Mayo es un
mes corcero por
excelencia para los
recechistas, por cierto
cada vez más
numerosos. Y me
parece fenomenal
porque son
imprescindibles para
regular las
poblaciones de este
pequeño
ungulado que ha
colonizado
prácticamente
toda la
península
causando problemas
en muchos lugares.
Curiosamente el
problema ahora es
regular sus
poblaciones.
Además son
cazadores selectivos y
respetuosos donde
los haya.
¿Quién
iba a decir hace 25
años que en
Álava se
autorizarían
cazar esta temporada
1.377 ejemplares
entre machos y
hembras?
Absolutamente nadie.
Ha sido tal la
explosión
demográfica
de este animal que
ha sorprendido a
propios y
extraños.
Afortunadam
ente en muchos
lugares se ha
superado la
costumbre de cazar
los corzos en batida,
sencillamente porque
es muy difícil
abatir un buen trofeo
y por el contrario los
machos
jóvenes
suelen pagar con su
vida la inexperiencia
propia de la juventud.
Por el contrario el
rececho aporta
selectividad y el
cazador se siente
mucho más
satisfecho consigo
mismo a la vista de la
labor
desempeñada.
Cazar un corzo macho
a rececho, una vez
localizada la
querencia,
observando sus
movimientos y
constatado donde se
encama, no es muy
difícil,
tampoco sencillo, por
la limitada
extensión
donde vive. Hacerse
con él requiere
su estrategia: no
cargarse de aire,
tener el sol de
espaldas y situarse
en el lugar antes que
él. No en vano
el corzo es uno de los
seres más
pegado al terreno
donde nace. La
hembra normalmente
es de una ingenuidad
extrema, da la
impresión de
que sabe que no se
la persigue. Se
quedan observando a
cierta distancia,
mientras el cazador
se mantenga
inmóvil, para
salir corriendo al
menor movimiento.
Se acuestan juntos a
escasa distancia unos
de otros, cruzadas las
cabezas para evitar
sorpresas
desagradables y
cuando son objeto de
levante, durante las
batidas de
jabalí, los
machos sobre todo
viejos se separan de
las hembras
quedando rezagados
en el bosque,
escurriéndose
de múltiples
formas, mientras
aquellas rompen a los
puestos.
El macho
viejo es muy astuto,
recula por la retranca
o se dedica a dar
vueltas y más
vueltas por el bosque
hasta agotar a los
perros. Se le
atribuyen gran
número de
recursos y
estratagemas para
escapar de la
persecución de
los perros, tales como
introducirse de un
salto en el centro de
una espesa mata o
meterse en el agua
dejando la cabeza
solo fuera.
Pequeño pero
bravísimo,
esta joya
biológica de la
naturaleza llega a
acuchillar con la
cuerna a las hembras
cuando están
en celo y al hombre
cuando están
estabulados. Pero lo
que más me
ha impactado de los
corzos son las
lágrimas que
le brotan de esos
preciosos ojos con
pestañas
cuando están
heridos y no pueden
escapar. Seguro que
ante la presencia del
animal herido nos
cargaremos de
razones, que las hay,
para justificar su caza,
porque duele ese
momento pero
así y todo
amigo cazador
procura solucionarlo
dándole
muerte
rápidamente
para que no sufra.