Tenemos que desterrar de la
montería a aquellos que no saben
apreciar el sacrificio y la nobleza de los
podencos.
Para los que consideramos a la
Montería Española la
más sublime de las modalidades de
caza, no hay momento más
emocionante que sentir, lejano, el latir de un
podenco en pos de una res. Ese sonido que va
aumentando, unas veces solitario, otras en
numerosa algarabía y que, llegado un
momento, se confunde con el arrollón
de monte de un buen cochino. Ese momento,
previo al disparo, junto con otro, cuando ese
perro que, valiente, nos ha llevado al bicho
hasta nuestro puesto, muerde a la res abatida,
se constituye en el éxtasis para los
verdaderos aficionados.
Por desgracia, en nuestros días,
cada vez son menos los que saben apreciar,
reconocer y agradecer la labor de una buena
rehala, y muy pocos los que saben del trabajo
abnegado de perreros y rehaleros.
Viene todo ello al cuento como denuncia
de determinadas actitudes de algunos
desaprensivos, que no tienen de montero ni el
nombre, y que en su afán depredador
obvian las más elementales normas de
nuestras maltratada montería. Aquellos
escopeteros que disparan sin ton ni son, sin
apreciar el peligro que crean para todos los
que se encuentran a su alrededor, incluso para
los perros.
En la caza, por desgracia, pueden ocurrir
accidentes. Pero lo que no se puede admitir,
bajo ningún concepto, es la
actuación de un canalla que,
después de haber descerrajado un tiro
a un perro de rehala, se calla, lo abandona y
deja morir en el campo.
Eso no es ser cazador y, si me apuran,
tampoco es ser hombre. A esos individuos los
tenemos que desterrar, entre todos, de nuestra
Montería Española, expulsarlos
para bien de todos. El que hace eso con un
perro, sabiendo que tiene cubierto ese riesgo
por el seguro, ¿qué no
sería capaz de hacer si la
víctima fuera una persona?
Por eso es hora de denunciar estas
actitudes. En el campo siempre se sabe todo y
que no duden estos delincuentes que, tarde o
temprano, se les descubrirá, y se
sabrán sus nombres, para su
vergüenza y escarnio.
El que no quiera, no pueda o no sepa
cumplir las normas, que nos haga un favor,
que se quede en su casa, que no montee.
Todos lo agradeceremos.
Dedicado a mis amigos, podenqueros y
rehaleros, valientes, hombres y mujeres de
honor, enamorados de esta bendita
pasión.