Tras seis meses de inactividad cinegética, una mayoría de los casi 3.000 cazadores de la comarca se echaba al monte el pasado fin de semana en la persecución del jabalí. Pero los resultados no acostumbran a ser espectaculares en las primeras fechas de la temporada por cuatro razones: la abundante maleza que coloniza el monte, el fuerte calor, la falta de entrenamiento de los perros y la elevada presencia de pequeños jabatos que entretienen a la jauría sin consecuencias positivas para las cuadrillas.
Y para confirmarlo nada mejor que valorar el elevado número de grupos que regresaron de la espesura sin tocar pelo, aunque cuestión bien diferente es que lo hayan visto y hasta que hubieran llegado a percibir desde las posturas los atronadores aullidos de sabuesos y grifones.
La maleza, formada por vegetación en pleno esplendor, dificulta la colocación de los tiradores y las piezas pasan sin ser vistas. El bosque cerrado se convierte en impenetrable e impracticable para la actividad cinegética. Incluso, los guardas tienen que ir buscando nuevos apostaderos para colocar con garantía a los cazadores. Eso sin tener en cuenta que los montes cada día están más abandonados por la huida de las familias que antes vivían de la ganadería. De hecho, Carlos Callejón, guarda del coto de Ribadesella, alertaba de la futura necesidad para las sociedades cinegéticas de «presupuestar una cantidad anual de euros para efectuar desbroces».
El calor en la caza, especialmente presente el pasado fin de semana, aconseja paralizar la actividad en las horas centrales del día y causa estragos en los perros y, en menor medida, en los cazadores. Y no falta gente que por ignorancia o ambición alarga en exceso la jornada.
Los canes vienen de un largo periodo de inactividad y pueden acusar lo que se llama ‘golpe de calor’. El perro tiene las glándulas sudoríparas en las almohadillas plantares y refrigera su cuerpo a través de jadeos, respiración rápida y superficial que permite disminuir la temperatura corporal con la evaporación por la saliva. Esa circunstancia, unida al exceso de peso, la falta de entrenamiento y la deshidratación, conduce a un desmesurado aumento de la frecuencia cardíaca que puede llevar aparejadas lamentables consecuencias.
Todo ello sin contar con la erosión y la inflamación de las almohadillas plantares por el excesivo desgaste, más las picaduras de infinidad de insectos y víboras de pequeño tamaño.
Al cazador el ‘golpe de calor’ le puede producir desvanecimientos y dolores de cabeza. Nada mejor que acompañarse de agua, para beber o refrescar el cuello, sombrero y ropa fresca. Sin olvidar la protección que brinda una buena sombra.
A los ambiciosos siempre les queda el recurso de acompañarse de colleras de reserva para ofrecer relevos en la búsqueda y persecución de las piezas.
Otro problema ligado a los inicios de campaña es la presencia en la espesura de rayones, jabatos y bermejos, pequeños jabalíes nacidos en primavera y de entre 10 y 20 kilos de peso. Acostumbrados a no abandonar sus lugares de encame, porque les falta la costumbre de moverse en largas distancias, hacen trabajar a los perros en circulo y no rompen hacia las posturas. Y cuando lo hacen, el cazador es reacio a encarar el rifle para abatir lo que en ese momento no es más que un proyecto de navajero.