Xabier Iraola en NOTICIAS DE GIPUZKOA (KanpoLibrean) sobre la enfermedad del pino, banda marrón o Lecanosticta acícola. Una enfermedad que afecta directamente a baserritarras, forestalistas, propietarios rurales, cazadores y por supuesto al medio natural.
El caluroso y húmedo verano ha provocado que muchos vascos, miles diría yo, nos hayamos visto afectados por sus incómodas consecuencias en nuestras casas y, así, los corros de humedad aparecen como nunca, las manchas de moho aparecen hasta en los sitios más inesperados e incluso las puertas hinchadas se niegan a cerrarse. Lo nunca visto. Sospecho que las empresas de tratamientos antihumedad y las tiendas de pinturas han hecho el agosto con la venta de productos destinados a dar fin a estas molestas consecuencias.
Pues bien, salvando las distancias, quizás sea esta conjunción de factores, calor y humedad, los que hayan hecho más virulenta y palpable la expansión de la enfermedad del pino conocida popularmente como banda marrón (Lecanosticta acícola) que afecta a las acículas (hojas) del pino, les produce unas lesiones, las deseca progresivamente, se van cayendo, el árbol se defolia, principalmente en su parte inferior y media, y cuando la defoliación supera el 25%, afecta a la producción y el crecimiento del árbol se detiene cuando supera el 75%. Decía palpable, porque este año resulta tan sorprendente como inquietante el tono rojizo que han adoptado los pinos, lo que ha hecho saltar la alarma incluso entre los más ajenos a la actividad forestal.
En Euskadi, con casi 400.000 hectáreas de superficie arbolada, es decir, con un 54% de su territorio total cubierto por masas arbóreas, lo que hace que sea uno de los territorios con ratio forestal más alto de la UE y para sorpresa de muchos de los ciudadanos vascos, contamos con un 50% de dicha masa forestal con coníferas y el otro 50% con frondosas. Eso si nos atenemos a lo que es actividad extractiva y generadora de actividad económica en toda su cadena (producción, tala, transformación, etc.) cabe reseñar la predominancia aplastante de las coníferas sobre las frondosas.
Todos, o casi todos, ustedes habrán escuchado, visto y leído datos sobre la gravedad de la situación. Sin querer restarle un ápice de gravedad al tema, puesto que soy consciente de que miles de propietarios forestales, la inmensa mayoría de ellos baserritarras (apunto este dato puesto que todavía hay algún responsable político que piensa que la actividad forestal es cosa de cuatro grandes terratenientes que viven cómodamente instalados en su pisazo del centro de la capital), están noqueados, en estado de shock, sin saber a ciencia cierta hacia dónde tirar, creo que es momento de apoyarlos, arroparlos y asesorarlos para, entre todos, sector-administraciones-sociedad, buscar una solución a este problemón.
Si bien este año el rojo es más generalizado y más patente, no es menos cierto que no es un problema nuevo sobre el que están trabajando tanto el forestalistas como administraciones y apoyo técnico-científico estos últimos años, quizás no con la fuerza y el acierto que la plaga lo requiere, pero todos debemos ser conscientes que la complejidad de la solución requiere del trabajo de todos.
Tan lamentable como previsiblemente, la difícil coyuntura ha sido aprovechada por los amigos del pino, que han utilizado argumentos como que esta enfermedad es consecuencia del monocultivo del pino, de unas prácticas forestales excesivamente intensivas que esquilman el territorio y, en resumen, la plasmación de una fallida política forestal pilotada políticamente por los responsables políticos peneuvistas compadreados con el malvado lobby forestal que, satisfactoriamente para ellos, nos brinda una inmejorable oportunidad para dar un giro a dicha política y optar así por una política forestal basada en parámetros medioambientales, dejando de lado la vertiente económica de las masas forestales.
Muchos de estos amigos del pino han aprovechado la ocasión para hacer oposición política, otros para ajustar cuentas laborales y otros para, como decía, pasar por la piedra a los malvados forestalistas que no piensan más que en ganar dinero maltratando el “monte de todos”. Pero todos ellos, por muy sibilinas que hayan sido las formas empleadas, al igual que nos descojonamos con el tropezón de un conocido, no han podido disimular su regocijo interior y ocultar que, por muy mal que esté alegrarse del mal ajeno, esta catástrofe, según su propia teoría, no hace más que concederles la razón.
Unos y otros proponen una nueva política forestal con especies autóctonas de crecimiento lento (de 75 años en adelante), olvidando que la inquietante falta de relevo generacional en nuestros caseríos y el progresivo desapego de los jóvenes hacia la actividad forestal (aún con especies de crecimiento rápido y medio) sería aún más patente con estas especies de crecimiento lento que requieren de un compromiso intergeneracional dentro de la propia familia, compromiso a largo plazo entre varias generaciones que resulta difícil de imaginar con unas nuevas generaciones que tienen prisa para todo y sin paciencia para nada y menos aún, pienso yo, para trabajar durante 75 años sin saber si al final se podrá obtener fruto positivo alguno.
Quizás, haciendo mío el dicho de “piensa mal y acertarás”, lo que algunos de estos amigos están proponiendo veladamente es que los propietarios actuales arranquen los pinos, abandonen la actividad y que, finalmente, sea la Administración la que vaya comprando estos terrenos para que, una vez públicos, sean gestionados y trabajados por una prole de funcionarios y que dichos terrenos, obviamente, sean destinados al crecimiento vegetativo espontáneo (finamente dicho, abandono) o a la plantación de las añoradas especies autóctonas de crecimiento lento para que los domingueros podamos pasear plácidamente los fines de semana.
¡Cómo seré tan malpensado!
Foto destacada. EL CORREO
….observo que muchos opinadores se empeñan en dibujar un perfil del propietario forestal para inmediatamente torpedearlo o bien por terrateniente o por romántico o por mimado institucional….desde que hace unos 100 años los Adan de Yarza de Lekeitio introdujeran el pino como especie alternativa al declive de la demanda de carbón vegetal (principal destino de sus inmensas propiedades forestales) hasta hoy, el perfil del propietario forestal ha evolucionado y variado tanto que hoy tenemos un espectro tan amplio que va desde ese terrateniente inversor, hasta el baserritarra que los domingos por la mañana mete dos o tres horitas desbrozando sotobosque para facilitar el crecimiento, manejo y aprovechamiento del suelo (creo que de estos dos extremos hay muy pocos pero sirvan de linderos).
Entre medio hay mucho pequeño propietario que aprecia mucho su producción, se asocia con colindantes para labores conjuntas de conservación de pistas, obtención de subvenciones etc; otros, cada vez más, son propietarios accidentales, han heredado y casi ni saben dónde están los terrenos; sí saben que de vez en cuando les llega un dinerito al que no hacen ascos y que tienen que repartir entre hermanos.
Todos comparten una preocupación por la actual situación de enfermedad devastadora que amenaza con arruinar sus producciones y consecuentemente sus rentabilidades. Todos escuchan atentamente a sus técnicos cercanos, consejos de quienes tienen una opinión formada; escuchan también a las autoridades que, hasta la fecha, ofrecen soluciones de intervención paliativa. Hay quienes escuchan con interés a quienes cuestionan el fondo de la política forestal y comienzan a cuestionarse cómo continuar.
La incertidumbre impera y en efecto ya empieza a salpicar con aspectos políticos e ideológicos casi siempre barnizados de demagogias tanto en un sentido como en el contrario. Es saludable el debate y me habría gustado que en lugar de tanto “comentarista” indocumentado hubiera más ciencia y transparencia respecto a la verdadera situación de la masa forestal del pino insignis. Nunca he entendido cómo es que en Euskal Herria no tenemos una facultad de Ingeniería de Montes con sus laboratorios y catedráticos, pero bueno, este es otro asunto ( o no?). Recientemente hemos estado en la facultad de Montes de Palencia y en su laboratorio nos explicó el catedrático de fitopatología los avances en sus pruebas y las licencias para el tratamiento aéreo con cobre en el País Vasco. Dicho sea de paso, no era muy partidario él de hacerlo.
Personalmente tengo un contacto con el medio rural en general y puedo decir que una empatía con el mundo forestal por el que me siento legitimado a dar mi opinión al respecto y plantarla en el debate público como una voz más.
A mi entender parece que olvidamos el principal factor que debería guiar las políticas forestales: la vocación del suelo; de cada suelo. Sencillamente porque a medio y largo plazo será lo más rentable en todos los sentidos incluido el económico , el natural-paisajístico y social; por este orden para que se me entienda que el bosque es un recurso natural al que no tenemos porqué renunciar como fuente de riqueza y tejido económico a optimizar.
Que significativas eran las palabras de unos amigos nuestros, urbanitas acomodados con profesiones de asfalto y buenas dosis de “sentido común”, que herederos de unas cuantas hectáreas de montes en una comarca de Bizkaia con gran densidad de pino, recordaban como en su juventud acudían algunos fines de semana a una lucha encarnizada contra los brotes de robles, sauces, avellanos, abedules y madroños que volvían a salir empecinados cada año en competir contra lo que su tío, mutilzaharra que todavía vivía en el caserío, les indicaba que era lo bueno: el pino insignis que poco a poco se iba apoderando del terreno pero no definitivamente.
Este año han visto arruinados sus esfuerzos y se hacen la pregunta obvia de si esa lucha era la correcta. Ellos no saben del tema; se dejaron guiar por sus familiares que de jóvenes tuvieron algún contacto con el baserri y los terrenos pero poco más. Ahora no saben qué hacer; no necesitan esa rentabilidad pero tampoco le hace ascos y piensan también en sus hij@s. No saben, cierto, pero algo de sentido común, les dice que insistir en lo mismo no es acertado y algo, del sentido común también, les dice que dejar a la naturaleza que dé lo que su vocación produzca es una base de garantía para su rentabilidad y sostenibilidad.
Probablemente su sentido común también les diga, y si no se lo digo yo, es que tendremos que dedicar esfuerzos tecnológicos para hacer compatibles las especies vocacionales de cada suelo y clima con la rentabilidad en producción sea de celulosa, energética, material constructivo o subproducto o lo que sea que podamos experimentar.
Como decía antes, a finales del siglo XIX fueron los Adan de Yarza quienes introdujeron el pino para dar una productividad rentable a sus inagotables terrenos ante la crisis ferrona ya consolidada; hoy tenemos un reto similar ante esta crisis fitosanitaria…hagamos otro esfuerzo y otro acierto pero no insistamos en el error.
Más ciencia y menos rencillas culebronescas es lo que necesitamos; el bosque es un recurso muy interesante para nuestro país; tenemos la fortuna de ser muchos pequeños propietarios y eso nos permite una racionalización del suelo con un sentir diverso y nos habilita a impulsar un apego a la tierra en su manejo y cuidado, lo voy a subrayar como clave de esta opinión CUIDADO del suelo y del bosque como mejor garante de presente y futuro.
Termino con una reivindicación: una facultad universitaria dedicada al Monte.