En los tiempos actuales, donde los cazadores nos vemos atacados constantemente, en todo tipo de medios, por los sectores ecologistas más radicalizados, el futuro de la caza depende en gran medida de la actitud de los mismos cazadores, y de su capacidad de mejorar su imagen en la sociedad. Debemos ser entonces los aficionados a la caza los encargados de mostrar una imagen ética y moral, acorde con los tiempos, que muestre los valores positivos de la práctica de la caza, minimizando aquellos que puedan resultar ofensivos por innecesarios.
La ética se considera una rama de la filosofía relacionada con la naturaleza del juicio moral, que medita sobre lo que es correcto o incorrecto (lo bueno y lo malo) en nuestra sociedad y en nuestra conducta diaria.
El término ética proviene de la palabra griega ethos, que originariamente significaba «morada», «lugar donde se vive» y que terminó por señalar el «carácter» o el «modo de ser» peculiar y adquirido de alguien; la costumbre (mos-moris: la moral).
La ética tiene una íntima relación con la moral, tanto que incluso ambos ámbitos se confunden con bastante frecuencia. En la actualidad entendemos que la ética son el conjunto de normas que vienen del interior y la moral las normas que vienen del exterior; es decir, de la sociedad.
No podemos olvidarnos de que la caza, en la mayoría de los casos, implica la muerte de un animal, y que este hecho que el mundo rural entiende como algo natural, por ser la cría y posterior sacrificio de nuestros animales para transformarlos en el alimento de nuestras familias, parte de su vida diaria, no es compartido de igual forma por una población mayoritariamente urbanita acostumbrada a consumir carne animal debidamente preparada y envasada, en las bandejas de los supermercados con total ausencia de sangre.
La población urbanita vive en grandes núcleos poblacionales, apartada de un mundo rural cada vez más despoblado que sólo visita algunos fines de semana, viajando desde sus civilizadas ciudades a nuestros pueblos, para conocer cómo son los animales que solo ven por televisión; y así poder mostrar a sus hijos cómo ordeñar una vaca, hacer queso, recoger huevos, dar de comer al cerdito y pasear un rato en nuestro burro «platero».
Sin embargo, no les cuentan, porque seguramente podría provocar en sus civilizados hijos de ciudad un trauma que los estigmatice de por vida, que los huevos de nuestra granja, esos de yema amarilla-anaranjada, que tan gustosamente se han comido en ‘Casa Jacinta’, hubieran terminado siendo un «lindo pollito», y que el jamón que suelen comer por Navidad procede del simpático cerdito con el que han pasado el fin de semana.
Es por ello que prefieren alimentarse de carne de animales, criada en sistemas de estabulación y engorde de piensos que son sacrificados tras ser aturdidos por sistemas de presión, eléctricos o de gas, que de la carne de un animal que se ha criado, vivido y alimentado en libertad en los campos de nuestras sierras y que ha muerto de un certero disparo.
Pero es cierto que la caza no consiste solamente en el hecho de dar al cuerpo la necesidad de alimento pues, para los que amamos la caza, cazar es alimentar nuestra alma y es precisamente aquí donde surge el conflicto con nuestro entorno urbanita. Resulta por tanto innecesaria la exposición de imágenes de animales abatidos en cualquier medio público que no vaya destinado exclusivamente a cazadores, y aunque estas vayan destinadas al sector cinegético estas deberían cumplir siempre las normas morales que la sociedad nos impone, cuidando, entre otras cosas, que los animales se muestren siempre en posiciones que los dignifiquen, con ausencia de sangre, y respetuosa posición de los cazadores.
Por el contrario, los cazadores debemos poder mostrar una imagen que ensalce los valores de la caza. Estos valores deben partir de la realización de estudios que favorezcan la conservación de la naturaleza mediante el ejercicio de la caza; el trabajo junto a otros colectivos como el rural y el conservacionista en favor del medio natural, mediante la aplicación de sus conocimientos, el aprovechamiento de sus recursos y su potencial social; la información a la sociedad urbana de los valores y conocimientos del ámbito rural y el fomento de su participación en la misma; la formación ética y el fomento de sus valores en las nuevas generaciones de cazadores para su desarrollo como personas; la formación del colectivo de cazadores para el ejercicio de su actividad; y la colaboración con las administraciones competentes en el correcto desarrollo de la caza.
Nuestro futuro depende de ello: cazador, practica caza ética.