«Paca», «Tola», «Gedrecina», «Cuervo», «Furaco», «Villarina» y «Lara». Son los siete nombres con los que se conoce a los siete osos más famosos de Asturias y que representan el trabajo llevado a cabo en los últimos años en la lucha por la conservación de esta especie en la Cordillera, y que ahora vive un momento dulce con, al menos, ciento sesenta ejemplares.
El hecho de «bautizar» a estos osos ha conseguido humanizar a los animales y acercarlos a la gente. Aunque parezca algo anecdótico, los expertos defienden que los animales con «una historia particular deben tener nombre, porque la gente los identifica mejor y les toma más cariño», explica Roberto Hartasánchez, presidente del Fondo para la Protección de los Animales Salvajes (Fapas). «Ponerles nombre los humaniza y nos acerca al animal que tantos desvelos nos causa y lo hace más atractivo. Es positivo que los ejemplares que están más a la vista de la sociedad, o que han protagonizado algún suceso, tengan nombre», añade Guillermo Palomero, presidente de la Fundación Oso Pardo (FOP).
Las primeras en tener nombre propio fueron «Paca» y «Tola», que se han convertido en todo un símbolo en la lucha por la conservación en Asturias. Ellas, que se quedaron huérfanas cuando un furtivo mató a tiros a su madre en un monte en Cangas del Narcea, se convirtieron en las protagonistas de la recuperación de la especie. Guillermo Palomero, presidente de la FOP, sostiene que ahora «al oso se lo ve de otra manera, ya nadie piensa que matarlo sea un logro». Así, once sociedades de caza colaboran con la ONG que él preside.
Sin embargo, hasta llegar a la actual población osera también ha habido grises. En 1998, el oso «Cuervo» murió cuando el Principado intentaba colocarle un transmisor para tenerlo vigilado y seguirlo por el monte. Ese incidente propició que desde aquel día las decisiones en torno a la especie fuesen fruto del consenso. Se tardó demasiado en intentar cruzar a «Paca» y a «Tola» con «Furaco», el oso llegado de Cantabria en 2008, porque había miedo a otro error. Poco después llegó «Villarina», que apareció malherida en una cuneta de Somiedo y sobrevivió. Tal como explica Javier Ruiz, el veterinario que la trató, «no murió porque no le tocaba morir, pero llegó aquí incluso con convulsiones». «Villarina» volvió a su monte y rompió con la estadística que decía que nunca antes un oso que había pasado tanto tiempo en contacto con los humanos podría volver a su hábitat natural.
También famosa fue «Gedrecina» (1999), la osa que fue recogida envenenada en el pueblo de Gedrez, en Cangas del Narcea. El último capítulo es la recuperación de la osezna «Lara», que la semana pasada fue hallada en el pueblo de Larón, también en Cangas del Narcea, con una grave dentellada en un costado.