Los jabalíes están ganando la partida. Su población se incrementa en Asturias un 7% cada año, colonizando nuestros territorios. Hoy están en todos los concejos salvo Gozón, y cada vez entran a las ciudades con mayor descaro. Al otro lado de la escopeta, los cazadores envejecen y no encuentran a quién ceder el arma. Son la mitad de aficionados que hace treinta años. En 2002 su edad media rondaba los 33 años y ahora están en los 55.
27/10/2016 | El Comercio Digital | RAMÓN MUÑIZ
El declive de la actividad cinegética «está pasando en todas partes y nadie ha encontrado la fórmula para potenciar la caza. Lo cierto es que su desaparición sería un problema añadido para el resto de ciudadanos. Si el jabalí crece ahora el 7%, sin ellos lo haría el 10%», razona Carlos Nores, doctor en Zoología de la Universidad de Oviedo.
Los aludidos se rebelan contra ese destino. «Somos una especie en peligro de extinción, y como tal, necesitamos un plan de promoción», señala José Vigil, de la Asociación de Empresas Cinegéticas del Principado (Asocipas). «Si quieren acabar con el jabalí, que nos den más libertad para ir a por él», completa José Manuel Rodríguez, que fue durante décadas gerente de la Sociedad Asturiana de Caza y del coto de La Belga.
«Es una falacia decir que los cazadores somos incapaces de controlar a la especie, el único problema que tenemos en este momento es que hay una administración que no nos deja ser todo lo eficaces que podríamos», indica Rodríguez, de 67 años, y aún en activo. «Te obligan a hacer planes de caza para todo, a predeterminar en qué área vas a estar cada semana, de manera que cuando tienes una en la que los jabalíes están haciendo daño, no puedes entrar a menos que la hubieras programado con un año de antelación», agrega. En las reservas, abunda, el número máximo de cazadores en la batida es de quince, cuando en los cotos se permite hasta veinticinco; «eso también limita nuestra capacidad de abatirlos». «La ley actual es del año 90 y nos constriñe mucho, nos impide evolucionar. En cuanto intentas hacer algo, te castigan por innovar y porque no está recogido en la norma», coincide Vigil.
«Tenemos en esta región marcadas unas zonas de seguridad muy amplias; en ellas no podemos disparar y es a ellas a las que se están dirigiendo, encontrando comida como para parir dos veces al año», agrega el representante de Asocipas. «En estos entornos de Oviedo, Gijón, Avilés y La Fresneda no se está haciendo ningún tipo de gestión; si a nosotros nos dejaran hacerlo, sin coste alguno, nos podríamos encargar de ello», anota.
Señales contradictorias
«El contrasentido es tan grande que cuando parece que ya no tiene otro remedio, el Principado paga horas extra a los guardas del medio rural para hacer algo por lo que nosotros mismos estamos dispuestos a pagar», apunta el exgerente de la Sociedad Asturiana de Caza.
Los aficionados asumen que la suya es una práctica en declive, con escaso tirón entre la juventud. «En los colegios se les intenta mentalizar con un ecologismo en el que no entra lo de matar animales; yo solo se que el que se atreve y prueba, no lo deja porque ve aquí afición, deporte y compañerismo», lamenta Vigil. Hacer la prueba, eso sí, exige un fuerte desembolso. Un rifle con mira de precio medio se vende a 1.200 euros, el coto sale a 400, y entre ropa, complementos y munición, la inversión ronda los 2.300 euros el primer año. «Como coto pagamos al Principado de 3.000 a 4.000 euros que luego no se reinvierte en nosotros; si somos un eslabón necesario, hay fórmulas para promocionar la práctica», insta.