La presencia de la aleta de un tiburón en la playa de Muskiz debería ser motivo de susto, pero para los hermanos getxotarras Javier y Nacho del Val su aparición supuso una sorpresa y hasta una alegría. Estos dos pescadores se enfrentaron al escualo el pasado viernes, mientras probaban suerte en compañía de otro amigo, Julen, desde la playa de La Arena. En torno a las ocho de la tarde la caña de uno de ellos tembló como nunca antes lo había hecho. «De repente se puso en escuadra, totalmente doblada», relata Javier, el pequeño de los dos hermanos. «Normalmente una lubina pica un poco y ya está, pero éste empezó a pedir línea».
Los dos pescadores, muy aficionados a practicar este deporte en la playa desde que su abuelo les enseñó el manejo de las cañas, se enfrentaron durante media hora al ejemplar, un tiburón cazón que resultó pesar 17 kilos. «Teníamos pitas de 0,20, que como mucho aguantan cinco kilos, así que lo único que podíamos hacer era darle línea y dejar que se cansara», explica Javier. Hasta el final de la pelea no supieron de qué animal se trataba, ya que solo sabían que era más fuerte de lo normal e increíblemente pesado para los trofeos que habitualmente consiguen: lubinas de hasta 10 kilos y doradas de cinco o seis. «Al principio estaba muy cerca de la costa, en una zona que no tendría más de medio metro de profundidad, pero con toda la arena que levantaba al sacudirse no se veía qué era. Nos dimos cuenta cuando sacó la aleta», confiesa.
Este tipo de tiburón no es especialmente peligroso, aunque los dos pescadores comprobaron que tenía los dientes muy afilados. «Mi hermano pasó el dedo por uno de ellos para hacer la prueba y se lo rasgó. Con el tamaño que tenía creo que sería capaz de arrancarte un dedo», afirma. Cuando sacaron a su presa y se hicieron la foto de rigor un surfista que había estado bañándose en la zona se acercó hasta ellos y al ver su captura se llevó un buen susto. «Dijo que la próxima vez se lo pensaría antes de meterse al agua».
Ejemplar comestible
Con todo, esta no es la presa más grande que logran con patas de pulpo como cebo. En una ocasión los hermanos sacaron una raya de 23 kilos de la playa de Sopelana. «Son más difíciles de pescar, porque se pegan al fondo», admite Javier. Entonces los dos pescadores tuvieron que turnarse para aguantar la caña durante hora y media de pelea. El premio esta vez merecía la pena: la carne de cazón es exquisita, auténtica delicatessen, como bien saben en restaurantes de Cádiz y del sur en general.