Cazar, respetar y conocer la naturaleza. El conejo silvestre.
Algunas veces el cazador inmerso en esa voluntad de captura propia del sacrificio y la escasez de animales, no se para a pensar en las circunstancias especiales que han concurrido en los animales hasta ser abatidos.
Y esto que en principio parece una falta de sensibilidad puede estar justificado cuando el medio en que se desarrolla la caza es difícil y al cazador le toca sufrir para conseguir capturar al animal.
Es difícil encontrar un solo animal que no preste su cariño y protección a sus crías de la forma más sensible y eficaz que sabe hacerlo.
Por eso, malo será el cazador que al recoger la pieza ya muerta no sienta cierta sensibilidad y respeto hacia el animal.
Y si entre los que son motivo de caza habría que destacar uno como símbolo elocuente del amor materno que diera idea exacta de la angustia, los trabajos, sobresaltos, cuidados y de ese cariño sublime, seguro que elegiríamos al conejo silvestre.
La hembra es extremadamente especial en relación a lo que hacen las otras especies. Al sentirse preñada, lo cual sucede ocho o diez veces al año fecundando de 60 a 100 gazapillos durante los doce meses.
Una vez efectuada la madriguera no se apartará de ella excepto cuando el hambre apriete. Una vez fuera tapará herméticamente la boca de la madriguera con todo lo que encuentre a su alcance.
Comerá deprisa y mucho para nutrirse bien y poder volver junto a sus hijos, a los que da de mamar durante veinte días en completa oscuridad.
Pasado este tiempo la coneja va poco a poco ensanchando la boca de la madriguera. El sol empieza a penetrar en la oscuridad y los gazapillos asoman el hocico para aspirar las emanaciones del monte.
El más valiente se atreve a sacar todo el cuerpo y es entonces cuando la coneja le da a conocer al padre que no ha entrado en el vivar mientras ha durado el tiempo de la lactancia.
El conejo silvestre les toma entre tres patas, les alisa el pelo, les lame los ojos y todos sucesivamente participan de sus caricias, por cierto, las últimas y las primeras ya que la madre se hace cargo acto seguido del cuidado y defensa de sus hijos.
Fuera de la madriguera es cuando el instinto de conservación de la coneja se desarrolla con más fuerza. Debido a sus pocos medios de defensa. El conejo silvestre es asustadizos y se espanta apenas oye el menor ruido.
En el vivar queda de guardia la hembra y apenas siente algún rumor extraño o sospechoso, da una patada en la tierra para avisar del peligro a los que no han salido y llamar a los que están fuera.
A pesar de todas estas torturas de su triste existencia, ningún animal obedece más religiosamente al precepto soberano del Creador de crecer y multiplicarse.
Y sin duda para recompensar esta obediencia les ha concedido la naturaleza el mayor número de placeres en la obra de la reproducción y de la maternidad.
De ahí que el cazador se vea obligado a regular poblaciones del conejo silvestre, porque de no hacerlo el daño a la agricultura será numeroso. Por eso es muy importante conocer la naturaleza.
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