El excesivo número de corzos en Euskadi requiere incrementar la presión cinegética sobre las hembras
Aunque diversas afecciones de parásitos han mermado las poblaciones, todavía es necesaria una mayor reducción de los ejemplares existentes en Euskal Herria
Aunque desde los primeros años de esta década se ha frenado el vertiginoso incremento poblacional que tuvo el corzo (Capreolus capreolus) en Euskal Herria y en toda la cornisa cantábrica, “todavía es necesario mantener e incluso incrementar la presión cinegética sobre esta especie, haciendo especial hincapié en las hembras”. Así lo expresa el doctor en Ciencias Biológicas, zoólogo, responsable de Aran Servicios Medioambientales y presidente de la Asociación del Corzo Español (ACE), Florencio Markina.
El actual exceso de ejemplares de esta especie está motivado “porque apenas se han cazado hembras y ha sido la propia naturaleza la que ha tenido que controlar las poblaciones”. Esa labor de ‘control’ natural ha estado propiciada, en su conjunto, por tres parásitos que han contribuido a realizar la selección, como son la ‘Cephenemyia stimulator’, también conocida como la larva de las narices; el ‘sarcocystis’, un parásito protozoario intracelular; y los nematodos o lombrices intestinales.
Todos ellos han incidido en grado similar por toda la cornisa cantábrica, y de hecho Markina apunta que en el caso de Euskal Herria, “prácticamente el 100% de los corzos tienen ‘sarcocystis’, un protozoo parásito del corazón que les provoca cardiopatías, aunque lo tienen en cantidades no letales”.
Para que se haya llegado a la actual situación de decrecimiento poblacional en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, ha sido necesario un previo incremento exponencial de esta especie. Markina sostiene que “en los años 90 había densidades poblacionales muy pequeñas, que rondaría los 0,4 o 0,5 ejemplares por cada kilómetro cuadrado, mientras que a principios de esta década se situaban en torno a los 10 o 12 ejemplares por cada kilómetro cuadrado”.
Con esas densidades que generaban estrés entre los propios ejemplares, resultaba lógico que el Cephenemyia stimulator “que se cree que llegó de una repoblación que se realizó en Asturias con corzos franceses aunque el parásito ya afectaba a las poblaciones de Austria y de Alemania”, comenzase a afectar a los corzos ibéricos que no tenían este parásito. Aunque Asturias parece ser el origen del foco, desde allí se extendió a toda la cornisa cantábrica, donde esta mosca de la familia de los tábanos sobrevive mejor por las condiciones climatológicas.
Desequilibrio
Otro dato que contribuye a explicar el enorme aumento de las poblaciones estaba propiciado por el desequilibrio entre sexos, ya que “las hembras son en torno al 70% de las poblaciones frente a un 30% de los machos, lo que supone una cantidad muy considerable”.
Además, si se toma en consideración que las hembras están más parasitadas que los machos, “ya que estas pasan prácticamente nueve meses entre embarazo, lactancia…“, son más propicias a ser atacadas por los parásitos debido a que “están inmunodeprimidas. Hemos observado que los mayores niveles de parasitación están en las hembras, por lo que la única forma de atajar este problema es mediante la caza de corzas”.
Markina recuerda además que en Araba, por ejemplo, “el porcentaje de corzos abatidos se sitúa entre un 60 o un 65% de los cupos máximos establecidos”, por lo que concluye que una mayor presión cinegética sobre las hembras contribuiría “tanto a reducir la población porque son individuos que no van a parir, como a reducir el índice de parasitación. Esa es la única solución que podemos tomar para poder controlar la situación”.
Estudio en Araba
Para recabar más información sobre esta especie y las enfermedades parasitarias en los corzos, la Asociación del Corzo Español (ACE) suscribió un convenio de colaboración con el INVESAGA de la Universidad de Santiago de Compostela para realizar el seguimiento sanitario de los corzos españoles. Mediante ese acuerdo suscrito en 2013 se toman un centenar de muestras de prácticamente toda España, que tras ser analizadas han desterrado “nuestra idea inicial de que los corzos estaban muy sanos porque, en realidad, están bastante perjudicados”, asegura Markina.
En esa labor de regulación de las poblaciones de corzos, desde la ACE han constatado un aliado inesperado en esa gestión como es el águila real. Así lo han podido demostrar en el marco del proyecto Aequilibrium que se desarrolla en colaboración con el grupo conservacionista Tagonius con el objetivo de conocer la predación de esas rapaces sobre los corzos.
Además de estimar el impacto de la depredación del águila real sobre las crías de corzo, el estudio pretende determinar también el papel sanitario que juegan esas aves para el mantenimiento de las poblaciones de corzos en niveles ecológicamente adecuados, y confirmar la relevancia de los corcinos como presa durante el período de cría del águila.
Aunque ese estudio que se realiza mediante el seguimiento de fototrampeo, consistente en la instalación de cámaras en los nidos de águilas para conocer su dieta, estaba inicialmente limitado a zonas de Madrid, Castilla-León y Castilla La Mancha, este año se ha incorporado al estudio un ponedero de Araba. “Además de anillar, medir y pesar los dos pollos que había, se ha realizado un estudio sobre su alimentación y podemos constar que los corcinos constituyen más del 40% de la biomasa que ingieren, mientras que otro porcentaje similar es de palomas torcaces”, asegura Markina.
Si una población carece de depredadores (porque se los ha eliminado, en el caso del corzo, el lince euroasiático ) el control natural recae casi exclusivamente en sus parásitos, cuya transmisión se ve enormemente favorecida por el paralelo aumento de al población. Una denisdad elevada es terreno abonado para un parásito. Esto no es deseable ni positivo.
Es preciso recuperar las especies eliminadas y procurar restaurar los equilibrios perdidos.
La caza, como pretendido mecanismo de control supletoirio, en estos casos no es más que un grotescop remedo de la función de los depredadores; nunca los va a igualar, y socialmente resulta antieconómico. A lo que hay que añadir que, tal como se practica hoy en día, genera una seleccción negativa: elimina los mejores ejemplares, no los peores.