura me ha
acompañado desde pequeño.
Cazar lo he hecho cuando he podido.
—¿De dónde le viene
su afición por la caza?
—De mi padre. De pequeño
le ayudaba con los perros y estuve siempre
muy unido a él. He estado cazando
toda la vida, desde niño me han llevado
a todas partes. Antes era más normal
llevar a los niños a las
cacerías.
Y aquí, Aguayo revela una
anécdota quizá solo conocida
por sus más allegados. Era tan asiduo
a las monterías y tan bueno con la
escopeta que cuando mató su primer
venado en Nublos (Hornachuelos), estando en
un puesto de acompañante, nadie le
hizo novio porque le daban por cazador
experimentado. «Era un venado,
entró limpio y me lo llevé. Me
asomé y allí estaba
abatido», recuerda. «Pero no me
hicieron perrerías, me quité de
enmedio y nadie se dio cuenta». A
renglón seguido confiesa «que no
me hicieron novio, pero me hubiera
gustado».
—¿Qué es para usted
la caza?
—La caza es un impulso, no
sabría definir con precisión su
esencia, es muy difícil, la
verdad.
—¿Cuál es el futuro
de la montería española?
—No lo sé. Lo que sí
puedo decir es que cada vez es más
ilusionante cazar. Y todo porque las batidas
han ido evolucionando y las monterías
están hoy en día tan bien
organizadas que es una ilusión poder ir
al campo, porque sabes que te van a entrar
uno o dos animales. Antes, cuando yo
tenía 25 ó 30 años, ver
un venado en el campo era casi una
cuestión de suerte. Y abatías lo
primero que te entraba. Ahora sabes que
cuando vas a montear vas a tener más
facilidades y eso, para mí, es un gran
logro. Ahora, un chico joven puede ir a su
primera montería y abatir un gran
trofeo, cuando los que somos más
veteranos hemos tenido que recorrer un
camino más largo para conseguirlo. Me
hace mucha gracia cuando los jóvenes
se quejan de que sólo han abatido dos
venados, de los cuatro o cinco que les han
entrado. Y encima los desprecian: «he
matado un venucho», dicen. No
entiendo que se quiera lograr sólo
medallas de oro, abatir trofeos y no tener en
cuenta ese impulso, esa sensación de
cuando el animal viene directo hacia ti. Lo
importante es disfrutar de la caza, y no cazar
por cazar.
—¿De los más de
veinte libros que ha escrito sobre la caza, bien
en solitario o en colaboración,
cuál es el que más le ha
marcado?
—El primero: «Relatos de
caza». Fue una edición de
Cajasur, de la que se hizo una primera tirada
de 3.000 ejemplares. Luego, en Madrid, la
editorial Otero, hizo una segunda
edición, ya con ilustraciones. Es un
libro que para mí tiene un significado
especial. Es una obra chiquita de formato, pero
muy amena.
Mariano Aguayo es quizá el escritor
cordobés que más ha escrito
sobre caza, con títulos como
«Vocabulario de Montería»
(1988), «Montear en
Córdoba» (1993), «La
sierra, los lances, los perros» (1998),
«La montería» (2000),
«Los perros y yo» (2002),
«La caza en el cante» (2004),
«El gran libro de la rehala»
(2009) o «Del Monte y la
Montería» (2011), por citar
algunos. También ha escrito novelas
con la caza como trasfondo. Es el caso de
«Furtivos del 36», un libro
autobiográfico donde narra sus
viviencias de niño marcadas por la
Guerra Civil.
—¿Por qué el
título de furtivos, siendo en la
actualidad el furtivismo una lacra para esta
afición»
—Por el romanticismo, por la lucha
de esa gente que salía a escondidas al
campo a por los animales, a por un sustento
para comer y al margen de la ley. Este libro,
pese al título, no es sobre caza, es
sobre la supervivencia y la vivencia de una
generación marcada por la
guerra.
—¿Cómo ha vivido
usted la polémica entre las rehalas y el
Ministerio de Empleo y Seguridad Social?
—He estado al corriente pero no
me interesa. A mí, lo que realmente
me interesan son los animales, los perros, los
podencos.
—¿Pero cree usted que el
rehalero es un oficio antes que una
afición?
—En mi opinión, el de
perrero siempre ha sido un oficio. Antes, las
rehalas eran otra cosa, había otro
ambiente. Antaño, el rehalero era una
actividad más romántica,
más natural que ahora, no estaba tan
movida por el interés. Nosotros
íbamos a cazar y conocíamos a
todos los rehaleros. Ahora parece que hay un
conflicto entre cazadores y perrereros que no
entiendo y que no me gusta.
—¿Galgos o podencos?
—Soy un enamorado del podenco.
Es un animal al que miras a los ojos y ves
toda la vida que tiene. En cuanto a los galgos,
es un animal muy sufrido y maltratado. Es una
pena. Cuando era chico iba mucho con galgos.
Pero es que este perro es un poco torpe, no es
tan listo como el podenco, que es
fantástico. Sin que nadie se ofenda, el
galgo no sirve nada más que para
correr detrás de una liebre (risas). Pero
es un animal de una gran belleza y nobleza. En
cuanto a las personas que los ahorcan, hay que
actuar contra ellos, esto no puede tener nunca
justificación.
—¿Cuál ha sido su
mejor lance?
—Ha habido muchos, pero me
quedo siempre con el correr de un cochino.
Disfruto más abatiendo un
jabalí que una res.
—¿El mejor sitio para
montear?
—Córdoba puede presumir
de tener una sierra privilegiada para la caza,
con fincas y manchas fabulosas. Pero si tengo
que elegir me quedo con la zona de
Hornachuelos y Villaviciosa de
Córdoba.
—¿Cree que el relevo
generacional en el mundo de la
montería está garantizado?
—Sí, por supuesto. Lo que
pasa es que los jóvenes cada vez van a
tener más dificultades. La caza es una
afición costosa y no todos los
jóvenes están en condiciones de
poder practicarla. Pero hay gente que tiene
mucha afición. En las monterías
se ven muchas caras jóvenes.
—Acabemos esta entrevista con un
buen sabor de boca. ¿Cuál es su
plato favorito de caza?
—Todos. De la caza me gusta todo.
El lomo de ciervo o la perdiz son exquisitos.
Pero siempre animales de monte, nada de las
perdices o las cordonices que sirven en muchos
restaurantes y están criadas en granja.
Eso es una porquería (risas).
Antes de la despedida, Aguayo nos
adelanta una primicia: la publicación
en cuestión de días de dos
nuevos libros, uno sobre caza y otro sobre
tauromaquia, ambos con ilustraciones de su
puño y letra.