Viajamos desde Santander al
pueblito cerca de Herrera de Pisuerga, donde
estuvimos una vez hace milenios a la boda de
Pancho Algandona. Aldea silenciosa del
páramo, algún cerro arbolado y
campos de cereales y otros cultivos.
Allá que nos encampamos Carlos,
el del bar La Jara, Ari y un servidor.
Allí tiene él uno de sus cotos;
en verano suele ir a cazar las codornices y en
la temporada regular, perdices y todo lo
demás. Tarde fresca de algún
viento que otro de poniente. Terreno duro y
dificultoso al paso, con ‘regueras’ (arroyos)
secas de matorral espeso y desniveles
bruscos.
Yo, con mis zapatillas de asfalto,
pasé las de Caín pero
había que mantener el tipo. Ari, la
pobre, desentrenada y mayorcita, al poco le
podía el cansancio y demasiado hizo,
dadas las circunstancias. En la zurra que nos
dimos, de las seis hasta las nueve más
o menos, reguera va, reguera viene,
levantamos en total cinco codornices. Carlos
tumbó la primera; yo fallé la
segunda (¡No tiro bien con repetidora!
¡Les tengo tirria!); la tercera
salió fuera de tiro; a la cuarta Carlos le
largó tres tirascazos y algo la
tocó porque cayó y a la quinta
la abatí de lindo tiro, pero cayó
en sitio tan sucio que no hubo forma de dar
con ella. Ni Ari, tan eficaz otras veces, fue
capaz de encontrarla.
Carlos es un piernas que caza tras las
perdices largas distancias a galope tendido y
yo ya no estoy para esos trotes, y menos con
unas zapatillas endebles que me dejaron los
pies para echárselos a los perros.
Vimos la carrera y los saltos de un corzo, que
se largó por el horizonte. El caso es
que hemos cazado en el norte de Castilla-
León y eso para uno del sur tiene
mucha importancia. Lástima que
diéramos con tan escasa codorniz.
Cuando llegamos al coche, junto a la iglesia de
San Cristóbal, no vimos ni a un alma.
¿Por qué se me hizo tan corto el
viaje de regreso? A las once y media ya
estábamos de nuevo en Santander. Ari
llegó, de abrojos, hasta las trancas y
mis pies, purito delirio. La caza es eso y
mucho más.
Ver caer el sol en esos campos silenciosos
ha sido una magnífica ocasión
que guardaremos como oro en paño en
nuestro almario cinegético. Haremos lo
posible por volver algún día.